El deseo de pasar navidades en la tierra que me vio nacer junto a mi familia, unido de la mano con el poco dinero que me acompañaba me pusieron de cara a tres opciones: Irme a Barranquilla en bus, quedarme solo y triste en Medellín comiendo natilla con buñuelos o viajar por VivaColombia.
La primera de ellas la descarté de inmediato. El olor a bus, los videos que pasan y el fuerte vértigo que padezco me hacían imposible tomar esa fatal decisión. La segunda era impensable. La sola idea de escuchar música de despecho en vez de las tradicionales “raspa canillas” y merengues caribeños me revolvía las tripas a la vez que me invadía un fuerte deseo de lanzarme del veinteavo piso.
Con estas dos negativas sólo me quedaba una última salida: Viajar por VivaColombia. Desde el anuncio de la llegada de esta nueva aerolínea admito que siempre pensé –eso de pasajes en avión a $50.000 debe ser puro cuento, por algún lado te cobran otras tarifas y al final te queda al mismo precio que todas-. Pero no, era cierto. Por internet reservé mi tiquete con una semana de anticipación al vuelo y el costo ida y regreso fue por la irrisoria suma de $127.000- Es decir, sólo $20.000 más de lo que vale un trayecto en bus. ¡Asombroso! Los colombianos estuvimos tantos años acostumbrados a pagar hasta $1.000.000 por un tiquete en Avianca que ya pensábamos que eso era lo normal.
Para hacer efectiva la reserva podía pagar con tarjeta de crédito vía online, pero la mía lastimosamente la tengo bloqueada por exceso de pago. La otra alternativa era dirigirme a un punto Vía Baloto con un código y allí realizar dicho pago. Eso hice y con el cambio compré un tiquete de lotería, ruego a Dios que me la gane. Un minuto después recibí un correo electrónico confirmando la compra. ¡Que dicha, me voy para Barranquilla!
Las indicaciones para el viaje eran las siguientes: una maleta de mano de hasta diez kilos de peso, llevar impreso el pasabordo o tiquete de pago de Baloto y llegar dos horas antes (hace unos meses eran tres horas) de la salida del vuelo.
Como práctico viajero que soy, cogí mi morral y en él guardé mi ligero equipaje compuesto de 4 calzoncillos (los mejorcitos), 2 jeans, 3 pares de medias, una camisa (la dominguera), un libro, un cuaderno, lapicero y los utensilios de aseo personal donde no pudo faltar mi perfume Toni Jail Figuer de $10.000. Con la maleta lista quise comprobar que no me sobrepasara del peso permitido, y para ello me subí en la balanza de mi casa que por cierto ya está pidiendo cambio. Nueve kilos me dio el resultado de restar mi peso al que indicaba la báscula.
Como reloj suizo llegué a la hora sugerida, busqué el counter de VivaColombia y lo encontré en un rincón del aeropuerto. Pequeño y modesto a comparación del resto de las aerolíneas. Allí me atendió una joven amable que me pidió los documentos y me invitó a seguir a la sala número 1.
Tras la exhaustiva requisa donde me decomisaron mi arma más letal y contundente, un cortaúñas que me acompaña a donde voy, pude ubicarme en la sala de espera mencionada.
El perfil de los viajeros era una mixtura de clases sociales. Había mucho mochilero como yo, de perfil bajo, otros con bolsas de supermercado Éxito en la mano. También estaban los que viajaban por trabajo, conectados a sus portátiles y blackberry y desenchufados del mundo exterior. Por supuesto no podían faltar los dedo parado estrato 10 que miraban por debajo del hombro a todo el mundo con una cara de fastidio como diciendo –Dios, no merezco esto-.
Desde una hora antes del vuelo la gente se agolpó en una larga fila mientras yo pensaba -¿cuál es el afán?, ¿acaso todos no vamos para el mismo sitio y tenemos las sillas asignadas?-, -No- me contestó un tipo cerca de mi que se percató de mi cara de incógnita. Resulta que la tarifa súper híper mega recontra económica de VivaColombia no tiene derecho a silla asignada por lo que la gente se codeaba en la fila por ingresar de primero. Yo mantuve la calma y seguí leyendo “El Psicoanalista” de John Katzenbach. –Ya sea de banderilla o sentado en las piernas de una azafata me voy en ese aparato- me dije.
