jueves, 14 de julio de 2011

Mis Celulares


Hace 20 años mi vida era simple y descomplicada, reinaba la paz y la tranquilidad. Al salir a la calle iba ligero de cargas, sólo mi billetera con mis documentos de identidad y unos cuantos pesos bastaban para sentirme seguro. Las llamadas urgentes escaseaban y cuando estas se presentaban me dirigía a un teléfono público para hacer la respectiva llamada.

Cuando la salida era con un grupo de amigos, desde temprano acordábamos la hora y punto de encuentro y después no había cabida para un cambio de planes. Todos éramos puntuales y las excusas brillaban por su ausencia.

Tanta simplicidad empezó a desaparecer en la década del 90 con la llegada de las tecnologías de la comunicación a Colombia. El desorden lo inició el beeper o busca personas y a mi novia de turno se le ocurrió la magnífica idea de comprar un par de este artefacto para estar “más en contacto”, según sus propias palabras. Subscribimos el servicio con la empresa Delacom, nos entregaron a cada uno un aparato marca Motorola, delgado con carcasa sintética y transparente, tenía varias funciones además de recibir y almacenar mensajes, fijar hora y fecha, establecer una alarma, cambiar de tono o vibración a silencio, medidor de carga de la batería e indicador de memoria llena. Los primeros días de uso mi enamorada me bombardeó con mensajitos encantadores: “te extraño”, “te quiero”, “te necesito”, a lo que yo respondía de igual forma y casi de inmediato, si las operadoras de Delacom atendían la línea telefónica. Hasta ahí todo bien, un poco cursi pero nada de qué alarmarse. El problema llegó con el primer fin de semana de cervezas con mis amigos, ya que no tenía cerca un teléfono para poder responder. Los mensajes románticos se convirtieron en obsesivos compulsivos: “¿dónde estás?”, “¿con quién estás?”, “¿cuántas cervezas te has tomado?”, “¿a qué hora piensas llegar?”. Al menos en ese entonces tenía la tonta excusa de decirle que los mensajes no entraron porque me encontraba en un sitio donde la señal no llegaba. Un día tomé la sabia decisión de cancelar ambas suscripciones, me refiero al beeper y a mi novia.

Luego, para mejorar o complicar las cosas, en el año de 1.994 hizo su entrada triunfal la telefonía móvil celular en Colombia y en la Costa Caribe la empresa Celcaribe fue la pionera y líder en este sector.

El primer equipo celular en salir al ruedo en Barranquilla fue el Motorola Dynatac 8900x, que venía en una valija o maletín, pesaba casi 1 kilo, un encarte total para el dueño y a un precio astronómico de $2.000.000 (todo una fortuna en esos días). Cursando primer semestre en la universidad, uno de mis compañeros recibió este equipo de regalo de su adinerado padre. El desfilaba por las instalaciones del alma mater muy orondo como un pavo real luciendo su bello plumaje. Yo, que no me lo soportaba, para bajarle los sumos cada vez que lo veía le decía “ey, ¿cómo va el partido del Junior?” y este echaba humo de la ira por sus oídos. Luego apareció el Motorola Micro Tac, que de micro no tenía nada, aunque comparándolo con su antecesor este era realmente pequeño pero el precio seguía por las nubes.

Un año después llegaron los primeros equipos accesibles al bolsillo del proletariado, de marca Ericsson DH318 con planes prepago, y como los barranquilleros somos “espanta jopos”, todos salimos a comprar uno de esos y yo no fui la excepción. Para ese momento los equipos celulares disponibles eran de tecnología análoga, de color negro, antena de unos diez centímetros, teclado luminoso y contaba con sólo tres clases de timbre, todos desesperantes por cierto.

Los primeros meses de tenerlo sólo sonaba cuando se me caía porque nadie me llamaba y las tarjetas prepago que le ingresaba duraban lo que un dulce en una guardería, ya que cobraban hasta las timbradas. Todas las noches lo ponía a cargar pero al día siguiente al medio día la batería expiraba. Pasaron dos meses sin cargarle una tarjeta y Celcaribe me sacó de su lista de usuarios.

Un año más tarde llegaron los equipos Nokia 2110 y con dicha marca todo fue amor a primera vista, su manejo era a prueba de tontos, teclas grandes, pantalla de 3 líneas, calendario, agenda de 100 contactos, comandos sencillos y una nueva y útil función de alarma, y con esto fueron desapareciendo los relojes digitales de todas las habitaciones. Era una panela que pesaba casi medio kilo y además de celular me servía como arma de defensa personal por su gran tamaño. Su antena era plegable y con el tiempo fue perdiendo su forma haciendo que la calidad de las llamadas se fuera deteriorando. Cargaba un par de baterías extras y lo guardaba en un espantoso estuche de cuero con banda elástica en los laterales y plástico transparente para la pantalla. Me afilié a un pequeño plan post pago y tomé el recargo de identificador de llamadas.

