viernes, 29 de abril de 2011

Cumpleaños Fatal



Llegó mi cumpleaños número “ticinco” con algunos sentimientos encontrados. Por una lado agradecido y feliz con el viejo Chucho por el don de la vida y por otro lado con mucho estrés al saber que ese día sería el centro de atención ya que nunca me ha gustado sobresalir y por el contrario prefiero mantener un low profile (perfil bajo para los no bilingües).

Ese viernes de abril, mi día comenzó bien temprano, mi esposa se metió entre mis cobijas y me dio el primer y tal vez único regalo de cumpleaños: un colosal y silencioso rapidito mañanero bajo las notas de Los Panchos donde me recordaban que despertara porque ya los pajaritos cantan, sin embargo por más que agudicé mi oído el único animal que escuché cantar fue al vecino gritándole a su esposa. De postre que mejor que recibir el desayuno en la cama y como ya tenía los huevos revueltos aproveché para pedir un omelette  de jamón con tostadas, mermelada, jugo de naranja y una taza del mejor café del mundo. Después del delicioso desayuno que mejor que una siesta abrazados en cucharita y seducidos por Morfeo. Minutos después me levanto con la misma pereza de todos los días y decido alistarme para ir al trabajo.

En la empresa donde laboro mis compañeros me recibieron con la oficina decorada de globos, serpentina y confeti, los mismos que yo había comprado dos semanas atrás para el cumpleaños de la secretaria. Después de cantarme el Happy Birthday y recordarme que ya me estoy poniendo viejito, cantaron al unísono “esta noche la seguimos en tu casa”. Un poco nervioso por la propuesta les dije que no celebraría mi cumpleaños y además no tenía nada para brindarles, no obstante se hicieron los sordos y me dijeron “fresco nosotros llevamos todo”.

Al llegar a mi apartamento, cansado por la semana de trabajo, procedí a hacerle un aseo por donde pasa la suegra o lo que llamamos un “fua fua”. Conociendo a mis compañeros de trabajo y por cortesía, hice un pedido telefónico de pasabocas en la tienda de la esquina el cual llegó a los cinco minutos entregado por un joven en bicicleta panadera vestido con pantaloneta, camiseta jetona que decía “Uribe Presidente 2006-2010” y unas chanclas que dejaban ver sus garras, sacó de la canasta ubicada en la parte trasera de su bicicleta las viandas encargadas a saber, una Coca Cola dos litros, una bolsa de Doritos, una de El Golpe, un paquete de butifarras Cunit, cinco bollitos de limpio, dos limones, un rollo de papel higiénico y dos bolsas de hielo. Al entregarme la factura, un pequeño papel rasgado, le dije cruzando los dedos “dile al cachaco que me lo apunte en la cuenta y que este fin de semana sin falta le pago todo lo que le debo”.

Alrededor de las 8:00 p.m. se presentaron a mi apartamento, mis compañeros Irina y Alfonso con sus respectivas parejas, Carlos con una amiga y Kelly con dos tipos que en mi vida había visto. Todos entraron con sus manos vacías (ni regalos ni las prometidas picadas) y riendo dijeron “huy ya huele a lasaña”. De inmediato Nelson, uno de los amigos de Kelly, se apoderó de la radio y puso un CD pirata que llevó con salsa de la brava a todo timbal. En la sala Irina ya había prendido el televisor para ver el Desafío la lucha de las regiones y Alfonso abría la nevera para hacer un inventario de los manjares que se brindarían. Apresurado llamé a mi madre y le dije que me hiciera alguna comidita triple B, buena, bonita y barata. El menú fue ensalada rusa y un taco de saltinas Noel. Una hora después de mi llamada, mi esposa la recogió.

Desde ese momento mi cónyuge y yo nos convertimos en meseros profesionales para satisfacer las peticiones y exigencias de mis confianzudos compañeros. “Me regalas una coca colita”, “Tienes hielo”, “una servilleta”, “¿dónde está el baño?”, “me prestas el teléfono”, “¿tienes coca cola light?”, “mas hielito please”.

