Según dice el antropólogo y escritor Carlos Castañeda en su libro El Fuego Interno,  “un pinche tirano es un torturador, alguien que tiene el poder de  acabar con los guerreros, o simplemente les hace la vida imposible”. Los  pinches tiranos nos enseñan a ser imparciales e indiferentes,  ayudándonos a eliminar la importancia personal que es nuestro mayor  enemigo, por culpa de ella consumimos gran parte de nuestras vidas  sintiendo dolor por las ofensas de los demás. Es un terrible estorbo y  por su culpa nos hacemos vulnerables.
A través de mi corta existencia me he  topado con varios de estos célebres personajes. El primero de ellos fue  cuando cursaba primaria en un colegio de Barranquilla. Su apellido era  Rodriguez y era mi compañero de clases. No sabía hacer otra cosa que  fastidiarme la vida, si alguien hacía desorden y el profesor preguntaba  ¿quién fue?, Rodriguez contestaba a todo plumón “Guzmán, profesor”,  independiente de si yo era o no el responsable. Me pegaba chicle en el  cabello, se comía mi merienda, me escondía las tareas, me rayaba los  libros, se reía a mandíbula batiente de mis botas ortopédicas y en los  partidos de futbol me daba patadas todo el tiempo en mis partes nobles. 
Un día, harto de sus innumerables y  constantes atropellos hacia mi endeble integridad me armé de valor y  decidí afrontarlo sin importar que me aventajaba en tamaño y peso  lanzándole la tan temida frase de la era colegial: “a la salida te  espero”. Todo el colegio fue testigo del sancocho de nudos que Rodriguez  le propinó a este bello rostro y solo fue interrumpido por algunos  compañeros que se apiadaron de mí y nos separaron deteniendo la pelea.  Con mi cara y orgullo hecho trizas pero con la ultima pizca de valor y  dignidad que me quedaban les dije a mis amigos “suéltenme, ¿acaso no ven  que ya lo estoy cansando y ya le duelen las manos de tanto ojazos que  le he dado en los nudillos?”, pero por dentro rogaba que no me soltaran  nuevamente al ring contra ese Mike Tyson criollo y me dejara la cara  desfigurada de por vida, ya bastante tenía que sufrir con la que Dios me  regaló.
Gracias a ese pasaje me sumergí en el  deporte. Las barras, mancuernas y abdominales se convirtieron en mis  mejores amigas durante la adolescencia y por la infinita caridad del  todo poderoso gané muchos centímetros de estatura hasta llegar a los 1.8  metros que me dan buena presencia y porte para evitar altercados. A ese  pinche tirano le debo mi estilo de vida saludable y mi atlético cuerpo  que todavía me acompaña cuando ya me acerco al cuarto piso. 
Con mi segundo pinche tirano me topé en  el segundo semestre de la Universidad y estaba engendrado en forma de  profesor de Cálculo. Sonará a frase trillada pero desde el primer día de  clases, este individuo de acento pueblerino, cabello engajado y zapatos  blancos me la supo enfilar sin piedad alguna. “Guzmán, la tarea”,  “Guzmán, bota el chicle”, “Guzmán, silencio”, “Guzmán, tienes 1”,  parecía que no sabía otro nombre diferente al mío. Que mejor aliciente  para comportarme bien y estudiar todas las noches sabiendo que al día  siguiente los buenos días del profesor sería “Guzmán, al tablero”, así  que llegó el momento en que no había ejercicio del libro Swokowski que  no tuviera resuelto. Llevaba la clase aprendida y antes de que me  preguntara alzaba la mano. Entonces, cuando perdí la gracia y dejé de  ser el hazme reír de la clase, el profesor decidió montársela a otro  pobre cristiano.
Al conseguir mi primer trabajo en el hoy  extinto Banco de Colombia, mi jefe inmediato fue una mujer cuarentona  que hizo meritos de sobra para convertirse en mi tercer pinche tirano.  La pobre nunca pudo soportar que mi ingreso se produjera de manera  “dedocrática” gracias a un buen palancazo de un amigo gerente y no  perdió oportunidad de hacerme la vida imposible. Se inventó cientos de  chismes, me asignó las tareas más denigrantes, me trataba como un cero a  la izquierda y me dejaba en ridículo frente a mis compañeros de  trabajo. En más de una oportunidad estuve tentado a mandarla a masticar  miembro viril, sin embargo mantuve mi aplomo sabiendo que necesitaba mi  salario para poder sobrevivir. Todos mis compañeros a simple vista  notaban su trato visceral para conmigo y unos decían que dicho  comportamiento era porque estaba caída con este pecho. De ser así, no  hubiese sido más fácil y menos traumático para ambos decirme de manera  directa: “Antonio, te tengo ganas, ¿cuándo nos echamos un polvito?”.  Aunque no era mi tipo de mujer y casi me doblaba la edad, yo por salir  de ese maltrato le hubiera hecho la vuelta sin remordimiento alguno.
Pero nada de eso sucedió y a mí me tocó  aprender a callar, a poner la otra mejilla, a trabajar de manera  impecable y leal en todo. Me di cuenta que lo único que había hecho era  tomar demasiado en serio todas las acciones de mi pinche tirano y de  paso también me aferré a mis propios sentimientos complicándome así la  vida. Entonces diseñé una estrategia, fui indiferente a sus acciones y  no dejé afectar mis emociones por las tonterías que hiciera tomando de  esta forma el control de mi vida. Ella, unos años después salió por la  puerta de atrás con un gran desfalco a cuestas y yo seguí con la frente  en alto hasta que conseguí una mejor oportunidad laboral.
Hace unos meses cuento en mi haber con  una nueva pinche tirana. Esta se cree toda una mama santa que no mata ni  una mosca pero con una lengua viperina para herir y ver la paja en el  ojo ajeno sin darse cuenta de la viga que tiene en el suyo propio. Es  interesada, mal intencionada, hipócrita y no digo más porque de seguro  me está leyendo y se vengará de esto a la primera oportunidad que tenga. 
Con esta pinche tirana aún no tengo  claro lo que debo aprender y cada vez que la veo me consume la sed de  revancha y ganas de ponerla en su sitio. Ahora que no me vengan con el  cuentecito de que esta caída conmigo porque a esta si no se la come ni  el oxido. Mientras tanto cuento hasta diez y le pido a Dios que me  conceda serenidad y paciencia para soportarla y sabiduría para saber  llevar esta relación y pode encontrar la forma de superarlo.
Vuelvo al libro de Castañeda y cito las cinco estrategias  para erradicar la importancia personal y de paso ser inmune a esta  nueva pinche tirana: Control, Disciplina, Refrenamiento, Habilidad para  escoger el momento oportuno y el Intento. Suena difícil pero sólo  necesito un poco de disciplina y pronto veré los primeros resultados que  me harán sentir más seguro y sereno.
Me siento afortunado de tener a todos  mis pinches tiranos ya que me han servido de sparring y sin saberlo me  ayudaron a mejorar muchos aspectos de mi vida, entre ellos el control de  las situaciones y el manejo de conflictos. A todos mis lectores les  deseo que tengan muchas bendiciones disfrazadas de pinches tiranos, si  no los tienen, deben salir a buscarlos, y que si lo son de alguien lo  sean con amor compasivo.