Para el deleite y fortuna de todos los usuarios, Celcaribe lanzó un seguro contra hurtos por una módica suma mensual teniendo este una gran acogida. Extrañamente uno a uno de esos equipos asegurados fueron “robados” por manos misteriosas, pero la simple y llana realidad era que iban a dar a la caneca o algún cajón de un escritorio para poder hacer reposición de equipo. El mío me lo quitaron tres maleantes de dos metros cada uno, y con la explicación de los hechos aprendida de memoria hice una denuncia juramentada en un CAI para luego llevar este documento a Celcaribe a pedir un reembolso o actualización de mi equipo.

El dispositivo elegido para la reposición fue el último grito de la moda en tecnología móvil celular, el famoso Baby Nokia 5180, más pequeño y ligero que el anterior, sólo pesaba 170 gr., saludo inicial, cronómetro de llamadas, restricción de llamadas, agenda para anotar citas importantes, capacidad para guardar 150 contactos, los primeros timbres polifónicos y 3 juegos contando el famoso y entretenido juego de la culebrita en el que gasté cientos de minutos de mi valiosa existencia, obteniendo marcas imposibles de superar. Con este equipo envié mis primeros mensajes de texto y era completamente feliz con todas sus funciones, si por mi fuera lo hubiese conservado por siempre, pero una noche de copas una noche loca se sumergió en un sanitario y no hubo poder humano que lo pudiera arreglar dándole cristiana sepultura una semana después.

Con la llegada de la tecnología GSM a Colombia llegaron los equipos con SIM cards, había cientos de marcas y modelos nuevos. Yo seguí fiel a mi marca preferida y adquirí el Nokia 6010, ligero, plano, pantalla a color, antena interna, batería de larga duración, novedoso modo de vibración para las llamadas en reunión y juegos más divertidos como carrera de carros, golf y skate (patinaje).

Para esos días hizo su entrada con bombos y platillos, la compañía de telefonía PCS, OLA, prometiendo el cielo y la tierra en servicios, cobertura y precios bajos. No bastando con tener un celular me suscribí a Ola con un plan como “pionero” en el cual se podía hablar a sólo $30 el minuto entre usuarios del mismo operador. El equipo elegido fue el Nokia 3220 con más luces que una discoteca y cámara fotográfica de 3 mega pixeles. Entonces ya mis dos bolsillos iban cargados, pero desafortunadamente no de dinero.

Para colmo de males, la compañía con la que laboraba tomó un plan empresarial con Bellsouth (hoy Movistar) y me asignó un teléfono para uso exclusivo de mis funciones como asistente comercial. El equipo era un Nokia 6101, de tapita, cámara fotográfica, video, radio y novedosos juegos.

Recibiendo llamadas en los 3 celulares, a veces simultaneas, me sentía como empleado de un SAI, sin contar la cantidad de mensajes de texto promocionales que las empresas de celulares enviaban y por la novedad los leía todos, aunque con el tiempo borraba todo lo que llegaba al buzón de entrada, trayéndome algunos problemas con mi jefe y novia del momento.

Uno a uno de estos tres equipos fueron desapareciendo. Al 6020 se le partió la pantalla de cristal al sentármele encima, el 3220 lo cancelé por el mal servicio de OLA y el 6101 me lo canceló la empresa al prescindir de mis valiosos servicios.

Gracias a esos eventos del destino volví a la normalidad quedándome con una sola línea celular en Comcel que ya había absorbido a Celcaribe. Extendiendo mi contrato por un año pude hacer una reposición de equipo. Esta vez quería pagar lo menos posible por el aparatico, así que preguntándole a la asesora encargada “¿cuál me sale a cero pesos?”, el susodicho fue nada más y nada menos que el famoso y popular Nokia 1100 apodado “la flecha” porque todo indio lo tiene o “el sisben” porque cualquiera lo tiene. Este compañero de mil batallas me acompañó por varios años, su pequeño tamaño, peso ligero, batería de larga duración, linterna y diferentes mundos de “la culebrita” era todo lo que necesitaba y no existía daño alguno que no pudiera ser arreglado por los calanchines de Fedecafé o el Centro Comercial Habitat.

Magullado por el paso del tiempo, el uso y el abuso del trajín diario, cada vez lo exponía menos a la vista de las demás personas por miedo a la burla de mis amigos que ya lucían sus hermosos y sofisticados teléfonos inteligentes.

Presionado por el consumismo y la necesidad de estar conectado las 24 horas del día, cambié mi viejo Nokia 1100 con mucho pesar y resignación por uno de última tecnología para estar uniformado y “a la altura” del medio que me rodea. Desde ese día he sufrido bastantes síntomas que no me dejan tranquilo por lo que visité al médico y le conté mis síntomas: “doctor, no sé qué me pasa, me duelen los pulgares, estoy desconcentrado todo el tiempo, me siento aislado, casi no parpadeo, siento los ojos resecos, parezco un zombi, me duele la cabeza y la nuca con frecuencia, me he chocado en el carro dos veces en tres meses, escucho piticos que nadie más oye, me río solo, ¿qué tengo doctor?”, su diagnóstico fue claro y certero: “tienes un Blackberry y por favor mírame a la cara cuando estés hablando conmigo”.

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com