Era el año de 1.990 cuando me acercaba al final de mi adolescencia (tenía 17 años) y acepté ir a la que sería mi primera fiesta. Algunos estarán pensando que empecé muy tarde mi vida social, sin embargo, les diré que en los años anteriores sólo concebía los fines de semana para jugar fútbol, tal era mi pasión por ese deporte, que ya mis progenitores estaban preocupados por no mostrar interés alguno en el sexo opuesto.
El “ojo-meneado” de dicha fiesta, era el primo del sobrino de un amigo de mi vecino así que no podía hacerle un desaire y decidí asistir, no sin antes pedirle consejos a mi hermana, que para ese entonces tenía 19 años y, eso si con experiencia de sobra en todo lo concerniente a lo que rumbas se refiere.
El primer y duro paso fue escoger mi ropa y, por increíble que parezca a esa edad yo todavía no tenía ni voz ni voto en cuanto a mi vestimenta; recuerdo que mi madre me llevaba a los almacenes de ropa sólo para medirme lo que me iban a comprar. Empezamos por sacar todo mi guardarropa para escoger un par de atuendos, pero no encontramos nada rescatable; lo más moderno era un pantalón color vino tinto con un bies blanco a los lados, muy de moda en ese tiempo, pero demasiado informal y difícil de combinar, así que pasamos al plan B que era conseguir algo prestado. Empecé por ver en el armario de mi hermana, ella tenía un jean Marithé Francois Girbaud, con más bolsillos que una chaqueta de pescador y más ancho que el colegio Americano, el cual se sujetaba con una correa que tenía una punta al final y que se le hacia un nudo y quedaba colgando, el cual me quedó perfecto. Para conseguir la camisa me fui donde mi cuñado de turno y encontré una rosada de lino y los zapatos unos Top Sider de 3 colores los cuales llevaban una especie de campanitas al final de los cordones que si se desarmaban no había poder humano que los volviera a armar. Medias blancas deportivas al mejor estilo de Michael Jackson, mi reloj Benetton que me acompañaba a todos lados y un poco de perfume de mi padre, marca Drakar y listo. Pa’ que pero me veía pintoso!
Escogido mi atuendo, el siguiente paso era aprender a bailar y como disponíamos de poco tiempo mi hermana puso a sonar el toca disco y me dijo: “muéstrame lo que tienes”, para resumirles este episodio, creo que el que se inventó la frase que dice “tiene dos pies izquierdos”, debió verme a mí en ese momento. Mi hermana decía que me dejara llevar por la música, pero que va, en ese momento más oído tenía un ojo que yo. Así nos fuimos para la fiesta, mi descompás y yo.
Al llegar a la fiesta noté que en el menú no había helado ni pudin, en vez de eso había un coctel preparado con Tres Esquinas y Zumm (el mancha tripas de la época), salchichitas cortadas en cruz fritas en Coca-Cola y el infaltable y delicioso bollo ‘e limpio. La música de Mr. Aguja amenizaba la fiesta con canciones de Wilfrido Vargas, Los Hermanos Rosario, La Familia André y uno que otro vallenatico del Binomio de Oro. La decoración de la fiesta eran un globo de pequeños espejos girando en el centro de la pista, una luz fluorescente que hacia brillar todo lo de color blanco, de vez en cuando salía humo de hielo seco expulsado por una aspiradora y un flash que me hacia marear en menos de cinco minutos.
Aunque hoy en día no soy un Adonis ni nada parecido, tengo algunos atributos atractivos para las mujeres como son mi porte, mi esbeltez y un poco de parla, en esa época era bajito, gordito, tímido y sin un peso en el bolsillo, pero eso sí me destacaba por un gusto exigente, así que la primera mujer que tuviera el honor de bailar conmigo debía ser la más hermosa de la fiesta. Esta era una rubia angelical, con unos ojazos color miel y un parecido exagerado a la cantante y actriz mexicana Lucerito, recuerdo que lucía el muy de moda copete de Alf, unas boticas Reebok, jeans ajustados y una blusa con hombreras, que la asemejaban a jugadora de fútbol americano; me acerqué a ella y pretendiendo disimular mis nervios le dije: “¿Bailamos?”… ella me miró con cara de “¡Helloooo, o sea, nada que ver, ubícate!” pero al ver que yo no entendía el mensaje, soltó un rotundo NO por respuesta, que hoy todavía retumba en mis oídos y ha sido motivo de muchas visitas al sicólogo.
