Primero que todo arranco diciendo que
soy barranquillero cien por ciento, juniorista hasta los tuétanos,
comedor de butifarra con bollo de yuca, fanático de los carnavales y
amante de mi ciudad. Lo dejo claro para que luego no digan “cachaco
tenía que ser”. Supongo que el artículo en mención me generará muchos
detractores, pero este sentimiento lo tenía guardado desde hace ya
varios años y hoy me sale expresarlo, de la mejor manera, con el fin de
sembrar la inquietud en los barranquilleros que leerán este artículo y
por qué no, de empezar a generar conciencia en el tema.
Desde que tengo uso de razón, no hace
mucho por cierto, he escuchado de los barranquilleros la famosa frase
“Barranquilla, el mejor vividero del mundo” y confieso que llegué a
creérmelo durante un tiempo cuando mi inocencia y corta edad no me
permitían ver más allá de mis narices. Hoy, los años, la experiencia que
vienen con ellos y el vivir fuera de la ciudad me han dado la facultad
de revaluar ese autoproclamado título.
Vayamos por partes. Lo primero que nunca
he entendido es el por qué los barranquilleros nos creemos hijos de
mejor madre dentro de la costa, cuando en realidad todos hemos sido
paridos por la misma vulva llamada región Caribe. Es cierto que estamos
un poco más avanzados que nuestros vecinos cartageneros y samarios pero
no precisamente por nuestras grandes virtudes sino por el privilegio
geográfico que convierte a nuestra ciudad en un excelente punto
estratégico para que prestigiosas empresas se radiquen en ella y traer
por ende el progreso. Tal vez citando el refrán que dice “en país de
ciegos, el tuerto es rey”, los ciudadanos de la otrora “Puerta de Oro de
Colombia” nos sentimos como si fuésemos de la realeza y que por
nuestras venas corre sangre azul cuando en realidad somos unos plebeyos
más de la costa Caribe colombiana.
De manera reiterada uno de los
argumentos que dan los defensores de la dichosa frase es que en
Barranquilla se hace lo que nos da la gana y que por ende aquí la gente
vive y se siente feliz. Basados en ese cuentecito chino nos dejamos
llevar por el desorden y el abuso. Precisamente ese mismo argumento lo
utilizo para decir todo lo contrario. Una ciudad donde la gente hace y
deshace lo que le plazca difícilmente será un buen vividero. El buen
vivir debe ir de la mano con las buenas costumbres, el cumplimiento de
la ley y el respeto íntegro a las mínimas normas de convivencia.
Estoy de acuerdo en que por ser
caribeños somos de espíritu alegre, pero en Barranquilla, muchas veces,
confundimos la alegría con la chabacanería, la rumba con el irrespeto y
la libertad con el libertinaje. Una cosa es ser alegres y otra
completamente diferente es ser mal educados. En la Barranquilla de los
años 70 esta ecuación funcionaba a la perfección y para ese entonces
Barranquilla si era el mejor vividero del mundo, tal como lo anota el
sicólogo Haroldo Martínez: “…Lo que a mí me sedujo para quedarme fue el
comportamiento social de los barranquilleros, una mezcla equilibrada de
respeto, buenas maneras, lenguaje amable y un vacile firme en el que
nadie salía ofendido. La consecuencia era una atmósfera social en la que
todos estábamos a lo bien y, por tanto, cada uno contribuía a
mantenerla.” La alegría, el respeto y la educación no son excluyentes y
pueden ir de la mano fácilmente, pero aquí optamos por la salida más
fácil. ¡Porque ajá, aquí hacemos lo que nos da la gana!
La falta de civismo es otra cosa que
aqueja a los barranquilleros. No puedo negar que la ciudad ha tenido un
gran crecimiento en infraestructura. Hoy día contamos con el Transmetro,
más y mejores avenidas y buenos sitios para el uso y disfrute de todos
sus ciudadanos. Pero para que lo conseguido con tanto sudor y lagrimas
sea sostenible en el tiempo se necesita el compromiso de todos y cada
uno de los que viven en esa hermosa tierra. Sin embargo, la realidad
dista mucho de ese ideal. Para la muestra varios botones: avenidas
sucias, vandalismo en los buses de transporte masivo, niveles altos de intolerancia, inseguridad en las calles, el Paseo Bolivar se cae a pedazos, y mucha gente dañando lo que se les atraviese.
