martes, 5 de abril de 2011

Carta a mis Tenis Viejos Nike


Queridos y recordados Nike:

Sin conocerte personalmente ya te deseaba, era tal mi anhelo de poseerte que no me importó estar de faquir en mis recreos colegiales durante todo un largo año ahorrando mi mesada, con tal de llegar a conquistarte. Te busqué en cada rincón donde me decían que te podía hallar, en tiendas especializadas y almacenas de cadena donde dejé mi aliento impreso en las vitrinas, pero tú no aparecías por ninguna parte; yo seguí buscando, hasta que finalmente te encontré en un pequeño y desordenado local de San Andresito, allí estabas junto a cien modelos más, donde sobresalías entre todos por tu porte y diseño impecable. Te pedí en mi talla, 8 ½ para niños, y tan pronto la dependiente te entregó en mis brazos, de inmediato sentí que juntos viviríamos múltiples experiencias que cambiarían nuestras vidas. Me quedaste como anillo al dedo, o en tu caso, como zapato al pie, creado exclusivamente para mí.
Me sentí arrullado por tú comodidad y el primer día de llevarte conmigo me dio mucha lástima al presentarte con mis amigos y sin apreciarte bien, te pisotearon al saber que recién te estrenabas en mi vida. Fui solidario al sentir el mismo dolor que tú sentiste y tan pronto llegamos a casa te froté con Griffin para curar tus pequeñas heridas y moretones.

Te llevé a mi colegio, a mis clases de gimnasia, donde compartiste gratos y divertidos momentos con tu archienemigo Reebok y tus parientes lejanos Adidas. Fuiste humilde y noble como yo, no discriminaste a tus pobres amigos Croydon y sin ningún prejuicio te socializaste también con ellos.

Nuestra unión era inseparable, recuerdo cuando íbamos al estadio Metropolitano a ver jugar al Junior de Barranquilla, te ensuciaban con gaseosa, pepas de mango, butifarra y quien sabe que otras cosas más. Algunas veces salíamos tristes por la derrota directo a nuestra casa, otras tantas nos fuimos a celebrar, a la Calle 84, los triunfos y el buen espectáculo que solía brindarnos nuestro amado equipo tiburón. Al día siguiente te consentía con un baño calientito y unos cuantos masajes para quitarte todo el cansancio y mugre del ajetreo del día anterior.

Jugamos futbol, micro y bola e´trapo, siempre en el mismo equipo; hiciste goles tanto de derecha como de izquierda y repartiste botín de lo lindo, así como también fuiste blanco de múltiples agresiones que te dejaron profundas cicatrices.

Tuviste la osadía de acompañarme a un quinceañero en un club social, donde fuiste mi complemento perfecto para el smoking que lucía, al mejor estilo de Ricardo Montaner y por supuesto, con medias blancas a lo Michael Jackson. Ese día fuiste el centro de atención y mi pecho se hinchaba de orgullo al estar a tu lado, aunque para los adultos mayores estuviste en el ojo del huracán.

Eras como el buen vino, entre más añejo mejor. Con el pasar del tiempo te renovabas, y no importando lo sucio y maltratado que estuvieras, siempre me brindabas una comodidad indescriptible.

Debido a mi irresponsabilidad y por tanto uso y abuso que sufriste de mi parte, tuviste tu primer accidente, pequeño pero sufrí como un condenado por ello. De inmediato te llevé al médico del barrio, quien no dudó en operarte de inmediato y procedió a realizarte un trasplante de suela para que pudieras seguir caminando. Después de eso lucías algo diferente, sin embargo en el fondo, seguías siendo el mismo de siempre, fiel e incondicional a mí.

Nuestra relación empezó a distanciarse aquel día en que caminamos largas horas bajo la lluvia, recuerdo que al llegar a mi casa estaba tan exhausto que te dejé tirado de inmediato en el cuarto de San Alejo, mojado y triste por mi garrafal olvido. Allí quedaste encerrado por varias semanas, hasta que recordé que no te había vuelto a ver. Te busqué donde te había dejado y allí estabas solo y sucio, al acercarme apareció en ti un olor nauseabundo y repugnante, que hizo que te viera con otros ojos. Pese a que te lavé con costosos jabones de lavanda y rosa, te masajeé con aceite de foca, te expuse al sol por varios días y te rocié con innovadores productos el olor a podredumbre al contrario de irse se acentuaba, así que de manera prematura se acercaban nuestros últimos días juntos.

Desesperado te llevé donde varios especialistas y todos coincidieron en el diagnostico de esa cruel y penosa enfermedad: “Pecueca Crónica”. Y en ti la pecueca es como un cáncer para mí. Ya no había marcha atrás, la enfermedad era progresiva y mortal.

Con mucho pesar y resignación, empecé a hacer terapia para aceptar tu partida para siempre de mi vida. A partir de ese momento, mi cabeza se llenó de varios dilemas: ¿Debía comentarte abiertamente acerca a de tu enfermedad terminal?, ¿Sería capaz de reemplazarte?, ¿Podría evitarte el sufrimiento? Tal vez, podría practicarte la eutanasia y lanzarte al cementerio de los de tu especie, el cableado eléctrico. Claro, que de sólo imaginarlo me causó escalofríos.

Un día cualquiera pasó por el frente de mi casa un recolector de basuras y me preguntó si tenía algún calzado viejo que ya no utilizara. De inmediato, pensé en ti; volví al cuarto donde estabas recluido y ya se podía sentir el olor a muerte, tu muerte. Aguantando mi respiración, te tomé con dos dedos de mi mano izquierda, y te cedí a aquel pobre hombre que no le importaba tu extravagante perfume con tal de tener algo con que vestir sus callosos pies y soportar el abrasador sol de mi curramba querida. Con una lágrima en mis ojos corriendo por mi mejilla, cual caricatura japonesa, te vi partir. Mis labios te decían adiós, mientras mi corazón se moría por la triste despedida.

Con nostalgia, te veo pasar por mi casa en compañía de tu nuevo dueño, un perro y muchas moscas a tu lado. Siento deseos de acercarme a saludarte pero la vergüenza que me embarga impediría mirarte de frente.

Pensé que nunca podría superar el dolor de perderte hasta que vi en la televisión una imagen parecida a la tuya, algo más moderna y sicodélica, en ese momento supe que poco a poco me olvidaría de ti.

Dos meses después de tu partida, gracias a la colaboración de mis padres y de mí alcancía hecha trizas, pude tener conmigo a mi nuevo amor. Bien es sabido, que un clavo saca a otro clavo, aunque si vieras los celos que despiertas al saber que en mi aura se puede percibir que todavía hoy pienso mucho en ti.

Te fuiste, pero sabes que me queda la alegría de haber compartido tanto contigo y pese a nuestra distancia, nuestras almas guardarán perpetuamente esta relación tan especial que vivimos y en mi mente seguiremos unidos hasta la eternidad.

Siempre tuyo,

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com