martes, 13 de septiembre de 2011

El Lector de Oviedo


La frase “nunca es tarde para aprender” se ajusta como anillo al dedo para don Héctor Amado de 56 años de edad, quien por falta de recursos no pudo aprender a leer como cualquier persona en su niñez. Cuando sobrepasaba los veinte pagó una condena de tres años en la cárcel por un delito que hoy califica como “errores del pasado”. Estando recluido tomó la firme decisión de aprender a leer y el aislamiento le sirvió para tener a los libros como sus mejores amigos.

Desde ese día no ha parado de leer y prácticamente “devora” cualquier libro, revista, novela o periódico que caiga en sus manos. Por eso es muy común verlo todas las tardes después de las 5 pm sentado en un rincón de la avenida El Poblado frente al restaurante JyC inmerso en la lectura al lado de su pequeño suministro de dulces, mecato, cigarrillos, chicles y otras cositas que vende para su subsistencia, mientras espera que se le acerque un potencial cliente.

Las historias de vaqueros del escritor Silver Kane y las novelas de amor de Corín Tellado son sus preferidas, sin embargo también le encanta la buena literatura como la de Mark Twain, Hemingway, Borges y toda clase de libros que compra o alquila en una pequeña librería ubicada en el centro de la ciudad. Su sueño es leer libros relacionados con la medicina pero nunca ha tenido acceso a ellos.

De Oviedo parte aproximadamente a las 9:00 pm con rumbo a los bares del centro a esperar a los cientos de personas que religiosamente empinan el codo todos los días y que se han convertido en sus más fieles clientes de todas las viandas y cigarrillos que el provee. En ese lugar le pueden dar las 3 am, y en todo ese tiempo no deja de leer bajo los rayos de la luna y una pequeña y lánguida luz proveniente de un bombillo cerca del bar de turno.

Al salir de ahí se va caminando hasta su modesta casa ubicada en los alrededores de Prado Centro, donde solo lo espera su pequeña cama para tomar un merecido descanso que le permitirá recobrar las fuerzas para su exigente jornada laboral del día siguiente.

Todo aquel que lo conoce lo cataloga como una persona huraña y de pocas palabras, pero lo que pocos conocen es que hace treinta años sufre de una sordera de intensidad media a raíz de su trabajo dinamitando rocas gigantescas para facilitar la construcción de viviendas. Esto le ha impedido comunicarse de manera eficiente con familiares, amigos y gente del día a día, es por eso que se mantiene alejado y solo, para evitar las dificultades que se le presentan en la comprensión de cualquier charla. Un pequeño auricular le sería de mucha ayuda pero lamentablemente no cuenta con los recursos necesarios para adquirirlo y espera una mano amiga que se lo pueda proporcionar.

Con el boom de la tecnología y las redes sociales llenas de basura informática donde la gente quiere todo en sólo 140 caracteres, cada vez se hace más escaso encontrar asiduos lectores, pero para don Héctor los libros son su vida, su pasión. A ellos y a su trabajo en las calles les debe el único título conseguido en la “Universidad de la vida” que le ha servido para aprender algo nuevo todos los días. “Los grandes hombres de la historia se hicieron cuando tenían más de 50 años”, me expresa con entusiasmo, y agrega “y yo tengo la confianza de que el futuro me deparará un mejor porvenir por eso nunca dejo de leer”.

Ya perdió la cuenta de cuántos libros ha leído este año, pero haciendo un pequeño cálculo llega a la no despreciable suma de cien, pues cuenta que en una semana se termina al menos cuatro libros. Y yo que me consideraba un buen lector por llevar diez libros este año.

A los jóvenes les aconseja que le dediquen menos tiempo a sus aparatos tecnológicos y pasen más tiempo con la lectura y de paso se mantengan alejados de vicios y malos hábitos. Con orgullo me dice “te apuesto a que yo tengo mejor ortografía que muchos universitarios y profesionales que pasan por aquí absortos en sus celulares”. A mí no me cabe la menor duda de eso.

Hoy en día está preocupado por la medida que prohibirá y sancionará la venta de cigarrillos al menudeo ya que buena parte de sus ingresos provienen de ese rubro. “No quiero caer en errores del pasado, solo quiero que me dejen trabajar y ganarme la vida honradamente”, dice en tono desesperado.

Me despido de don Héctor y en agradecimiento por su tiempo le regalo un libro de mi pequeña biblioteca, el lo recibe con aprecio y lo dejo haciendo lo que mejor sabe hacer, leer y leer mientras otro cliente lo “interrumpe” y el de manera servicial lo atiende.

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
Mi Twitter: @AJGUZMAN