Mientras tanto, Carlos encontró en una de las gavetas de la cocina una botella de vodka a medio terminar, una de vino sin empezar que me habían regalado hacía unos meses y otra con un cuartico de whiskey sello negro que me traje del matrimonio de una prima y a las tres se dispuso a partirles la pechera sin yo poder hacer algo para impedirlo. Carlos y Nelson se bebieron todo el licor como dos esponjas y este último bajo los efectos del alcohol se me acercó y me dijo “ey llave, ¿quién es la morena que está sentada en aquel rincón, está como buena?”, mirándolo con cólera y a punto de echar humo por mis oídos le contesté “¿te refieres a mi esposa?”. Carlos, atento a los sucesos, bajó los ánimos invitando a todos a cantarme el cumpleaños feliz junto a un pequeño y maltrecho pudin Bimbo que recién había traído el mismo joven de la bicicleta junto a otras dos bolsas de  hielo. Como no había velita, me tocó encender un puchito de vela que utilizo para cuando se va la luz por mantenimiento o exceso de pago. Mi deseo al intentar apagarla fue “que se vayan todos estos @#&%$” pero la vela parecía mágica y la llama se hacía más viva mientras la jauría de amigos y desconocidos me gritaban “¡uh ya no sopla, ya no sopla!”.

Irina hizo la repartición del pudín de forma que a ella y a su novio les quedaran los trozos más grandes y no faltó quien dijera “me das un pedazo para llevárselo a mi mamá”.

Al repartir la ensalada que muy gentilmente me preparó mi madre, Alfonso decía que tenía mucha cebolla, otro expresó “la que prepara mi tía es mucho más rica”, mientras Kelly señalaba en forma irónica “pollo pasó por aquí cate que no lo vi”. Desesperado por sus comentarios le indiqué a mi esposa que pusiera la escoba boca arriba a ver si funcionaba y se iban de una vez por todas pero todo fue en vano, incluso ni notaron varios bostezos fingidos que hice o tal vez se hicieron los desentendidos. Eran las diez de la noche y ya ellos se iban… ¡pero amañando!

Alfonso y su novia desaparecieron por media hora y luego los vi salir de mi habitación algo sudados y acomodándose sus vestimentas. Irina se metió al baño y me dejó un “regalito” en el sanitario, quien la ve tan chiquitica, come como pajarito pero caga como camionero. Kelly encontró mi álbum de fotos de recién nacido en alguna gaveta del armario y se las mostraba a todos diciendo y riendo a carcajadas “miren a Antonio en pelotas”.

Por su parte Carlos y Nelson ya no podían con su alma por la mezcla de licores ingeridos, sus parpados se hacían de plomo y cabeceaban cuando le subía el volumen al disco del Gran Combo de Puerto Rico en su coro “Pa´ fuera, pa´ la calle, no hay cama pa´tanta gente”.

Al fin, cuando ya eran las doce de la media noche y mi apartamento parecía azotado por un tsunami, se fueron mis compañeros de trabajo no sin antes decirme en coro y cantando “que se repita, que se repita”, mientras yo les recordaba mentalmente la madre a cada uno de ellos.

Haciendo el inventario de mi día de plácemes el balance arroja un abrumador saldo en rojo: un mañanero, una tarjeta firmada por veinte personas, cientos de mensajes y regalos virtuales en mi Facebook, mi apartamento vuelto nada, mi nevera vacía (Irina y Alfonso se comieron el jamón y el pan para mi desayuno), una huella como de mapamundi en mi colchón, un trasatlántico en el baño y quejas de varios vecinos por el ruido. Lo único que me reconforta es saber que todos mis compañeros ya sea por suerte o fruto del destino cumplen la próxima semana y ya tengo mi venganza fríamente calculada. ¿Quién quiere venir conmigo?, todos están cordialmente invitados.

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com