-“Ey Roberto juguemos al hoyito”- retó Antonio a su vecino refiriéndose a una partida de bolita de uñita.
-“Dale, voy por mis bolitas y salgo de
una”- respondió emocionado el jovencito saltando alegre a su casa no sin
antes agregar –“ves diciéndole a Carlos y Cesar para completar el
cuarto”-.
Antonio, acatando la sugerencia de su
fiel vecino y amigo, fue hasta la casa de los compañeros de juego y uno a
uno fueron saliendo vestidos de bermudas, camisillas y chancletas tres
punta´.
El lugar donde se llevaría a cabo el
encuentro era un pequeño peladero en la tienda del barrio, propiedad de
un santandereano que les prestaba el predio con la condición de que le
compraran las bebidas y viandas (gaseosas, poni malta, pudin gala,
bocadillo Veleño, etc.) al final de cada partida.
Al estar todos reunidos, uno de ellos
cavó un pequeño orificio en la tierra con una gracia y maestría digna
del mejor de los ingenieros civiles. A aproximadamente seis grandes
pasos trazaron una raya larga y listo. ¡A jugar!
Cada uno lanzó su bolita de uñita desde
atrás del hoyito, con la fuerza justa y necesaria para caer lo más
cercano a la raya. Carlos tuvo suerte y cayó preciso en ella y dijo –“Ay
de papayita, soy pepe y arranco en boquita del hoyo”-. Cesar y Roberto
quedaron cerca y ambos a la misma distancia por lo que les tocó
desempatar con “ojito”, donde cada uno dejó caer su bolita desde la
altura de la cabeza cerrando un ojo y apuntando con el otro. Nuevamente
el más cercano a la raya se llevaba el siguiente turno, y esta vez la
fortuna fue para Roberto, seguido de César y por último Antonio que
quedó a varios metros de la raya.
Carlos empezó dándole un sutil golpe con
la uña de su dedo índice embocando la bolita en el hoyo y de inmediato
hizo otro lanzamiento para quedar cerca esperando a sus rivales para
darles cristiana sepultura.
La disputa se hizo intensa, unos
tratando de coger hoyo mientras Carlos lanzaba su bolita desde todos los
ángulos intentando pegarle a sus rivales amigos sin suerte alguna. En
uno de sus turnos resultaba más difícil no pegarle a la bolita de Cesar
sin embargo para la sorpresa de todos la falló haciendo que sus
compañeros le gritaran improperios como “pajizo” y “pelongo”. Carlos se
lamentaba mientras el juego continuaba su curso.
-“¿Tu ya tiene hoyito Antonio?”- preguntó Roberto.
-“Hasta ahora solo el de nacimiento, y
ese no está en juego. Deja y cambio mi bolita colombiana por una china y
me los “pipeo” a todos”- respondió Antonio mientras se hurgaba en los
bolsillos para realizar el mencionado canje.
Antonio lanzó su brillante bolita
unicolor con mucha habilidad y una gran dosis de suerte metiendo su
pequeña esfera en el hueco para la dicha propia y desazón de sus
amiguitos.
-“Ahora sí, al que le pegue me lo bajo”-
decía Antonio en tono prepotente. La bolita de Cesar era la más cercana
y mientras Antonio apuntaba con sus dedos hacia ella, Cesar fingía
echarle sal con los dedos en la cabeza de su verdugo para transmitirle
mala puntería.
-“Tick”- sonaron al unirse las dos
bolitas y todo el esfuerzo de Cesar fue en vano que vio resignado como
Antonio se llevaba la ultima bolita que lo acompañaba.
Antonio seguía con el turno y ahora su
objetivo era Carlos, pero su bolita estaba bastante retirada. Sin
embargo, la osadía y puntería de Antonio no conocían límites. Lanzó la
bolita con su dedo medio sostenido con el pulgar y el índice de la mano
contraria y “poom”, nuevamente encontró su cometido haciendo salir a
Carlos del juego mientras le entregaba su refinada bolita americana
llena de esmaltados colores. Carlos desconcertado y resignado decía
-“nojoda Antonio, culo de tino, se ve que no haces otra cosa”- A lo que
su verdugo le reviró con ironía, orgulloso y sacando pecho -“¿por qué
crees que voy perdiendo el año en el colegio?”-.
Llegado el turno de Roberto intentó
“coger hoyo” trazando una línea llamada “canal” para tener más
dirección, pero lo hizo arrastrando la bolita con su dedo índice sobre
la arena hasta el pequeño orificio por lo que de inmediato Antonio alegó
–“carrito de mano no se vale, perdiste el turno”-.
Al terminar, Antonio salió triunfante
con un puñado de bolitas que harían parte de su selecta colección junto a
varias americanas, chinas, colombianas y los gigantes bolinchones.
Todas almacenadas en una vieja media deportiva y guardadas celosamente
en la gaveta de su armario.
Así culminó la tarde de esparcimiento de
estos cuatro adolescentes que departieron un rato ameno con sus amigos
en un juego sano y divertido donde pusieron a prueba sus habilidades
motrices sin la necesidad de tecnología, costosos aparatos o violentos
videojuegos.
¡Que tiempos aquellos!
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
Mi Twitter: @AJGUZMAN