lunes, 22 de agosto de 2011

Mis Pinches Tiranos


Según dice el antropólogo y escritor Carlos Castañeda en su libro El Fuego Interno, “un pinche tirano es un torturador, alguien que tiene el poder de acabar con los guerreros, o simplemente les hace la vida imposible”. Los pinches tiranos nos enseñan a ser imparciales e indiferentes, ayudándonos a eliminar la importancia personal que es nuestro mayor enemigo, por culpa de ella consumimos gran parte de nuestras vidas sintiendo dolor por las ofensas de los demás. Es un terrible estorbo y por su culpa nos hacemos vulnerables.

A través de mi corta existencia me he topado con varios de estos célebres personajes. El primero de ellos fue cuando cursaba primaria en un colegio de Barranquilla. Su apellido era Rodriguez y era mi compañero de clases. No sabía hacer otra cosa que fastidiarme la vida, si alguien hacía desorden y el profesor preguntaba ¿quién fue?, Rodriguez contestaba a todo plumón “Guzmán, profesor”, independiente de si yo era o no el responsable. Me pegaba chicle en el cabello, se comía mi merienda, me escondía las tareas, me rayaba los libros, se reía a mandíbula batiente de mis botas ortopédicas y en los partidos de futbol me daba patadas todo el tiempo en mis partes nobles. 

Un día, harto de sus innumerables y constantes atropellos hacia mi endeble integridad me armé de valor y decidí afrontarlo sin importar que me aventajaba en tamaño y peso lanzándole la tan temida frase de la era colegial: “a la salida te espero”. Todo el colegio fue testigo del sancocho de nudos que Rodriguez le propinó a este bello rostro y solo fue interrumpido por algunos compañeros que se apiadaron de mí y nos separaron deteniendo la pelea. Con mi cara y orgullo hecho trizas pero con la ultima pizca de valor y dignidad que me quedaban les dije a mis amigos “suéltenme, ¿acaso no ven que ya lo estoy cansando y ya le duelen las manos de tanto ojazos que le he dado en los nudillos?”, pero por dentro rogaba que no me soltaran nuevamente al ring contra ese Mike Tyson criollo y me dejara la cara desfigurada de por vida, ya bastante tenía que sufrir con la que Dios me regaló.

Gracias a ese pasaje me sumergí en el deporte. Las barras, mancuernas y abdominales se convirtieron en mis mejores amigas durante la adolescencia y por la infinita caridad del todo poderoso gané muchos centímetros de estatura hasta llegar a los 1.8 metros que me dan buena presencia y porte para evitar altercados. A ese pinche tirano le debo mi estilo de vida saludable y mi atlético cuerpo que todavía me acompaña cuando ya me acerco al cuarto piso. 

Con mi segundo pinche tirano me topé en el segundo semestre de la Universidad y estaba engendrado en forma de profesor de Cálculo. Sonará a frase trillada pero desde el primer día de clases, este individuo de acento pueblerino, cabello engajado y zapatos blancos me la supo enfilar sin piedad alguna. “Guzmán, la tarea”, “Guzmán, bota el chicle”, “Guzmán, silencio”, “Guzmán, tienes 1”, parecía que no sabía otro nombre diferente al mío. Que mejor aliciente para comportarme bien y estudiar todas las noches sabiendo que al día siguiente los buenos días del profesor sería “Guzmán, al tablero”, así que llegó el momento en que no había ejercicio del libro Swokowski que no tuviera resuelto. Llevaba la clase aprendida y antes de que me preguntara alzaba la mano. Entonces, cuando perdí la gracia y dejé de ser el hazme reír de la clase, el profesor decidió montársela a otro pobre cristiano.

Al conseguir mi primer trabajo en el hoy extinto Banco de Colombia, mi jefe inmediato fue una mujer cuarentona que hizo meritos de sobra para convertirse en mi tercer pinche tirano. La pobre nunca pudo soportar que mi ingreso se produjera de manera “dedocrática” gracias a un buen palancazo de un amigo gerente y no perdió oportunidad de hacerme la vida imposible. Se inventó cientos de chismes, me asignó las tareas más denigrantes, me trataba como un cero a la izquierda y me dejaba en ridículo frente a mis compañeros de trabajo. En más de una oportunidad estuve tentado a mandarla a masticar miembro viril, sin embargo mantuve mi aplomo sabiendo que necesitaba mi salario para poder sobrevivir. Todos mis compañeros a simple vista notaban su trato visceral para conmigo y unos decían que dicho comportamiento era porque estaba caída con este pecho. De ser así, no hubiese sido más fácil y menos traumático para ambos decirme de manera directa: “Antonio, te tengo ganas, ¿cuándo nos echamos un polvito?”. Aunque no era mi tipo de mujer y casi me doblaba la edad, yo por salir de ese maltrato le hubiera hecho la vuelta sin remordimiento alguno.

Pero nada de eso sucedió y a mí me tocó aprender a callar, a poner la otra mejilla, a trabajar de manera impecable y leal en todo. Me di cuenta que lo único que había hecho era tomar demasiado en serio todas las acciones de mi pinche tirano y de paso también me aferré a mis propios sentimientos complicándome así la vida. Entonces diseñé una estrategia, fui indiferente a sus acciones y no dejé afectar mis emociones por las tonterías que hiciera tomando de esta forma el control de mi vida. Ella, unos años después salió por la puerta de atrás con un gran desfalco a cuestas y yo seguí con la frente en alto hasta que conseguí una mejor oportunidad laboral.

Hace unos meses cuento en mi haber con una nueva pinche tirana. Esta se cree toda una mama santa que no mata ni una mosca pero con una lengua viperina para herir y ver la paja en el ojo ajeno sin darse cuenta de la viga que tiene en el suyo propio. Es interesada, mal intencionada, hipócrita y no digo más porque de seguro me está leyendo y se vengará de esto a la primera oportunidad que tenga. 

Con esta pinche tirana aún no tengo claro lo que debo aprender y cada vez que la veo me consume la sed de revancha y ganas de ponerla en su sitio. Ahora que no me vengan con el cuentecito de que esta caída conmigo porque a esta si no se la come ni el oxido. Mientras tanto cuento hasta diez y le pido a Dios que me conceda serenidad y paciencia para soportarla y sabiduría para saber llevar esta relación y pode encontrar la forma de superarlo.

Vuelvo al libro de Castañeda y cito las cinco estrategias para erradicar la importancia personal y de paso ser inmune a esta nueva pinche tirana: Control, Disciplina, Refrenamiento, Habilidad para escoger el momento oportuno y el Intento. Suena difícil pero sólo necesito un poco de disciplina y pronto veré los primeros resultados que me harán sentir más seguro y sereno.

Me siento afortunado de tener a todos mis pinches tiranos ya que me han servido de sparring y sin saberlo me ayudaron a mejorar muchos aspectos de mi vida, entre ellos el control de las situaciones y el manejo de conflictos. A todos mis lectores les deseo que tengan muchas bendiciones disfrazadas de pinches tiranos, si no los tienen, deben salir a buscarlos, y que si lo son de alguien lo sean con amor compasivo.

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com