Hace diez años era hincha fiel del Atlético Junior, era la época del Pibe Valderrama, Valenciano, Pachequito y otros más, que nos deleitaban con su fútbol exquisito y productivo. No me perdía ningún partido y hasta tenía mi abono para todos los encuentros. Admito que aproximadamente hace cinco años, perdí interés por el Junior y por el fútbol colombiano en general, debido a su irregularidad. Sin embargo, el estar viviendo fuera de Barranquilla, lejos de mi ciudad, ha hecho que brote en mi nuevamente la llama tiburona.
Aprovechando mi estadía por estos días en la ciudad de Medellín, decidí ir al estadio a acompañar al equipo de mis entrañas que jugaría contra el Deportivo Independiente Medellín, en el estadio Atanasio Girardot en las semifinales del fútbol colombiano. La boleta de “Nortes y Sures” (no se por qué razón los paisas pluralizan los sectores pero así le dicen) cuesta $11.000 (tabaco incluido), las de “Occidentales” $38.000 y la de “Orientales” $22.000. Me decidí por esta última, no por el precio, ni más faltaba, un hombre tan pudiente como yo fácilmente podría comprar un asiento al lado de la gramilla, pero como la idea era vivir el partido en un nuevo ambiente me quise mezclar entre la clase media paisa.
Un amigo, hincha a morir del DIM, al enterarse de que iba al partido me dijo “tranquilo parce, no lleve cuchillo que allá le dan”, esa frase hizo que mis temores se incrementaran al máximo, aunque ya con boleta en mano no tenia reversa. Decidí dejar la camiseta del Junior en mi maleta y me puse una de color amarillo esperanza (sé muy bien que el color de la esperanza es el verde pero dicho color no se puede ni mencionar entre los hinchas del DIM).
Al llegar al estadio junto con un amigo barranquillero y mi esposa, esta me sugirió, léase me ordenó, que no abriera mi boca para no ser descubiertos y así meternos en líos con la hinchada del Medellín, advertencia cierta, conociendo mis constantes imprudencias.
Haciendo la fila para ingresar me ofrecieron manillas, camisetas, gorras, banderas y todo lo alusivo al equipo de casa, confieso que estuve a punto de comprarme una camiseta y de esta forma poder camuflarme entre la multitud pero mi orgullo superó mis miedos y me mantuve fiel a mis convicciones. La fuerza pública estaba presente en todo su esplendor, desde policías bachilleres, pasando por la policía montada hasta los poderosos y temerarios anti-motines.
Al entrar encontramos tres puestos libres, tanto en Oriental como en Occidental las gradas tienen un asiento plástico, le pregunté a un tipo que estaba cerca “¿ey llave estos puestos están desocupaos?”…. ¡hasta ahí nos llegó el anonimato! El tipo muy decente me dijo que estuviéramos tranquilos que en esa tribuna no pasaba nada. Sin embargo, yo me ubiqué entre mi esposa y mi amigo para evitar cualquier riña, ¿quién dijo miedo?
El estadio se fue llenando poco a poco, 26.000 aficionados, todos vestidos de color rojo y azul y ataviados con banderas, cintillos, bufandas, paraguas, globos y hasta cometas. La tribuna norte, estaba a reventar, entonaba cánticos muy parecidos a los del Boca Juniors y cada cinco minutos hacían estallar una mini-bomba que sacudía todo el recinto.
Mientras esperábamos el pitazo inicial, algunos asistentes jugaban cartas, otros escuchaban radio en sus ipods o simplemente veían el reloj pasar. Vaya, cómo me hizo falta ver a una espectacular morenaza contonearse al swing de una tambora, joderle la vida al cara e’ vieja, hacer la ola, la mecedora o simplemente corear Ju-nior, Ju-nior, Ju-nior
Al saltar a la cancha el DIM, todo el estadio canta una canción con ritmo de música de despecho con un corito que dice “Grita el pueblo clamoroso, Viva el DIM el poderoso”. Al darme cuenta que esa música me estaba durmiendo, supe que precisamente esa era la finalidad de dicho canto, achantar a los curramberos jugadores del Junior, quienes están acostumbrados a cantos alegres y jocosos como el adaptado de la brasilera Xuxa que decía: “Es la hora es la hora, es la hora de jugar, vamos todos al estadio a ver al Junior ganar. Es la hora es la hora, es la hora de jugar, con Bacca y con Giovanni le (espacio censurado por el autor) ilarari lari lari eh oh oh”.
