lunes, 7 de noviembre de 2011

Un barranquillero en España


Hace doce años, exactamente el día 30 de octubre de 1999, Roberto Carlo tomó la difícil y apresurada decisión de irse de su natal Barranquilla para buscar un mejor futuro en España. Motivado por su novia de ese entonces hizo caso omiso a los sabios consejos de su madre quien no se cansaba de repetirle “¿a ti que carajos se te ha perdido por allá?, abre el ojo, ve lo que te digo”. Juntos, su “amor eterno” y él, viajaron al viejo continente prácticamente con una mano delante y otra detrás dejando un hijo, un buen trabajo en el sector bancario y al resto de la familia.

Su destino fue la ciudad de Tarragona, en la provincia de Cataluña, una ciudad pequeña de unos 150.000 habitantes con una arquitectura muy antigua, estilo medieval y románico. Posee costa y montaña y se puede apreciar un importante desarrollo económico que gracias a su estratégica ubicación es destino turístico para el resto de los países europeos. La historia nos dice que el año 218 a.C. los romanos se establecieron estratégicamente en este lugar (ya que des de esta se podía ver gran parte de la costa (hasta el delta) y todo el Campo de Tarragona), que llegaría a convertirse con el tiempo en Capital de la Hispania Citerior. De aquel esplendor se conserva un riquísimo patrimonio monumental que nos permite admirar restos como la Muralla que rodea el Casco Antiguo, el Forum, el Anfiteatro, el Acueducto, la Torre de los Escipiones y el Arco de Bara entre muchos otros.

Solo un mes después de haber llegado la pareja tomó rumbos diferentes y Roberto empezó a darse cuenta que su madre tenía razón. Su pasaporte de turista no le servía para trabajar por lo que sus pocos ahorros de toda la vida se agotaban rápidamente. Iniciando el nuevo milenio y con la apremiante necesidad de trabajar, se inscribió en una agencia para cuidar a personas que sufren de Alzheimer y unos días después estaba cuidando un anciano y ganando 7.000 pesetas a la semana (aproximadamente $110.000 colombianos) lo que le alcanzaba para vivir dignamente.

Hoy, doce años después trabaja como Responsable de Mantenimiento de unas instalaciones deportivas del pueblo Vila Seca, teniendo como funciones principales que todo el lugar se encuentre en óptimas condiciones para el uso y disfrute de todos los socios. Cupido y el gracioso destino se encargaron de ponerle en su camino a una linda barranquillera, ex compañera de trabajo, con la que vive hace más de diez años junto a las dos hijas de ella.

Los primeros años de su estadía en España no fueron suficientes para arrepentirse de su decisión, gracias a la juventud e inmadurez que le acompañaban. Hoy, con cabeza fría llegando al cuarto piso sabe que en ese momento no era consciente de lo que estaba haciendo hasta que se dio cuenta de todo lo que había perdido, como ver crecer a su hijo, compartir momentos con su familia y una carrera prominente en la empresa donde laboraba.

Además de su familia, lo que más extraña Roberto de Barranquilla es el ambiente con los amigos de infancia, de colegio, de universidad y esa alegría desbordante que poseen los costeños sin importar las adversidades o falencias económicas que tengan siempre tienen una sonrisa a flor de piel y están dispuestos pa´las que sea. De la comida, pese a estar en uno de los países donde la cultura gastronómica es amplia y exquisita no deja de saborearse mentalmente con un perro caliente barranquillero o un “patillazo con limón” comprado en la 20 de Julio.

Lo más difícil para adaptarse fue el clima, ese inclemente frío que se penetra hasta en la medula de los huesos fueron su tormento los primeros años además de los días de verano con quince horas de luz solar, aunque hoy en día con el cambio climático, los inviernos son menos fríos y los veranos más calurosos.

Pero como no todo pueden ser desventajas, también están los beneficios de vivir en el viejo mundo en un país más desarrollado que Colombia, es por eso que no extraña las obras inconclusas, la falta de civismo y el caos vehicular. En Tarragona la gente es tolerante, respetuosa con el peatón, las obras públicas se llevan a cabo de manera rápida y efectiva y cualquier pueblo goza de las comodidades de las grandes ciudades.

