En estos días en los cuales estamos viviendo y disfrutando del mundial de fútbol en Sudáfrica a mi memoria llegan los días en que mis amigos, vecinos y yo éramos los protagonistas de los partidos más vibrantes de aquella época y me atrevo a decir que en cada cuadra o barrio de Barranquilla se libraba un mundial diferente, el mundial de bola e trapo.
Todo empezaba cuando reunidos en la tienda de la esquina seis amigos o tal vez mas, uno de ellos lanzaba la frase retadora: “ey hagamos una línea”. Acto seguido las dos mejores jugadores de la cuadra escogían uno por uno los que serían sus compañeros de equipo siempre dejando de ultimo a los mas maletas y gorditos quienes se decidían a jugar no por voluntad propia sino por las insistencias de los demás para poder completar la alineación.
El uniforme de cada equipo se definía con un “cara o sello” o “papel, tijera o piedra”. El que ganara el desafío se quedaba con sus camisetas puestas (todas de color diferente por cierto) y los que perdían debían jugar a pecho pelado teniendo que exhibir los “esculturales” cuerpos, varios con barriga de oso polar, algunos luciendo sus bíceps trabajados en las barras de los parques y otros tan flacos haciéndole propaganda a la mala situación económica. Otro método para esta elección era decir: “el que haga el primer gol se queda con las camisetas”. No faltaba quien al quitarse la camiseta se la enrollara en la cabeza cual tirador de pico y pala en plena murillo.
El balón no era el costo e incontrolable Jabulani de Adidas, la esencia de este juego era una bola de trapo artesanal “Made in Polo Nuevo”, la cual como su nombre lo indica era hecha con retazos de tela con lo que se formaba una masa esférica y pesada que luego era forrada y pegada con Bóxer (goma industrial) lo que le daba ese color amarillo característico, y hablo en pasado ya que hoy día las hacen de varios colores. Para comprarla no necesitabas ir a ningún centro comercial y pagar cientos de miles de pesos, con solo hacer una “Vaca” (colecta) entre los jugadores era suficiente y cualquier tienda de Barranquilla que se respetara la tenía entre su inventario a un precio muy económico.
Las porterías las había de diferentes materiales. Si el presupuesto para comprarlas era alto se mandaban a hacer de hierro en cualquier taller de el “Boliche”, si el presupuesto era mediano se hacían de madera y las mallas con saco de fique de Nutrimon. Las medidas aproximadas eran 1.2 metros de ancho por 0.6 metros de alto. Y si no había un peso para tal fin se resolvía con dos piedras colocadas a cuatro pies (o más bien a cuatro zapatos) una de la otra para cumplir con el objetivo.
La hora del partido era tipo de 3 pm a pleno sol cantando un domingo, o en día de semana a las 10 pm cuando no pasaban casi carros, iluminados bajo los rayos de la luna de barranquilla que tiene un acosa que maravilla.
No había árbitro central y mucho menos jueces de línea, aquí nos valíamos de la honestidad de cada uno y si la jugada era dudosa simplemente el que alegara y gritara mas, ese tenía la razón. A nadie le sacaban tarjeta amarilla o lo expulsaban, cuando dos jugadores se la tenían cazada sabían resolver sus diferencias a “muñeca” limpia después de que un tercero decía: “el que parta papaya mienta madre”.
Aunque las reglas eran muy propias de cada cuadra había algunas que coincidían en todas partes. El campo estaba delimitado por los andenes de cada cera de la calle, no se cobraba tiro de esquina, ni fuera de lugar, el arquero no la podía coger con las manos y tampoco le era permitido sentarse en la portería.
En cada equipo había diferentes tipos de jugadores que a continuación describo.
“El Rayuo”: dícese de aquel jugador que prefiere el futbol que la comida y no hay poder humano que haga que ponga un bendito pase.
“El guayero”: jugador que le gusta repartir “botín” de lo lindo.
“El Pescador”: Flojonazo delantero que se ubica al pie del arquero rival esperando un pase para convertir un gol.
“El Maleta”: también llamado “paquete chileno”, dicho personaje se nota que no jugó ni con las tetas de la mamá cuando era pequeño, mucho menos con los barrotes de la cuna.
“El Vacilador”: digno representante del barranquillero arrebatao, no hace otra cosa que mamar gallo durante todo el partido y su aporte al equipo es casi nulo.
“El Crack”: es la estrella del equipo, su sueño truncado es ser delantero del Junior y se las desquita haciendo goles en su cuadra a diestra y siniestra.
El partido solo se interrumpía por dos acontecimientos, la primera que pasara un carro, el cual esquivábamos cual torero en plena faena y la segunda que desfilaran los “bollitos” de la cuadra que justo esperaban la hora del partido para exhibirse frente a todos en sus diminutos shorts despertando en cada uno los más bajos instintos y los piropos mas rebuscados y originales.
La hidratación no estaba monopolizada por Gatorade, en vez de eso contábamos con la generosidad de alguna madre o novia de nosotros, las cuales nos preparaban un “Guarapade”, es decir una refrescante agua de panela con limón y mucho hielo. Cuando no había guarapo, nos conformábamos con pegar la boca en cualquier pluma (grifo) y llenarnos de “jugo de tubo”.
Cuando el partido estaba muy desequilibrado tratábamos de compensarlo haciendo un cambio entre los dos equipos. Una forma de saberlo además del marcador abultado era cuando llegaba el gol más humillante pero a la vez el más deseado por cualquier jugador de bola e trapo, este consistía en que el delantero estando solo frente a la portería completamente despojada, se agachaba y dando un pequeño cabezazo desde el suelo hacia que la bola traspasara la línea de gol para júbilo de todos sus compañeros y la cólera de sus rivales.
Cuando empezaba a llover no hacía falta llamar a nadie para jugar, solo era que cayeran unas cuantas gotas de agua y todos salíamos raudos a jugar un clásico a pie descalzo, lo que hacía que termináramos con alguna ampolla o infección.
No había dos tiempos, jugábamos a X cantidad de goles y si el partido estaba empatado y el cansancio hacia de las suyas decíamos: “el que haga gol gana”. De ahí debió surgir el famoso “Gol de Oro” empleado algún tiempo en los mundiales. Otro factor que hacía que el partido terminara es que la bola de trapo no resistiera las inclemencias de las patadas y el duro asfalto currambero, eso preciso se daba justo en el momento cumbre del partido.
Todos luchábamos a muerte por el triunfo y el ganador no se llevaba ninguna copa o trofeo, tal vez se apostaba la gaseosa litro, la cual alcanzaba para todos incluidos los perdedores, aunque para estos el sabor amargo de la derrota no les hacia disfrutar mucho el preciado liquido. La mayor satisfacción era haber jugado y por momentos ser la estrella o el mejor jugador, no del mundo pero si al menos de tu cuadra.
Todo terminaba donde había empezado unas horas atrás, en la tienda de la esquina, tal vez tomándonos unas frías o los mas puritanos una Pony Malta con pudin Gala. Ahí mismo comentábamos las incidencias del partido, hablábamos de política, del Junior, rajábamos de todos los vecinos y por supuesto acordábamos el próximo clásico para darle la revancha a los perdedores.
Ese era nuestro Mundial… El Mundial de Bola e Trapo.
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com