domingo, 8 de mayo de 2011

El matri de Guillo y Cati


Tras una década de noviazgo tormentoso, lleno de varias rupturas pero sobretodo de mucho amor, la pareja decidió unir sus vidas. Guillermo le propuso matrimonio de una forma muy particular. Un domingo en el estadio Metroplitano de fútbol, viendo jugar al Junior de Barranquilla, en mitad de tiempo bajó de las gradas con la excusa de ir al baño, cuando realmente apareció en la mitad de la cancha de juego con un enorme letrero que decía “Cati, ¿quieres casarte conmigo?”, a lo que la protagonista, conmovida y con sus ojos bañados en lagrimas, aceptó complacida a la distancia. 

El, un joven de 29 años de edad, alto y de figura atlética gracias a sus largas jornadas jugando su deporte favorito, la bola e´trapo. Pese a tener mucho porte y presencia siempre fue un joven mesurado en las relaciones con las mujeres, con humildad recibía los halagos, virtud aprendida de su difunta madre Leidy Dayana quien murió de cáncer de mama cuando Guillermo era solo un adolescente. De su padre Carlos, heredó la calvicie prematura y un pequeño negocio familiar que le sirve para vivir dignamente. 

Ella, una morena de una belleza natural, bendecida por Dios con un metabolismo altísimo que  quema rápidamente todo cuanto come y la hace lucir siempre esbelta para la envidia de todas las mujeres que la rodean. Labró su camino con sudor y lagrimas, y con unos meses más de edad que Guillermo, ha sabido escalar posiciones en una empresa local donde hoy se desempeña como asesora comercial con un sueldo que apenas le alcanza para pagar sus gastos y ayudar a su familia.

Previo a la boda, el novio fue agasajado por sus amigos con una despedida de soltero en un bar ubicado en el centro de la ciudad de Barranquilla, donde bebieron a placer y se degustaron viendo a las divas de la noche quienes se le ofrecieron en bandeja de plata al homenajeado, pero este se mantuvo casto y fiel para su novia; al finalizar la noche uno de sus amigos se sacrificó y compartió un rato de amor y placer con la bailarina. Las amigas de la novia no se quedaron atrás y también armaron su despedida, sobria y encartonada pero les quedó la foto con la entrega del regalo: lencería de seda estilo tigresa para ser disfrutada la noche de bodas.

El día de la boda Guillermo llegó al altar vestido con un traje estilo pingüino alquilado un día antes, su escaso cabello engominado cual cajero de banco y con los nervios a punto de estallar por el paso tan trascendental que estaba dando en su vida. La iglesia San Nicolás fue el lugar elegido para sellar su pacto de amor, estaba decorada con algunas flores silvestres, cayenas, trompetas y trinitarias arregladas por la misma mamá de Cati, quien siempre ha tenido esas habilidades para las artes y manualidades. El templo estaba a reventar de invitados, mendigos, locos, varios perros callejeros y muchos curiosos pertenecientes a la ilustre familia miranda.

La familia de Guillermo conformada por su padre Carlos y su segunda esposa Camila, una señora que pese a no tener la belleza de su difunta primera esposa siempre le movió el piso, su hermano Enrique, joven travieso, rumbero y de malas costumbres, y la abuelita Isabel completan su hogar, una anciana de armas tomar y que aunque ya mastica el agua es quien está al mando de la familia.

La novia llegó al altar en el carro de un vecino, un flamante sedán Mazda 323 modelo 1995 color azul petróleo, acompañada de su padre y escoltadas por su mamá y sus tías quienes llegaron en un taxi zapatico. Al bajarse Cati lucia hermosa, con el vestido que le había elaborado su tía Sara, pero lo que la novia nunca supo es que era un arreglo al mismo vestido que usó su madre 30 años atrás y que conservaba como uno de sus más grandes tesoros. Llevaba el cabello graciosamente ensortijado gracias a la pericia de una vecina hábil con las tijeras y el cepillo. Pese a cubrir su pronunciado abdomen con el ramo de flores, al entrar a la iglesia todos notaron su prominente estado de embarazo y llegaron a la conclusión que su gravidez era el motivo de la apresurada boda.

El curita encargado de oficiar la misa era el padre Alberto quien por tener casi un siglo de edad no se le entendía palabra alguna. El padrino de la boda era Smith & Wesson ubicado a la mano derecha del padre la novia, la madrina en tanto era Angélica, la mejor amiga y confidente de Cati quien tuvo que soportar sus llantos y berrinches cada vez que Guillermo se iba de farra con sus amigos o se le perdía un fin de semana entero. La boda comenzó a eso de las 6 pm junto con otras cuatro parejas que también decidieron unir sus vidas ese mismo día y de paso compartir los gastos para la decoración de la iglesia y sus menesteres. El hijo bastardo de Enrique cargaba los anillos comprados por Guillermo en una compra venta, vestía traje de monaguillo en el que se arrastraba por el piso haciendo maromas de todo tipo.

Al momento de Cati darle el “sí acepto” a Guillermo todos los asistentes aplaudieron a palma batida y la pareja selló su pacto con un largo y jugoso beso con lengua incluida.