Pese a la imagen que tenemos los colombianos en el exterior no ha sentido ningún tipo de discriminación por parte de los españoles, al contrario y de manera curiosa dice que la fama con respecto a las drogas no hace que sean mal vistos ya que en España fumarse un porro es algo tan normal como fumarse un cigarrillo. Sin embargo, la policía del pueblo sabe donde vive cada colombiano y prácticamente los tienen etiquetados. Cosa distinta sucede con los mismos grupos de inmigrantes de otros países como dominicanos, peruanos y ecuatorianos que no dejan de reñir por algún sector económico, comercial o de vivienda. Definitivamente, el subdesarrollo no se desprende tan fácil con solo viajar cientos de millas.

En cuanto a su acento costeño dice que todavía lo conserva y sobretodo lo deja claro cuando está con su grupo de amigos colombianos, ya que el que tenga la osadía de introducir la jerga española se lleva la batallada del siglo. Estando en el trabajo la cosa toma otro color y es muy común escucharlo decir “vale” y “venga” para iniciar y cerrar frases, además de llamar a las personas precedidas del articulo “el” o “la”, como por ejemplo “La Belén”, o “el Roberto” y resoplar antes de responder una pregunta. Las palabras “gilipollas” y “cabrón” son de uso continuo pero mantiene a raya la expresión “me cago…” por cierto muy común entre todos los ibéricos.

Para divertirse, Roberto y su señora disfrutan haciendo turismo de carretera, visitando innumerables pueblos hermosos se deleitan en cómodos y alegres chiringuitos, ciudades y países vecinos entre los que ya se encuentran Francia, Portugal e Italia.

Con el tiempo que ha vivido en España aún conserva muchas costumbres aprendidas en Barranquilla, como son, los buenos modales, escuchar música tropical, deleitarse viendo algún novelón en familia, lavar el carro en la puerta de su casa, tomarse unas frías con sus llaves los fines de semana que pueda, al llegar a casa chiflar para que le abran la puerta y nunca puede faltarle el juguito en la noche con un buen pan.

Así como conserva estas costumbre también ha adoptado unas cuantas, sobre todo a la hora de comer donde no puede faltar la entrada, plato fuerte y postre. El café al final que no falte y si es colombiano mucho mejor. Utiliza el aceite de oliva con todas las comidas y el bocadillo a media mañana (sándwich con pan francés) es obligatorio. En cuanto a la convivencia le tocó amoldarse a las normas del buen vivir entre vecinos y hoy en día acata y emplea cada una de ellas en su vida, es decir, uso moderado del volumen de la música y respetar las horas de descanso.

De la mujer española dice que su carácter puede llegar a ser tosco, son más independientes por aquello de la igualdad entre sexos y aunque son muy lindas, algunas patean (léase hieden) duro y de lejos, contrario a la mujer colombiana que siguen cuidando su aspecto con mucho rigor y hasta para salir a tirar la basura llevan lo mejor de su ajuar y siempre huelen bien. El prototipo del hombre español los divide en dos, los jóvenes que son impulsivos y desenfrenados y los mayores que pueden llegar a ser bastante sumisos y ceden el poder del hogar a sus mujeres.

Aunque nunca ha sido hincha furibundo del Junior de Barranquilla, desde la distancia lo sigue y se actualiza leyendo las noticias de sus logros y derrotas a través de www.elheraldo.co. Mientras tanto le toca “consolarse” viendo la magia del equipo Barcelona FC y luce orgulloso su camiseta que lo acredita como hincha culé.

A la empresa donde labora actualmente la crisis europea no la ha afectado hasta el momento por lo que su estabilidad económica sigue siendo buena y prometedora, sin embargo le ha tocado ver a muchos de sus amigos colombianos quedarse sin empleo y tener que devolverse a su país con el rabo entre las piernas.

Como dato curioso Roberto recuerda escuchar el sonido de una pequeña flauta en las calles de Tarragona y para su sorpresa venía de un anciano que caminaba por todo el pueblo ofreciendo sus servicios de afilador de cuchillos, tal cual como hace muchos años lo veía en su natal Barranquilla. Ese tipo de anécdotas lo llenan de nostalgia y lo inspiran a preparar maletas rumbo a su “quilla town”.

Desde 1990 ha viajado en cuatro oportunidades a Colombia y aspira que la quinta sea la vencida y definitiva. Piensa que su ciclo en España debe cerrarse, ya aprendió mucho del mundo y de la vida y hoy día valora más las cosas pequeñas. A cuestas traerá el bagaje cultural que le dejan estos once años y múltiples experiencias vividas y eso nadie se lo podrá arrebatar.

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
Mi Twitter: @AJGUZMAN