Al empezar el partido tuve antojos de comer butifarra con bollo, mango verde con sal, de platanitos caseros, ciruela, maní salado y una águila bien helada pa´ chuparle el pico, obviamente nada de esto pude encontrar; acá venden crispetas, guayaba verde, el golpe de Frito Lay y gaseosa de dos litros que sirven en un vasito de cartón más caliente que las cuentas de David Murcia Guzmán. Afortunadamente tampoco había Polar, así que no tuve nada que ver con el oso, al final nos decidimos por una crispeta dulce con gaseosa caliente para mitigar el hambre viendo las acciones del partido.
Desde el inicio Medellín fue una tromba, tan sólo iban 15 minutos de juego y ya el equipo local había tenido tres opciones claras de gol que le fueron negadas gracias a las espectaculares atajadas del “Peto” Rodríguez, por lejos la figura del partido; me atrevo asegurar que de haber estado Didier o Barbie, perdón Berbia, a nuestro equipo le hubiesen encajado por lo menos dos goles. Hasta el minuto treinta el dominio del DIM fue total, luego Junior pudo controlar un poco el partido y Giovanni hizo un remate que se desvió sólo unos metros de la portería del equipo de la montaña. Faltando siete minutos para finalizar el primer tiempo, un mal rechazo de Hayder Palacio culminó con el gol del paraguayo Mario Giménez para el deleite y excitación de todos los paisas. Así terminó el primer tiempo con el triunfo uno por cero del equipo anfitrión.
En el descanso fui al baño a hacer la número uno, no sin antes nuevamente recibir las instrucciones de mi insistente esposa: “ya sabes, ten cuidado, no hables”. El baño estaba a reventar, todos hacían las veces de técnicos y decían quien debía entrar y quien debía salir para resolver de una buena vez el partido a su favor. Me ubiqué en los orinales donde uno queda al lado del otro sin divisiones, saqué lo que todos saben y a pesar de que no pronuncié ni una sola silaba todos se pudieron dar cuenta de que era costeño. Lo siento, pero yo no tengo la culpa de que los costeños estemos bien despachados y Dios haya castigado a los cachacos de esa forma. A pesar de que la gente ya me miraba con cara de pocos amigos y más de uno quería buscarme pelea, podía sentir cierto aire de respeto, pero tan pronto me guardé aquello me di cuenta que el respeto no era hacia mí sino hacia lo que acababa de guardar, así que volví mi mano a la cremallera y sosteniéndola ahí como quien amenaza sacar un arma fue como pude salir bien librado de tan difícil situación.
El segundo tiempo fue muy parecido, el Medellín insistía pero la férrea defensa del Junior le impedía concretar las jugadas. Al otro extremo de la cancha el técnico del Medellín, Leonel Álvarez, vociferaba y gesticulaba alegando penaltis donde no existían, a propósito de este señor, ¿no existirá un alma caritativa que sea capaz de decirle que ese cabello nunca estuvo, está, ni estará de moda? Unos metros a su derecha, Alex Escobar le comunicaba a los Junioristas las indicaciones que Umaña le daba desde la tribuna. Al minuto 25, Luis Carlos Ruiz, de muy buen desempeño, estrelló una pelota en el horizontal, todo el estadio en silencio y solo se escuchó un “Yurrrrrrrdaaa” por parte de los pocos barranquilleros que vimos ahogados el grito de gol.
Cinco minutos más tarde, la opción más clara del Medellín la tuvo Felipe Pardo quien estrelló un poderoso tiro en el vertical derecho del cuadro tiburón, en ese momento lo que se escuchó fue “ehhhh ave Mariaaaaaaaaaaaa”.
Los últimos 15 minutos fueron lo más parecido a un parto natural de trillizos. La barra Norte de Medallo nunca dejó de alentar a su equipo y todo el partido estuvieron cantando y saltando, hasta que por fin el juez central dijo “Final, final, no va más”. Inmediatamente salimos raudos buscando la salida y tratando de ocultar la alegría por el resultado, esta vez sí con mi boca totalmente cerrada, y con mucho nerviosismo pudimos llegar sanos y salvos a nuestras casas. Como deseaba irme a la calle 84 a echarme maicena, tomarme unas frías y comerme un perro caliente de esquina. Sin embargo, nada de eso se pudo y me tocó conformarme con una arepa simple y unos frijoles recalentados.
Definitivamente las costumbres y tradiciones son distintas en cada ciudad y siempre que vemos algo diferente a lo que estamos acostumbrados nos parece rarísimo, pero gracias a eso es que somos un país diverso con mucho por conocer y sobre todo, por aprender y respetar las tradiciones de nuestros vecinos.
La final con Equidad nos espera. Que viva el Junior, nojoda!!!
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com