Al salir, los esperaban los amigos, familiares y vecinos para arrojarles arroz y lentejas para que nunca les falte la comida y reine siempre la abundancia en su nuevo hogar. Los amigos de Guillermo le cantaban riéndose “¯ya se casó, ya se jodió¯”, mientras que los nuevos esposos posaban para la foto de la posteridad,  antes de partir raudos en el Mazda 323 ahora decorado con un mensaje que decía “Recién Casados” y con varias latas de cerveza colgando de la defensa trasera. 

La recepción se celebró en el barrio El Recreo en la casa de Caterine que cuenta con una terraza amplia y fresca, además de un patio acogedor lleno de árboles frutales como el níspero y la guayaba. Allí llegaron todos los invitados y colados para ubicarse en las cómodas sillas Rimax de varios colores prestadas por todos los vecinos de la cuadra. La música estuvo a cargo del Pick Up el Escorpión de propiedad del anterior novio de Caterine que no quiso perderse detalle de la recepción y ofreció su enorme equipo como regalo de bodas. 

El primer disco por supuesto fue el vals que bailaron primero Caterine con su padre para posteriormente entregársela a Guillermo y mostrarle de reojo la Smith & Wesson y decirle “ya sabes, pórtate bien”. Acto seguido vino el brindis que estuvo a cargo de la abuela Isabel, quien lucía un vestido amarillo pollito que le quitaba varios años de encima. La anciana que se cree de mejor familia y la dueña del barrio, aspiraba a que su nieto se casara con alguien de su alcurnia por lo que su brindis fue muy seco y parco. Al finalizar sus palabras todos dijeron “salud por los novios” sonando sus vasos de plástico y bebiendo el vino espumoso de manzana Cariñoso comprado por Guillermo en un local de San Andresito.

La pareja estuvo muy regalada, el señor Carlos les cedió una habitación en su casa con baño y entrada totalmente independiente para que puedan vivir los primeros años mientras salen adelante por sus propios medios. La abuela Isabel les regaló los tiquetes de Brasilia para Santa Marta y $200.000 para los gastos de su luna de miel. La mamá de la novia estuvo a cargo de toda la fiesta excepto el licor que por estricto protocolo le corresponde siempre al novio. Los amigos de Guillermo les obsequiaron una vajilla Corona de cuatro puestos y las amigas de Caterine una hermosa cafetera, todos sabemos que jamás utilizarán. También recibieron la infaltable olla arrocera, un juego de cubiertos, un par de almohadas, sábanas y recipientes plásticos de todos los tamaños.

La música se escuchaba a dos cuadras a la redonda, sonó desde “La Rebelión” del Joe Arroyo, pasando por “La Gasolina” de Daddy Yankee, siguiendo con “Cantinero” del agarra pipi de  Silvestre Dangond hasta llegar a “La de la tanguita Roja” de Oro Sólido. Con este último disco se armó el zafarrancho y todos los presentes hicieron el famoso trencito, ni la abuela Isabel se pudo escapar de la denominada hora loca. Los más espontáneos tiraron pase con sus zapatos blancos como si estuvieran en la Troja bailando la salsa “Bomba Camará” de Richie Ray y Bobby Cruz.

Los pasa bocas que deleitaron el paladar de los presentes fueron crispeta, mango verde con sal, butifarras soledeñas, bolitas de carne y deditos de queso que no daban un brinco tan pronto los dejaban en la mesa. El plato fuerte fue arroz con coco y carne en posta con ensalada de payaso con el que todos los presentes se chuparon los dedos.

A eso de las 2 am la fiesta parecía llegar a su fin cuando más de uno estaba cabeceando y otros no podían con su alma, por los litros de aguardiente ingeridos, sin embargo como por arte de magia apareció un conjunto vallenato contratado en el parque de los músicos para reavivar tan magna conmemoración y pagado con la popular vaca, hecha por los amigos de Guillermo. Después de dos tandas donde no pudieron faltar los temas “Mi hermano y Yo”, “Tu eres la Reina”, “Los caminos de la vida”, “Jaime Molina” y “Bonita” la agrupación se despidió no sin antes repartir tarjeticas a todos los presentes y llevarse media de guaro para seguir afinando el galillo.

Cuando despuntaba el sol muchos se habían ido, otros dormían la borrachera plácidamente, mientras los incansables seguían bailando. Con el canto del gallo llegó un sancocho de gallina preparado en el patio de la casa con leña y dos mil pesos de vituallas compradas en la tienda de la esquina que recién abría sus puertas. 

Con los pocos vecinos sobrios que quedaban ayudando a recoger todas las cosas y la mamá y las tías de la novia barriendo la puerta de la casa se dio por terminada esta gran celebración. Los invitados se llevaron de recordatorio los pocos arreglos florares que habían y unas servilletas estampadas con las iniciales de los novios.

Esto si fue una boda real, una boda de verdad verdad, con protagonistas reales de un mundo sincero y espontáneo. Nada que ver con fantasías, príncipes azules en un caballo blanco o doncellas encantadas. Esta fue la boda de mis amigos Guillermo Polo y Caterine Pérez, una pareja currambera como tantas otras que vive de la realidad, que no tienen el futuro asegurado, que no tienen bienes materiales pero si mucho amor y que contarán con el apoyo de su familia y de Dios para superar los múltiples tropiezos que la vida les presentará . Para ellos deseo lo mejor de la vida, que el amor y la ilusión estén presentes todos los días de su vida y que ahora  de casados su existencia sea tan alegre como esta celebración. 
Brindo por los novios, ¡Salud!

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com