viernes, 2 de diciembre de 2011

Vida y muerte de Julio Mario


A la edad de 87 años falleció don Julio Mario Barrios, ilustre y singular personaje del barrio Abajo de Barranquilla. Julio Mario nació en Ciénaga, Magdalena fruto del destino, ya que a su madre la tomaron por sorpresa los dolores de parto comprando pescado para revenderlo en su ciudad.

Desde niño Julio Mario tuvo una visión y dedicación para los negocios. Por las mañanas ayudaba a su padre, de quien heredó su ambición por el dinero, con la venta del pescado en el mercado de Barranquilla y por las tardes vendía bolis, en una nevera de icopor, que el mismo preparaba.

Al morir su padre, se hizo cargo del negocio del pescado pero no se conformó con el pequeño puesto que tenía sino que le dio un vuelco total al oficio. Contrató varios vendedores que salían por los diferentes barrios de la ciudad y a los que les pagaba una gratificante comisión por cada libra de pescado vendida y cancelada. Esto hizo que las ventas se dispararan y con ellos sus dividendos.

Cuando tuvo algo de dinero decidió validar el bachillerato en un humilde plantel educativo logrando el mayor título de la familia hasta ese entonces. Esto le ayudó para la época de vacas flacas que se avecinaba, ya que la competencia y la escasez del pescado le hicieron vivir momentos de suma iliquidez y penuria.

Con el valor y coraje que siempre lo caracterizó un día compró varios termos y el mismo armó una cesta donde llevarlos para vender tinto en los rincones de la puerta de oro de Colombia siendo de los primeros en este oficio. De esta forma Julio Mario conoció mucha gente que sería importante para su futuro teniendo la mejor relación personal y comercial con todos ellos.

Intuitivo y sagaz se dio cuenta que el negocio fuerte estaba en fabricar el café para distribuirlo a todos los vendedores ambulantes y fue así como se hizo a su primera gran greca donde preparaba la apetecida bebida con el mejor aroma y sabor de toda la ciudad.

Para la edad de 23 años el gran Julio Mario no se conformaría con eso y también decidió ingresar en el negocio del peto (bebida dulce hecha a base maíz muy popular dentro de la región Caribe). Como cualquier cristiano el mismo cargaba la caliente y enorme olla en un brazo, mientras que la otra le servía de balance llevándola izada de manera perpendicular a su cuerpo.

El carácter extrovertido, su dicharachera forma de hablar y su gran porte lo convirtieron en todo un don juan entre las mujeres. Se dice que por su barrio no dejó títere con cabeza y todas las féminas pasaron por su lecho pero la que supo llevarlo al altar por primera vez fue Herminia Vargas, una mestiza Riohachera que le dio su primer hijo en el año de 1958 al que bautizaron Julio Mario en honor a su abuelo y su padre. En el 2009, el heredero murió en un accidente cuando se transportaba en un moto-taxi, lo que afectó profundamente el ánimo del emprendedor.

Dicha relación con Herminia duró muy poco y Julio Mario luego conseguiría el amor de su vida en Beatriz Ávila con quien vivía al momento de su muerte y que le parió dos hijos: Alejandro y Andrés. Esta prominente familia se convertiría en el tema principal de los chismes del barrio y siempre estaban en boca de todos. No podía ser de otra forma, fueron los pioneros en comprar carro, un Land Rover modelo 67. También fueron los primeros en remodelar el frente de su casa y construirle segundo piso para que vivieran sus hijos posteriormente. Sin lugar a dudas, don Julio Mario era el hombre más influyente en varias cuadras a la redonda.

Era un jugador innato de bola e´trapo, cantaba vallenatos a todo pulmón y nunca se perdió unos Carnavales donde bailaba en la Batalla de Flores con la Danza del Congo acompañado de su siempre elegante esposa Beatriz.

Hoy en día todos sus negocios son manejados por su hijo Alejandro quien alcanzó a graduarse en el Sena. Su otro hijo Andrés, tomó un camino diferente a los negocios y lidera un grupo vallenato que tiene como sede el Parque de los Músicos.

Su muerte se produjo el 7 de octubre en una pequeña finca de su propiedad tras una larga y penosa enfermedad y recibir malas atenciones en la EPS a la que siempre estuvo afiliado y la cual nunca quiso pagarle el tratamiento para curar o al menos aliviarle los malestares.

Los preparativos de sus exequias estuvieron a cargo de su esposa Beatriz, quien desde el mismo instante en que Julio Mario dio el último suspiro se vistió de un negro profundo de pies a cabeza, incluyendo una pañoleta que le cubría la cabeza y parte del cuerpo.

Lo primero que se mandó a hacer fue el cartel anunciando su deceso. Una pequeña y arcaica imprenta ubicada en el barrio Rebolo fue la encargada para tal fin y el mensaje final decía: Beatriz Vargas Vda. de Barrios, Alejandro y Andres Barrios invitan al sepelio de su esposo y padre. Ceremonia que se llevará a cabo en su humilde morada”. Dicho cartel fue pegado en todos los postes, bordillos y portones de las cuadras vecinas para que nadie se quedara sin saber de la fatal noticia.

La preparación del cuerpo se realizó en la misma habitación donde Julio Mario compartió su lecho de amor con su señora esposa en los últimos años. Ahí yacía tieso, frío y desnudo esperando a ser vestido con su mejor gala. Un viejo y polvoriento vestido entero, el mismo que llevó dos veces al altar, sería su último atuendo para que los gusanos se dieran un festín de alguien con buena presencia.

