jueves, 5 de agosto de 2010

Sobreviviendo a una Colonoscopia

 

Debido a ciertos síntomas que me aquejaban un tiempo atrás decidí visitar al gastroenterólogo, cuando llegué a su consultorio, este me recibió como todos los médicos de hoy en día, me saludó sin voltear a mirarme, y con su cara pegada a la pantalla del computador llenaba mi historia clínica y preguntaba el motivo de mi visita, cuando terminó me dijo: “Quítate la camisa y acuéstate en la camilla”…hombre tenía que ser!!!, ni una copita de vino antes o una salidita a comer. Me revisó con su estetoscopio, me tomó la presión y al finalizar me preguntó si sufría de colon irritable o si alguna vez me habían hecho una colonoscopia; le respondí, que afortunadamente todavía era virgen, con una sonrisa en mi cara, pero al doctor no le hizo ninguna gracia o ese chiste barato ya lo habría escuchado muchas veces.

Tímidamente le sugerí cambiar dicho examen por una gastroscopia pero de nada sirvió, el tipo estaba decidido a auscultar mis cavidades más intimas. Inmediatamente mis nervios empezaron a alterarse, no sé si por la idea machista de que me metieran un tubo por “allá” o por el temor de que me quedara gustando, el caso es que tenia la cita para dentro de tres días; me fui de allí no sin antes recibir las indicaciones para la preparación de dicho examen.

El día antes sólo pude ingerir alimentos sólidos hasta las 6 pm, así que a esa hora me preparé un sándwich de dos pisos para compensar el filo del próximo día. A la mañana siguiente (el día del examen), como a las 5 am debía tomarme medio frasco de un liquido, que por mas que estaba disuelto en gaseosa me supo a demonios, y así cada media hora seguir bebiendo un vaso del mismo preparado junto con otros líquidos como agua, gaseosa clara y agua de panela. A las 7 am ya mi estómago hacia más ruido que un Walkswagen modelo 71, y de ahí en adelante toda la mañana estuve “DIRECTV” en el sanitario, hasta llegar el momento en el que no sabía si estaba haciendo “la número 1” o “la número 2”. A eso del medio día, y después de visitar unas ocho veces el baño, ya mis entrañas no tenían más nada que brindar. Media hora antes de mi cita me di un buen baño, me cambié y perfumé mi cuerpo un poco más que de costumbre, sin olvidar mis zonas que estarían expuestas durante el examen; no sólo por el examen, sino por aquel pensamiento que tenemos la mayoría de los hombres fantaseando con una hermosa enfermera, quien con su uniforme ceñido al cuerpo y unos ligueros de chica mala sería la que me atendería, así que debía estar preparado.

Al llegar al consultorio, me informaron que debía esperar aproximadamente 45 minutos antes del examen, así que tomé tres revistas para entretenerme un rato. La más “reciente” de todas era una Semana del año 1.985 y en la portada figuraba el Palacio de Justicia en llamas. ¿Será que los honorarios de los médicos no alcanzan para subscribirse a una revista de actualidad?

Por fin, me anunciaron para hacerme seguir, y en ese momento supe que mi fantasía tenía que esperar. Medellín está llena de mujeres hermosas, y justo tenía que tocarme una gorda con más bigote que Salvador Dalí. Esta me indicó donde estaba el baño para cambiarme, en este había una bata talla XS que no me tapaba un soberano ano, y por más que lo intenté no pude atarme el nudo de la parte de atrás, así que sin un ápice de pudor salí de allí con mis pompas al aire y mi “amigo” más escurrido que nunca debido al frio y el susto por lo que me esperaba.

Ya en la camilla mi amiga bigotona me canaliza una vena y nota mi exagerado nerviosismo, por lo que me dice “No te preocupes que eso no duele”, con una sonrisa sarcástica en su rostro como tomando venganza en nombre de todas las mujeres a las que sus amantes de turno le han mencionado una frase parecida: “Tranquila mi amor que por ahí no te va a doler”.

El doctor entra a la sala, me dice que me ponga de medio lado (mi posición favorita), me inyecta la anestesia y de inmediato todo me empezó a dar vueltas, me sugiere que cuente hasta 10, sólo recuerdo llegar hasta el 4, número peligroso para la posición en la que me encontraba.

A pesar que ya no me pertenecía, pude sentir como ese tubo me traspasaba y mi título de “señorito” cambiaba a “señor”, y lo peor de todo es que no había velas encendidas ni música romántica de fondo. No sé cuanto duró el examen, se que cuando desperté tenía una lágrima en mi mejilla, sentía una inmensa necesidad de fumarme un cigarrillo, pese a que nunca he fumado y de charlar con la enfermera, que en esos momentos todavía bajo el efecto de la anestesia ya no me parecía tan fea.

Ya en la sala de recuperación me esperaba mi esposa, yo la miraba apenado sin saber por qué y ella no se aguantaba las ganas de burlarse de mí. Traté de evadirla haciéndole creer que no la reconocía pero todo fue en vano, y ambos sabíamos que a partir de ese momento yo dejaría de ser el señor de la casa.

Luego de un rato el doctor me dio los resultados: Todo normal! Pese a que eran buenas noticias, yo estaba triste y sentí la extraña necesidad de buscar una segunda y tercera opinión…Definitivamente ya mi vida no volvería a ser la misma nunca más.

Foto tomada de: http://us.123rf.com/400wm/400/400/caraman/caraman0805/caraman080500013/2983431.jpg

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com