martes, 1 de febrero de 2011

Noche de Stripers

Como todos los sábados en la tarde, mis cuatro amigos y yo, buscábamos en el periódico El Heraldo la sección de cine para elegir la película que veríamos ese mismo día en horas de la noche. La cartelera era bastante escasa y pobre en calidad. Los títulos “¿Y dónde está el policía II?”, “Tiburón IV”, y “Retroceder Nunca Rendirse Jamás” no despertaban la atención de esos adolescentes próximos a cumplir su mayoría de edad y con las hormonas a punto de ebullición. Sin embargo, en esa misma página, en un pequeño recuadro al lado derecho, se podía ver un aviso prometedor y el cual llamó de inmediato mi atención, este decía “Chicas Calientes, Shows cada media hora, ambiente familiar”, aunque me quedó sonando eso de ambiente familiar y pensé que, después de que no estuviese nadie de mi familia ahí dentro todo estaría bien. No tuve que mencionarlo dos veces para que mis secuaces apoyaran mi nuevo plan para el sábado por la noche.

Dos horas más tarde, este servidor y su gallada de amigos iban apretujados en un taxi Volga de fabricación rusa, muy recordados por ser los primeros en la ciudad de color amarillo, ya que hasta antes de su llegada los pocos taxi que existían en La Arenosa eran de color negro azabache.

Ya en el sitio El Grill la Isla, ubicado en la Carrera 32 con calle 68, en la entrada nos revisó un mastodonte como de tres metros de alto y 200 kilos de peso, quien nos dejó seguir sin pedirnos identificación, ya que nuestros bigotes como hueso lleno de hormigas, nos daban una apariencia de mayor edad. Su única advertencia fue que para poder disfrutar del show era necesario el consumo permanente de licor. La regla era clara, si el trago se acababa se terminaba la función a menos que se ordenara otra botella.

El trago más económico y popular para ese entonces, era el ron Tres Esquinas ligado con jugo de naranja, el precio de la botella superaba lo que había en nuestras arcas así que tuvimos que completar con monedas y recurrir a esculcar nuestras billeteras, de estilo camuflado con cierre de velcro, y encontrar ese billetico, que todos tenemos doblado y bien escondido para “situaciones de emergencia”, no sin antes haber encontrado el almanaque que exhibe a una modelo voluptuosa en tanga y un preservativo que jamás utilizaremos. Lo más triste de todo fue que tuve que salir también de mi “dólar de la suerte” que me acompañaba desde hacía cinco años, claro que todo esto y más era válido con tal de satisfacer nuestra lujuria.

El sitio tenía un aire lúgubre, en una de las mesas le celebraban la despedida de soltero a un pobre cristiano que reflejaba en su cara emociones encontradas. Por un lado, la alegría de estar con sus amigos de juerga y con mujeres fáciles a su alrededor, por el otro, una preocupación extrema por saber lo que se le venía para encima.

Al fondo del lugar, en una mesa de la zona V.I.P. (léase Very Impudic People), se encontraba un tipo que abrazaba a una mujer con una ternura digna de quien le demuestra cariño al amor de toda su vida, mientras ella le correspondía con caricias y le picaba el ojo al caballero de enfrente.

Servida, en nuestra mesa, la hoy extinta botella de Tres Esquinas, les dije a mis esponjas amigos, “tomemos poquito y despacio para que nos dure toda la noche”. Nos servimos el primer trago ligado con jugo de naranja recién disuelta y, de inmediato empezaron a desfilar todas las chicas que trabajan en el sitio ejerciendo la profesión más antigua de todas diciendo “mi amor, ¿me regalas un traguito?”. Una a una desfilaban, sin que alguno de nosotros opusiera resistencia. Faltaba media hora para que iniciara el primer show de la noche y, el nivel de la botella bajaba a un ritmo endemoniado así que, tuvimos que desistir de seguir tomando y servirle sólo un dedo a las coquetas damiselas.

Por fin, llegó la hora esperada por todos, un caballero con micrófono en mano anunció a “Yadira, la ardiente”, quien salió de entre bambalinas bajo un juego de luces y humo digno de Las Vegas, mientras sonaba, a todo timbal y a punto de reventar nuestros oídos, la canción “I´m too sexy”del cantante Right Said Fred.

La artista era una paisita divina de no más de 21 años, quien con toda seguridad ya habría pasado la revisión de los 100.000 kilómetros. A medida que el disco avanzaba sus prendas de vestir iban cayendo una a una, lentamente, con una gracia y habilidad digna de una tigresa. Para ese entonces, las únicas tetas que había visto en vivo y en directo eran las de mi madre, quien no tenía un ápice de pudor para vestirse delante de sus hijos, así que ya podrán imaginar cómo se me salía la baba viendo a la diva de la noche.

Bailó por toda la tarima, se colgó de un tubo (metálico, no humano) meneando su escultural y curvilíneo cuerpo por todo el salón; yo sólo pensaba “quiero una así cuando sea grande”. Al llegar a nuestra mesa, ella misma y sin dejar de bailar se sirvió el último trago que le quedaba al patrimonio más cuidado de aquellos cinco muchachos.

Tan pronto terminó el disco (una hora después de nuestra llegada), se acercaron otras chicas ofreciéndonos otra botella. “No gracias, así estamos bien por ahora”, fue la respuesta del más veterano de mis amigos en estos menesteres. Una de ellas me brindó sus otros servicios, pero con la sinceridad que me caracteriza desde siempre le dije: “mija, no tengo un peso donde caerme muerto”, de inmediato se levantó de la mesa y le hizo una seña al mastodonte de la entrada quien velozmente se acercó a la mesa y nos puso de patitas en la calle.

De ahí salimos con nuestros bolsillos vacios, tan sobrios como llegamos pero más cachondos que de costumbre. Al llegar a nuestras casas quienes pagaron los platos rotos fueron nuestras respectivas novias de nombres “Manuela Pajares”, “Magola Torres”, “Manola Palma”, “Maria Izquierda” y ”la Cara e Puño”, quienes siempre estaban al alcance de nuestra mano.

Mientras los impulsos sexuales del hombre y la mujer sigan constituyendo una de las necesidades más fuertes de la naturaleza, existirá la prostitución. Esta es una situación lamentable, indudablemente, sin embargo, esto no da el derecho para que la persona prostituida sea tratada con desprecio y con total falta de consideración por la condición humana de estas personas, quienes corren un sinnúmero de riesgos para subsistir, soportando vejaciones y humillaciones de una sociedad que las segrega y estigmatiza.

Respeto a quienes son asiduos de comprar amor, más no comparto la idea de tener que pagarle a una mujer para probar sus placeres. ¡Ni el más maluco que fuera!

Veinte años después de esta anécdota aún puedo decir con orgullo que nunca he estado con una mujer la vida fácil…!ni lo volveré a estar!

Antonio Javier Guzmán P.

ajguz@yahoo.com