El cajón fue comprado a crédito al carpintero del barrio. Era un féretro sobrio, en madera de roble y pintado burdamente con laca. Debajo del ataúd reposaban varios bloques grandes de hielo para evitar la pronta descomposición del cuerpo de Julio Mario.

La casa fue arreglada con lujo de detalles. En la sala se ubicó una mesa redonda con un mantel blanco que llegaba hasta el piso y una cinta negra indicando el luto, en ella se colocaron dos candelabros largos con recipientes de agua para evitar los chorros de esperma, una esfinge de la virgen del Carmen, la mejor foto del muerto y una jarra de agua por si al difunto le daba sed. Al lado de la mesa se ubicó el cajón que servía de centro de mesa.

El día de la velación la casa se llenó de familiares, amigos, conocidos y curiosos. El lugar estaba a reventar. Los que cupieron dentro de la casa se acomodaron en las pocas sillas que había disponibles, mientras otros se quedaron de pie hablando de las anécdotas con el difunto. Afuera, en la terraza de la casa se ubicaron varias bancas alquiladas donde descansaron algunos de los dolientes. Todos de blanco o negro guardaban un luto absoluto y los colores vivos brillaban por su ausencia.

La señora de la casa repartió a los presentes cigarrillos Piel Roja en una bandeja de peltre a la vez que alias “Chibolito” contaba chistes de todos los calibres para hacer el rato lo menos amargo posible. El rosario estuvo a cargo de una comadrona quien lo rezó religiosamente durante todo el me siguiente a las 6 am, 12m y 6 pm sin descanso, combinando sus plegarias inventadas con curiosos y espeluznantes alaridos. Durante todo ese mes, esta señora se daría los tres golpes (desayuno, almuerzo y comida) que le correspondían al occiso, hasta que la mesa fuera levantada con un rito especial y cuidadoso donde nuevamente elevaría extrañas oraciones como si estuviera poseída por el muerto.

Llegado el momento de trasladar el ataúd hasta el cementerio Calancala, todos se ofrecieron para cargarlo y llevarlo en hombros, sin embargo los dos hijos y hermanos de Julio Mario fueron los primeros designados para tal fin, pero sin soltar jamás la botella de “Gordolobo” (nombre que se le daba al ron blanco) y trastabillar fruto de los grados de etanol en sus neuronas bajo un inclemente sol que anunciaba un potente aguacero.

La caravana hacia el cementerio era extensa, empezando con el ataúd llevado en hombros, seguido de la carroza fúnebre que sólo servía de adorno y atrás de ésta mucha gente caminando cerca a varios buses contratados por los familiares del interfecto.

Al sepelio asistieron varios familiares que tenían años sin hablarse con Julio Mario por una discusión de dinero, también estuvo presente su hermana que vivía en Cartagena quien llevaba bastante tiempo sin visitarlo o al menos hacerle una llamada. La moza del difunto tampoco quiso perderse la cita y se presentó al cementerio provocando murmullo entre todos los asistentes. Hasta el vecino Carlos que era su más fuerte competidor y con el que tuvo varios altercados estuvo presente en ese momento. De manera curiosa pero como es costumbre, todos estos personajes eran los que más lloraban y lamentaban la muerte del gran señor.

La familia pensando que nadie lloraría al muerto, contrató a dos mujeres cuya única función era llorar a lágrima batiente, abrazar el ataúd al son de sus quejidos y lamentos donde no paraban de decir “ay Julio Mario ¿por qué te fuiste y nos dejaste solos?”, “Julio Mario no te vayas, tu siempre fuiste bueno con nosotras”.

Poco a poco iba descendiendo el cajón con Julio Mario adentro y más de uno quería irse con él. Cumpliendo su último deseo, el conjunto vallenato de su hijo Andrés cantaba “Mi hermano y yo” de los Zuleta mientras decenas de coronas de flores caían en la tumba y el lamento colectivo se volvía uno solo. Finalmente llegó la lluvia y con ella todas las personas se esparcieron de la misma manera como fueron llegando, sólo quedaron Beatriz, Alejandro y Andrés empapados de pies a cabeza confundiendo sus lágrimas con el agua de lluvia.

A la semana siguiente nuevamente los dolientes se reunieron en la casa de la viuda de Julio Mario para rezar el rosario, donde esta vez repartieron sanduches y por supuesto el famoso tinto que hizo tan popular al fallecido. Pero dicha congregación tenía como real finalidad escuchar el testamento de Julio Mario a cargo de su amigo Agustín quién siempre le manejó sus asuntos legales a pesar de no haberse graduado como abogado.

“Las casas del barrio Rebolo para mi sobrino Héctor”, empezó diciendo el pichón de abogado y continuó “las casas del barrio abajo para mi primo Arturo, las casas del barrio abajo para mi hijo Alejandro, las casas del barrio Recreo para mi hijo Andrés” seguía leyendo Agustín el escrito de puño y letra de Julio Mario mientras muchos de los presentes escuchaban asombrados y se decían “nunca pensábamos que este señor fuese tan adinerado y tuviera tantas propiedades”. Su hijo mayor, Alejandro, escuchándolos les respondió “no son propiedades, esa es la ruta del tinto”.

Paz en la tumba de Julio Mario Barrios.
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
Mi Twitter: @AJGUZMAN