lunes, 4 de junio de 2012

Juanchito Wannabe


El protagonista de esta historia, Juan, nació en un hogar donde las necesidades siempre brillaron por su ausencia. Su padre, dueño de un negocio prominente, mantenía su hogar conformado por una bella esposa y tres hijos con las comodidades necesarias pero siempre guardando cierta compostura para no caer en excesos que lo llevaran a una quiebra irremediable.

Al crecer, Juan se convirtió en Administrador de Empresas de la mejor universidad de la costa Caribe colombiana. Con el título en mano, lo primero que hizo fue exigirle a su padre la gerencia de la empresa que éste construyó con sudor y lágrimas alegando que con su conocimiento la haría producir rápidamente el triple de lo que facturaban hasta entonces. El padre, viejo y cansado por los años no tuvo otra opción que acceder resignado a la reclamación de su hijo.

Con Juan al mando de la compañía los cambios no se hicieron esperar. De inmediato ordenó construir una oficina más amplia y moderna, sacó a la vieja asistente que acompañó a su padre alrededor de dos décadas y contrató a una linda y voluptuosa joven inexperta pero pagándole el doble.

Su aspecto personal también dio un giro de ciento ochenta grados. Pese a que siempre estuvo bien vestido jamás lució ropa de marca gracias a que su padre se rehusó a pagar las astronómicas sumas por una simple prenda de vestir. Pero con la chequera en su poder se paseó por todas las tiendas exclusivas y desde ese momento se le veía impecable con zapatos Calvin Klein, medias Pierre Cardin, pantalones Tommy Hilfiger y camisas que siempre mostraban un caballo o un cocodrilo que le daban el valor de sentirse alguien dentro de su círculo social. Su reloj de combate marca Casio fue dado de baja y cambiado por un lujoso Tag Heuer mientras literalmente todos los días se bañaba en exquisitas y costosas fragancias que no le duraban dos semanas.

Juan quiso reinventarse todo el negocio y aplicó Reingeniería, según sus propias palabras, al pie de la letra de lo aprendido en su vida universitaria. Para él, nada de lo que hacían antes estaba bien hecho y no descansó hasta darle una imagen más corporativa a la empresa. Mientras las ventas caían en picada, él se la pasaba viajando por el mundo, asistiendo a cuanta conferencia lo invitaban. Al final de dichos seminarios recibía un cartón que muy minuciosamente enmarcaba para luego colgar orgulloso en su oficina.

Las cuentas de todo su nuevo estilo de vida y los cambios en la empresa empezaron a llegar y Juan se las ingeniaba para cancelarlas con nuevos créditos que los bancos le ofrecían gentilmente. En términos castizos, abría un hueco para tapar otro.

Nuestro amigo Juan siempre guardó la esperanza de que su idea de gerenciar despegara en cualquier momento, pero eso nunca llegó. Por el contrario todo se tornó peor y los bancos empezaron a cerrarle la puerta. Sin embargo esto no fue impedimento para que él cambiara su tren de gastos. Apartamento en Villa Campestre, carro último modelo, hijos estudiando en colegio bilingüe con mensualidades de $2.000.000, vacaciones cada dos meses y su membrecía que lo acreditaba como socio del Country Club.

Cuando los bancos ya no dieron más espera emprendieron la labor de embargarle las cuentas y sus bienes. Ante semejante resolución Juan optó por pedirle a su esposa que desistieran de su afiliación al club, pero ella, ni corta ni perezosa le respondió con tono firme y desafiante –primero muerta que bañada en sangre-. Por supuesto, ella tampoco accedió a buscar trabajo y su actividad más estresante consistía en llevar a los hijos al colegio. El resto del día transcurría entre el gimnasio, masajes reductores, centro de bellezas, clases de arte contemporánea, compras y chatear con las amigas por su Blackberry. Como quien dice, desayuna y se desocupa.

Ante la negativa de su esposa, Juan no tuvo otra opción que vender sus cosas de valor pero que no le restaban estatus. O por lo menos sus amistades no se enterarían. Es así que, mientras mantenía su Toyota Prado, la nevera se caía a pedazos. Mientras seguía viajando y dándose la gran vida, los bancos lo seguían reportando en todas las centrales de riesgo. Mientras conservaba su acción del club, debía tres meses de la pensión escolar de sus hijos. Mientras continuaba viviendo en Villa Campestre, los recibos de servicios públicos se acumulaban y cuando se los iban a cortar lo solucionaba con un billete de veinte mil pesos.

Todos los familiares y amigos conocían su situación pero Juan se negaba a aceptarlo. Un cambio de estrato y una vida más austera y sencilla hubieran bastado para aliviarle la situación, pero el qué dirán le impedía tomar las decisiones necesarias y prefería llevar una vida de fantasías. Por todo esto fue apodado Juanchito Wannabe. El termino wannabe, una contracción de want to be (querer ser), hace referencia a una persona que quiere imitar a otra o incluso desea ser otra a costa de lo que sea. Y a Juan le quedaba como anillo al dedo su nuevo alias.

La empresa, o lo que quedó de ella, fue liquidada y su padre fue quien terminó pagando muchas de las deudas. El viejo, adolorido y triste, cayó enfermo y meses después murió de pura y física pena moral.

Cuando la situación pasó de negro a oscuro finalmente acudió a muchos de sus amigos para pedirles dinero para una supuesta inversión que él mismo vendía como “el negocio del siglo”. Fueron muchos los que se dejaron tentar por su excelente labia y fina presentación. Lo que ellos no sabían era que el tal negocio no existía. Todo fue un plan, un malévolo y despiadado plan para que Juan pudiera irse del país con su esposa e hijos huyéndole a todas sus responsabilidades y embaucando a sus ingenuas amistades.

Radicado en un pequeño pueblo al norte de los Estados Unidos, hoy Juan trabaja como mesero de un McDonald´s por las mañanas y repartiendo pizzas por las tardes en su carro Honda Accord 2003 que le costó U$1.500 y el cual compró con dinero robado de sus amigos. Su encopetada esposa limpia casas y sus hijos estudian en un colegio estatal de baja reputación.

Esta es la historia de Juanchito Wannabe y en nuestro país abundan como la maleza. ¿Conoces a alguien parecido?, o peor aún ¿eres tú un Juanchito Wannabe?

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
Mi Twitter: @AJGUZMAN