Para darme ánimos, me dije que era muy apresurado y me había puesto mi meta demasiado alta, así que continué en mi búsqueda. La siguiente víctima no era tan bonita, ella más bien calificaba en el segmento de las “buenonas”, dueña de un culo apoteósico digno de los cuadros de Aguaslimpias y de ñapa usaba un jeans marca Huff and Puff (el propio levanta cola) por lo que me es difícil recordar su cara. Su respuesta fue menos traumática e igual de frustrante: “ahorita no, estoy cansada”, esta frasecita es empleada hoy en día por muchas esposas…
Con el rabo entre las piernas volví a mi mesa y, pensé que si estuviera jugando fútbol a lo mejor ya habría hecho varios goles, en cambio aquí estaba perdiendo y por goleada.
Estaba a punto de darme por vencido cuando recordé un sabio consejo de mi padre: “saca a bailar a la más fea que esas nunca dicen que no”. Encontrar a este personaje en la fiesta fue muy fácil, estaba sentada en un rincón, tenía más dientes que una pelea de perros y más maluca que una patada en los huevos, usaba un vestidito infantil estilo repollo, zapaticos de charol de los años 50 y dos colitas de caballo al estilo Chilindrina. Me armé de valor y caminé en dirección a ese rincón, sólo con notar mis intenciones ella me tomó de la mano y me llevó a la pista de baile, con una cara de perro de rico asomado por la ventanilla del carro. Ya en la pista de baile trataba de recordar los tips de mi hermana: “déjate llevar por la música, siéntela!!!”, yo lo único que sentía era que mis amigos se estaban burlando de mi por el levante que había hecho y mi peculiar forma de bailar. Decidí hacer caso omiso y cerré mis ojos, me imaginé que estaba bailando con Lucerito y en ese momento empezó a fluir el baile por mis venas y todo mi cuerpo. ¡Cuánto le debo a esa pobre fea!, como no la volví a ver jamás nunca pude darle las gracias por lo que aprendí en ese momento, lo que supe de ella es que era madre de dos hermosos cachorritos.
Después de azotar baldosa durante cinco discos seguidos, mi confianza estaba repuntando así que, decidí sentar a Betty…la fea y emplear una nueva táctica para conseguir más parejas, esta consistía en ir ascendiendo poco a poco en la belleza hasta llegar nuevamente donde “Lucerito” quien me esperaría ansiosa y con los brazos abiertos. Así lo hice y con mis nuevas parejas fui poniendo en práctica nuevas técnicas de seducción como soplarle la orejita, una mano acariciando su nuca y la otra que se deslizaba, apretar más con cada vuelta y brillar hebilla, ¡ah que tiempos aquellos!
Una a una fueron pasando por este pecho y sólo faltaba Lucerito de postre, por lo que nuevamente me acerqué hasta ella, eso si esta vez con una confianza digna de actor de telenovela, sólo le estiré mi brazo y …(sería fácil decirles que aceptó y bailamos el resto de la noche sin sentarnos ni un minuto, pero la cruda realidad fue otra)… se sonrió sin decir palabra, hasta que yo con el brazo aún estirado entendí que se estaba burlando de mi; de haber tenido un machete cerca me habría cortado el brazo con tal de no tener que devolverlo.
Pese a todo, al finalizar la fiesta mi balance fue positivo, (¿consuelo de tontos?) poco a poco estaba aprendiendo a bailar y conocer los trucos a la hora de las conquistas. Allí empezó a vislumbrarse el galán que estaba dentro de mí.
Mujeres de Barranquilla…..allá voy!!!
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com