Ahora bien, atrévase de casualidad a
llamarle la atención o corregir a alguno de los infractores mencionados
anteriormente para que tomen conciencia. En el mejor de los casos será
tildado de sapo o lambón. Si no corre con tanta suerte, puede toparse
usted con alguien que le meta la mano o le saque un fierro. ¡Porque ajá,
aquí hacemos los que nos da la gana!
Otro aspecto importante es el pasmoso
conformismo que cargamos y que como herencia, pasamos de generación en
generación. Son tantas las cosas mal hechas o a medias a las que día a
día nos enfrentamos sin alzar una voz de protesta que ya nos creemos que
el trabajo mediocre está bien hecho y, peor aún, creemos que es lo que
nos merecemos.
Aquí, en las calles no tiene prelación
el que lleva la vía, la tiene el carro más grande o más caro. Aquí no
hacemos fila, aquí nos colamos. Aquí impera la ley del más vivo y se
vive del bobo. Aquí le pitamos al vecino sin cesar cuando el semáforo
aún no ha cambiado. Aquí nos escudamos alegando que todos hacen lo
mismo. Las leyes son para los tontos, no para nosotros. ¡Porque ajá,
aquí hacemos lo que nos da la gana!
Capítulo aparte, marcado en negrilla, en
mayúscula y con asteriscos merecen nuestros famosos dirigentes. Ellos,
una de las mayores trabas que tiene Colombia, trabajan incesantemente
por llenar sus bolsillos y cuando logran rebosar el saco (cosa que rara
vez sucede) las sobras se las “regalan” a Barranquilla. Lo tengo muy
claro, si el pueblo barranquillero prospera es a pesar de su gobierno y
no gracias a él. Y en este punto en particular todos los ciudadanos
tenemos completa responsabilidad porque hemos sido nosotros los que una y
otra vez elegimos a los mismos de siempre y luego a sus hijos, sobrinos
o primos. Unos venden su voto por una bolsa de cemento, algunos por
$50.000, otros para hacerle un favor a alguien para que le den un puesto
que nunca llega y muchos no votan alegando que de todas formas quedará
ese fulano que no quieren. Aquí todos lo saben, siempre lo hemos sabido,
pero nadie dice o hace nada, ¡porque ajá, así somos “felices”!
No hacemos nada para que las cosas
cambien, decía, y preferimos quedarnos con la boca cerrada. Pero hay de
que algún ciudadano o foráneo sea capaz de cantarnos unas cuantas
verdades para que de inmediato brinquemos y nos explayemos con el mejor
vocabulario soez que poseemos en contra de dicho individuo con tal de
“defender” a Barranquilla. Sinceramente no entiendo ese falso orgullo
patrio. Aquí tenemos tanta, pero tanta moral, que hemos logrado tener
dos.
Hoy, cuando estamos a pocos días de dar inicio al TLC, los ojos del mundo están sobre Barranquilla. Esta vez por tener el espacio geográfico con mayor potencial para convertirse en la plataforma exportadora del país.
Es por eso que los granes líderes que nos han visitado concuerdan que
para tener éxito también es necesario que la ciudad se convierta en la
“capital de la transformación social”, como lo dijo Gustavo Mutis,
presidente del Centro de Liderazgo y Gestión. Y para lograr dicha
transformación el cambio debe empezar por ti, por mí y por todos.
La familia, las escuelas y universidades
juegan un papel importante en esta transformación de la cultura
ciudadana. La educación que se transmite en casa con el ejemplo y la que
se recibe en las instituciones, es un factor importante para mejorar la
calidad de vida, para reducir las diferencias sociales, para enfrentar
con posibilidades de éxito los desafíos que plantea la vida, para
entender que lo que hago como individuo afecta lo colectivo, lo personal
afecta a la comunidad.
La educación por sí sola no garantiza
ningún proceso de transformación, además se necesita la voluntad,
decisión, capacidad, liderazgo, responsabilidad y compromiso de quienes
tienen en sus manos la conducción y dirección de las políticas y
estrategias del país y de la educación.
Ya es hora de dejar atrás las excusas,
la pereza y la falta de compromiso. Es tiempo de que la ciudad vuelva a
convertirse en la Puerta de Oro de Colombia. Hagamos los méritos
suficientes para de verdad ser, no el mejor vividero del mundo, pero al
menos si uno muy bueno.
¡Manos a la obra!
*Espere el próximo Lunes: "El mejor regalo para Nico"
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com