Don Álvaro era un simple trabajador en
una pequeña empresa donde se desempeñaba como soldador. Hace nueve años
la firma prescindió de sus servicios sin decirle por qué y lo despidió
con un cheque proveniente de su merecida liquidación.
Precavido como siempre, Don
Álvaro guardó ese dinerito como un tesoro mientras conseguía
otro empleo digno que le ayudara a subsistir. Los días y los meses
pasaron y el trabajo nunca llegó obligándolo a tomar recursos de
su liquidación para poder comer. Desesperado por la situación y sabiendo
que de esa forma pronto se acabarían sus ahorros, tomó la decisión de
comprar un horno de segunda, un par de cestas grandes y una bicicleta.
Aprovechando que su esposa terminaba un
curso de panadería en el Sena inició su pequeño negocio de preparar y
vender pan por los polvorientos barrios de Barranquilla. Todas las
mañanas su esposa amasaba, moldeaba y horneaba los panes más frescos y
deliciosos para que don Álvaro saliera en las tardes en su oxidada
bicicleta con el fin de sacar adelante su familia a punta de pedalazos.
Hoy, y como hace casi nueve años, don
Álvaro espera el comienzo de la caída del sol para salir en su
velocípedo, cargando mogollas, piñitas, panochas, tostadas, pan de sal,
de molde y de mantequilla ( ver video aquí).
Vestido de gorra del Junior, camisa desgastada por el uso y un jean con
el logo de su antigua empresa del cual lleva su bota amarrada con un
elástico para evitar enredarse con la cadena, pedalea al ritmo de Lucho
Herrera montado en su caballito de acero y en cada cuadra hace sonar su
corneta de aire para que su asidua clientela salga alegre y le haga el
pedido diario. Ese sonido se ha hecho más famoso que el de los camiones
de la empresa transportadora Coordinadora y con solo escuchar el
“beep-beep” de su bocina ya la gente sabe que es él.
Muchas de las ventas que hace son
fiadas y las anota en un cartón de cigarrillos Marlboro con un pequeño
lápiz que sostiene entre su oreja y la gorra. En cada cuadra tiene
varios acreedores que le deben varios miles de pesos y cuyas cuentas
infla al ritmo del dólar.
“Ey pan”, le grita la gente, mientras
detiene su bicicleta y la sostiene en un bordillo con un pedal, abre la
bolsa que cubre las canastas y saca el alimento elaborado con
harina, agua y sal para el deleite y disfrute de toda su clientela.
“Regálenos la receta” le piden algunos, pero lo que ninguno sabe es que
probablemente el ingrediente principal y secreto que le da el aroma
y sabor especial al pan repartido en bicicleta proviene de los gases
metanos que produce y expulsa don Álvaro directamente en la
cesta durante todo el recorrido.
A las 9 pm aproximadamente termina su
ruta con su canasta casi vacía, de lo poco que le queda una parte se la
regala a una vecina a quien le está lanzando los canes y el resto lo
lleva a su casa para darle "materire" con su esposa y cuatro hijos.
Ni las grandes multinacionales
como Bimbo o los supermercados como Carulla o el Éxito han podido
desbancarlo, y aunque cada vez sean menos sus colegas, don Álvaro
pedalea y pedalea por toda Barranquilla distribuyendo el mejor y más
delicioso de todos los panes: el pan peao.
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
Mi Twitter: @AJGUZMAN