jueves, 17 de marzo de 2016

Nerón y mis miedos



Cuando era niño le tenía miedo a los perros. El temor se incrementó cuando siendo adolescente el perro de un vecino (un pastor alemán de nombre Nerón) me correteó por toda la cuadra hasta morderme el tobillo a su antojo. Desde ese día, cada vez que pasaba por su casa, Nerón me veía, pelaba sus caninos y tras el primer ladrido yo emprendía la huida. Parecía que me la tuviese velada, mientras otras personas pasaban el perro ni se inmutaba, pero nada más era que me viera a metros (siempre caminaba en la acera contraria al perro) para que de inmediato descargara toda su rabia contra mí. Era como si el perro pudiese oler mi miedo.

Dicho temor me hizo tomar la decisión de elegir una ruta alterna para llegar a mi casa cuando regresaba de la universidad. Pese a que el bus me dejaba a tan solo media cuadra de mi hogar, debía enfrentar al perro, por lo que opté por darle la vuelta a la manzana y así evitar el sofoco al que ya me tenía acostumbrado el llamado mejor amigo del hombre.

Cualquier día, de regreso a mi casa, me encontré en el bus con una vecina que me hacía sentir mariposas en el estómago. Al verla le busqué conversación y ella aceptó plácidamente. Hablamos durante todo el camino y al llegar a nuestro destino nos bajamos y empezamos a caminar con rumbo a nuestras respectivas residencias. Yo iba encantado con la compañía de mi amiga, pero tan pronto recordé que iba directo a la casa de Nerón y por la misma acera empecé a sudar frío. Quise decirle a mi vecina que tomáramos otro camino pero era lo más absurdo que ella hubiese podido escuchar y ni de riesgos le diría que le tenía pánico al perro así que respiré profundo, conté hasta diez y seguí mi camino tratando de parecer lo más calmado posible.

Al pasar por la casa de Nerón mi corazón latía a millón pero me enfoqué en mi amiga, le conté algo gracioso y ambos reímos sin parar. Para mi sorpresa, Nerón ni pestañeó, por el contrario se quedó echado en el piso y creo que hasta movió su cola. No podía estar más contento, por un lado estaba ganando puntos con la chica que me traía de cabeza y por otro pude caminar frente a Nerón sin que éste me quisiera morder enfrentando uno de mis peores miedos hasta ese momento.

Al día siguiente pasé nuevamente (esta vez solo) por la casa del perro, con algo de miedo lo acepto, pero con un toque de arrojo y valentía que me inyectaba el deseo de superar mi miedo a dicho animal. El resultado fue el mismo que el día anterior. Nerón se acercó a mí, me olió y siguió su camino como si nada.

Desde ese día me di cuenta que los temores, al igual que los problemas, no se solucionan alejándonos de ellos, no. Lo mejor que podemos hacer es darles la cara, tener buen humor, conservar la calma, respirar profundo, enfrentarlos y como en mi caso, caminar en la misma acera que Nerón.

@ajguzman