Uno de los personajes más singulares sin duda alguna en la ciudad de Barranquilla fue el popular Randy. Cuando estudiaba en el Liceo de Cervantes, por allá en 1989, era muy común verlo entrar como Pedro por su casa a las instalaciones del colegio.
Era alto, corpulento, de unos treinta y tantos años tal vez, a lo mejor muchos menos, pero con una barba que le hacía parecer de más edad. Siempre vestía de pantalón largo sujetado por una cuerda que hacía las veces de correa, sandalias de cura, un bolillo de madera, un casco amarillo, una pequeña libreta con un lápiz mongol número 2 con la punta como sacada a machetazos y la infaltable botella de Coca Cola litro en la que siempre llevaba su bebida favorita, el café puro, cien por ciento colombiano.
Como lo dice magistralmente Ricardo Buitrago en su blog: “Randy fue una persona que permaneció diáfano y puro, como Dios lo entregó a este mundo. Su trasegar por algunas calles de nuestra ciudad se recuerda con cariño pues iba dejando el rastro de una personalidad incontaminada del mal que permea a quienes no tienen esa llamada condición especial, para muchos limitante, que si bien no le permitió desarrollar algunas facultades tampoco que ensuciara su corazón con impurezas mundanas. Randy, como otros seres de su condición, fue la materialización de un Ángel que desde la inmortalidad espiritual seguirá velando por quienes ahora tristes añoran su partida. Su rostro sigue ahí, en una parte del imaginario ciudadano, del que también forma parte como historia. ¡Fue un personaje barranquillero!”
Es cierto, Randy era un ángel. Pero eso si, por mucha paz y amor que respirara todo se iba al traste y se convertía en otra persona cuando alguien le gritaba –¡Randy, perdió el Junior!- Ahí si, como decía Don Ramón “patitas pa´ que te tengo” porque esa mole se te venía con todo, botella, casco y bolillo incluido, a correrte la madre con ese sabor caribeño que él tenía.
Si, Randy vivía por y para el fútbol y se podía pasar horas viendo los partidos que se celebraban en el Cervantes entre los estudiantes, se sentaba como cualquier técnico y escribía notas en su libreta que solo él entendía. Y por supuesto el Junior era su pasión y lo defendía a capa y espada.
Hoy, a pocos días de su muerte, vivirá la final del equipo tiburón desde la mejor grada de todas, y desde allí lo apoyará y le enviará toda esa energía que nuestro equipo necesita para que al final del encuentro todos los barranquilleros podamos agradecerle por su compañía gritándole a todo pulmón para que lo escuche en el cielo -¡Randy, ganó el Junior!-.
Antonio Javier Guzmán P.