jueves, 17 de noviembre de 2011

Mi Monareta


Ese 25 de diciembre no iba a ser como los demás, ya atrás había quedado pedirle al niño Dios balones de futbol, robots, carritos o pistas de carreras, ese año mi único pedido fue lo que me estuvo trasnochando durante meses después de que vi a una linda vecinita rodar en ella. Era la mayor ilusión de todos por mi cuadra y no hacíamos otra cosa que hablar de ella.

Durante todo el año me porté bien con mis padres, saqué buenas calificaciones en el colegio, hice un esfuerzo sobrehumano por no pelear con mi hermana y hacia cuanto mandado me pedían sólo con el fin de ganar puntos con el niño Dios y así merecerme tan anhelado regalo.

El 24 me acosté bien temprano y con una ansiedad digna de un alcohólico en plena recuperación me fui a la cama. Esa noche me propuse descubrir quién era el niño Dios así que traté de mantenerme despierto, dejé mi puerta entre abierta y quité todo lo que estorbaba para que cuando entrara no se tropezara. Pasé todo la noche en vela y el niño Dios no aparecía, tampoco Papá Noel, San Nicolás ni mucho menos los duendes. Finalmente, ya casi amaneciendo el cansancio me venció por unos instantes en los que cabeceé y al volver a abrir mis ojos ahí estaba el fruto de todo mi esfuerzo en ese año, mi amor platónico hecho realidad, el mayor anhelo que infante alguno en esa época pudiera tener: manejar una Monareta.

En esos tiempos esa bicicleta era catalogada como de mujer ya que su diseño femenino saltaba a primera vista: la barra del marco era inclinada para facilitar que ellas pudieran usarla sin riesgo alguno, guardacadenas brillante, una silla como de 30 cm de largo la cual era ancha en un extremo y mas angosta en el otro, espaldar de tubo niquelado, manubrios en “V” con forma de cachos de alce con espejitos retrovisores, algunas traían canastillas en la parte delantera y en las agarraderas sobresalían unas cintillas multicolores que colgaban como 15 cm.

Dicho diseño no era impedimento para que este macho en potencia la usara y por el contrario hizo que se fuera doblegando mi espíritu machista.

A partir de ahí esta bicicleta pasó a ser mi mayor pertenencia, mi medio de transporte para hacer los mandados de la casa, mi compañera fiel, mi mejor amiga (y la única por cierto) y casi como mi hermana. La cuidaba más que mi propia integridad y cuando me caía de ella no importaban mis raspones, que me dejaron cicatrices que aún conservo, siempre y cuando ella estuviera intacta.

Aprendí a manejarla sin una mano, luego sin las dos manos y también sin dientes. Los que tenían patines se podían sostener del tubo del espaldar y yo los paseaba uno por uno, los que no tenían patines ni bicicleta hacían fila para que yo se las prestara pero con la condición de que no salieran de la cuadra, el que tuviera la osadía de hacerlo era penalizado con la prohibición de manejarla por una semana. Era de todos y de nadie, todos la apreciábamos como a una novia, sin quererlo se hizo la reina de la cuadra y las niñas se sintieron desplazadas.

Fácilmente la convertía en moto poniéndole un vaso de plástico desechable entre la llanta y el guarda barro y hacia un ruido ensordecedor, entre mayor era el ruido mayor orgullo sentía por mi bicicleta.

No tenía que llevarla a revisión de 10.000 km, ni cambiarle aceite, pagar SOAT, revisión tecno mecánica ni mucho menos sacarle el RUNT. La lavaba yo mismo y eso para mí era un placer, solo era necesario tener una bomba para echarle aire de vez en cuando a las llantas y una llave “hombre solo” era suficiente para ajustarle cualquier tuerca y si eso no bastaba en el taller de garaje de la esquina te la arreglaban a un precio irrisorio.

Pasados unos años entró una moda que te impedía llamarla por su nombre completo y teníamos que decirle “Monare” o “Monareway” porque de lo contrario si decíamos “Monareta” nos mandaban a buscar un burro que nos hiciera el amor. Yo creo que esa fue una de las razones que hizo que la bicicleta poco a poco fuera desapareciendo pero ya había dejado una huella imborrable en cada una de las personas que tuvimos el placer de manejarla.

Los regalos que piden los de niños Dios de hoy en día son Nintendos, X-box y Play Station, sería inverosímil imaginarse cambiarle unos de estos artefactos por una Monareta a uno de esos niños pero yo aún recuerdo esa navidad como una de las mejores de mi infancia y todavía le doy gracias al niño Dios por haberme concedido tan excelente regalo.

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
Mi Twitter: @AJGUZMAN