Soy feo, lo reconozco. Tal vez no el más feo de todos pero debo aceptar que jamás recibiré un contrato para hacer un comercial de gaseosa, de ropa o mucho menos algún producto de belleza. Nunca he sido el tipo que llegue a un sitio y las mujeres digan “wow, miren quien llegó, ese tipo está buenísimo”. Seguramente me voy y ni se enteran que estuve por ahí.
A temprana edad me di cuenta de que era feo, al notar frecuentemente que al que estaba a mi lado era al que le decían “ay que niño más bonito”. Esta situación en vez de traumatizarme, hizo que me esforzara por ser mejor persona, pues hermoso ya no podía ser. ¡Y, es que tenía que ser así!, ¿Acaso alguno de ustedes conoce a un feo mala gente? Mientras me esmeraba por ser mejor persona, ¿qué hacían los guapos?, pues se la pasaban mirando al espejo alimentando su ego, se sacaban cientos de fotos ligeramente maquilladas con Photoshop y las ampliaban para ponerlas orgullosos en la salas de sus casas. Además, creen ellos que por ser bonitos tienen un billete de cien dólares pegado en su cara y que por esto todo el mundo les va a querer, pero se equivocan.
Conseguir novia, siempre fue un reto superior a cualquier otra cosa, ya que eso de “amor a primera” vista conmigo siempre fue una utopía, todo por ser feo. Mientras que mis amigos bien parecidos llegaban a una fiesta y casi de inmediato conquistaban a las más bellas con una simple sonrisa, a mí, con buena suerte esa noche, me tocaba charlar con la fea de la fiesta.
Para colmo de males, Dios me concedió un gusto exigente para las mujeres, así que no quería conformarme con cualquiera. Mi novia o mi futura esposa además de inteligente, correcta y trabajadora debía ser muy hermosa. Tarea difícil, incluso para un galán de cine ahora imagínense para este pobre feo.
Como Dios aprieta pero no ahorca, lo que me quitó en estética me lo dio en ingenio y recursividad. Fue así como con mucha imaginación, detalles encantadores, buen humor y mucha persistencia pude conquistar a la que hoy es mi esposa, una morena espectacular, dueña de unas musculosas y torneadas piernas, bronceado perfecto y un rostro similar a la famosa actriz Halle Berry (lo único que esta aventaja a mi esposa, son unos cuantos ceros a la derecha en su cuenta bancaria).
Durante nuestros primeros meses de novios, la gente a nuestro alrededor claramente se preguntaba: “¿Qué le vería semejante mujer a ese tipo?”, a lo que ellos mismos se respondían “de seguro tiene plata”, “el tipo debe estar bien dotado” o “la pobre debe estar pagando una penitencia”.
¿Plata yo?, si claro… por pagar. ¿Bien dotado?, no seré como el trípode del Tino Asprilla, pero tengo lo justo y necesario con que responder. ¿Pagando una penitencia?, ya llevamos más de quince años juntos, así que no creo que exista una manda tan larga y tan amarga como esa. Con lo que la gente no contaba era con mi forma de ser divertida y, como lo dice el sabihondo de Jota Mario Valencia “lo importante es la personalidad” y a mí de eso si que me sobra. Es que a los feos, nos toca desplegar otros lados de nuestra personalidad, así como los ciegos o sordos desarrollan otros sentidos para suplir del que carecen.
Cuando las amigas de mi novia le preguntaban cómo era su nuevo novio ella contestaba “es muy buena gente y de excelente humor”, y físicamente ¿qué tal está?, “es muy buena gente y de excelente humor” volvía a decir mi inocente enamorada.
Lejos de enfadarme con sus respuestas, a mi me daba la seguridad de haber encontrado el verdadero amor. Es así que aparte de mi señora madre, quien me enseñó que “la verdadera belleza está en el interior”, sólo quien me amara de verdad se podía acercar a mí.
Pasado unos meses de mi relación amorosa, ya me sentía seguro de mi conquista y esa confianza se empezó a reflejar en mi personalidad, ahora el feo que antes nadie miraba era centro de atención. ¿Quién lo diría, hace meses no levantaba ni el polvo y ahora resulta que hasta tengo club de fans?
Años más tarde, mis amigos apuestos se pusieron calvos, les apareció una enorme barriga y ya no queda nada o poco de su efímera belleza, excepto por ese viejo cuadro con su foto en la sala de su casa. Yo, en cambio sigo siendo igual de feo que cuando adolescente, mi talla de pantalón es la misma desde hace más de 20 años, el mismo poco cabello de siempre y algunos hasta aseguran que me sientan bien los años.
Ya estoy curado en salud, nunca me he amargado la vida por ser feo y nada va a cambiar, además que no creo que el ser feo me haya restado oportunidades, al contrario me siento afortunado al poder reírme de mi mismo porque nunca me faltará diversión.
Por eso amigo lector(a), si eres uno de esos feos(as) como yo, te invito a que dejes de juzgarte frente al espejo, tires la balanza por la ventana y no le prestes atención a esos que tratan de discriminarte, la belleza es relativa, así que además de sentirte mejor contigo mismo, de seguro te ahorrarás mucho dinero.
Recuerda, si eres mujer hay un dicho que dice “la suerte de la fea, la bonita la desea”, y si eres hombre también existe este otro que dice “el hombre es como el oso, entre más feo más sabroso”… ¡así como yo!
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com