El avión arribó con un retraso de treinta minutos y algunos de los pasajeros se quejaron diciendo –Ah, definitivamente lo barato sale caro-. Pero, digo yo acá en la cocina, ¿acaso con Avianca no sucede lo mismo cobrando la millonada que cobran?
La mayoría esperamos pacientemente hasta que el avión llegó y nos invitaron a abordar. Primero los que habían pagado la prioridad de abordaje (dos pelagatos), luego las personas que viajaban con niños menores a 6 años, después los mayores de edad y por último el pueblo donde estaba yo incluido.
Como arriando ganado bajamos las escaleras hasta la pista del aeropuerto. Por reducción de costos no se utiliza puente que comunica directamente con el avión. Todos corrían despavoridos para llegar de primero y elegir los “mejores” puestos. Como buenos colombianos que somos, los líderes de esa desenfrenada carrera se sentaban y apartaban puestos para sus compañeros o familiares rezagados. Pese a que las azafatas decían que te puedes sentar en cualquier puesto disponible la tarea se veía infructuosa porque en todas las sillas había una cartera, bolsa u otro objeto indicando que el puesto ya tenía dueño. Alcancé a escuchar frases como –Juancho, por acá atrás hay puesto-, -Loco, hazme un campito ahí-.
Después de acomodar mi morral en el compartimiento superior me senté junto a dos vicarias que rezaban el rosario con mucha devoción. Estando al parecer todos ubicados la azafata llamó tres veces a un tal “Jorge Rodriguez” sin que éste respondiera. Esperamos diez minutos al susodicho personaje y cuando subió al avión la azafata nos invitó a aplaudirlo a palma batiente para hacer avergonzar al despistado viajero.
El avión, un Airbus A320 en perfecto estado, despegó con treinta minutos de retraso no sin antes persignarme y unirme al par de viejitas en sus oraciones de rigor.
Con poco tiempo de vuelo las azafatas sacaron el carrito con las bebidas y pasabocas. El hambre apremiaba y cualquier alimento sería agradecido por mis tripas que sonaban a reventar. Un juguito de cajita y unas galleticas gratis me sabrían a gloria. Pero estaba equivocado, de inmediato anunciaron que VivaColombia hace las cosas diferentes y dicho refrigerio debía ser cancelado en estricto efectivo. Mi maltratado bolsillo se enfrentó con el hambre en una batalla campal. Cuando la azafata estuvo delante mío me preguntó si deseaba algo, a lo que le contesté -¿tienes Kola Román con Pan de Yuca?-, su tajante negativa sacó victoriosa a mi billetera y mi estómago me lo recordó durante todo el vuelo.
La aeronave siguió su rumbo a la costa Caribe colombiana y tras una hora de vuelo empezamos el aterrizaje. Mis compañeras retomaron el rosario, varios bebés lloraban y yo por mi lado apretaba el cuatro letras para disimular mi temor. Finalmente sentimos las ruedas tocar tierra firme y la desaceleración del gran pájaro de metal para escuchar unos aplausos frenéticos de unos cuantos desadaptados. De inmediato las azafatas ordenaron permanecer sentados pero la gente entendió lo contrario y saltaron a coger sus maletines y esperar de pie que abrieran las puertas de salida cual bus de Cochofal.
Todos los celulares se encendieron al unísono para llamar a las personas que nos esperaban pacientemente en el aeropuerto Ernesto Cortissoz.
Al bajar nuevamente caminamos por la pista no sin antes darle las gracias a todo el personal a bordo. El calor de Barranquilla me dio la bienvenida y la felicidad me embargaba por llegar sano y salvo a la tierra que me parió.
Gracias a VivaColombia hoy más personas pueden acceder a viajar en avión de una manera cómoda, rápida, segura, pero sobre todo a muy bajo costo. Es cierto, no tiene mucha de las comodidades que brinda Avianca, pero desde mi modesto punto de vista, sales desde el mismo sitio, utilizas la misma clase de avión, empleas el mismo tiempo e igual llegas al destino deseado.
El que quiera unas azafatas encopetadas, un juguito con galletas “gratis” y pagar hasta seis veces más el precio, ahí está la otra aerolínea. Yo por lo pronto me quedo feliz con VivaColombia… o por lo menos hasta que salga otra más barata.
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
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