Ese martes 22 de noviembre era poco 
prometedor y aburrido. La soledad y yo nos hacíamos compañía mutuamente.
 Mientras pensaba en los huevos del gallo recibí una llamada que 
cambiaría el resto de mi día y tal vez de mi triste existencia.
Era mi gran amigo Ernesto, un alto 
funcionario de una empresa de eventos encargada de traer a Colombia, 
grandes artistas y deportistas de talla mundial quien con voz estresada 
me dijo -necesito que me saques de un apuro urgente, las hermanas Williams
 llegan dentro de una hora al aeropuerto José María Córdoba de Rionegro 
para un juego de exhibición que harán mañana, y la limosina que habíamos
 contratado se varó, no conozco a nadie más en Medellín por eso te ruego
 que me salves el pellejo, mi puesto depende de ti, por favor consigue 
un buen carro y ve a buscarlas-.
Intentando engañarlo le dije una mentira que ni yo mismo me creí -Ernesto, que pena, pero la verdad estoy sumamente ocupado-.
El de inmediato agregó -te pago lo que sea necesario-.
Fingiendo que estaba ofendido por su propuesta le alegué -bueno, lo haré, pero que quede claro que no es por el dinero, todo sea por ayudar a un amigo-.
Intentando engañarlo le dije una mentira que ni yo mismo me creí -Ernesto, que pena, pero la verdad estoy sumamente ocupado-.
El de inmediato agregó -te pago lo que sea necesario-.
Fingiendo que estaba ofendido por su propuesta le alegué -bueno, lo haré, pero que quede claro que no es por el dinero, todo sea por ayudar a un amigo-.
Créanme que intenté a toda costa buscar 
un carro cómodo y amplio, pero el tiempo y mis pocas amistades hicieron 
la tarea imposible y la única solución fue buscarlas en mi pequeño 
Twingo.
Así llegué al aeropuerto José María 
Córdoba y tras una larga espera fruto del retraso por mal tiempo en 
Bogotá, arribaron el par de morenazas que lideraron durante varios años 
el circuito femenino de tenis mundial. Me presenté con mi inglés 
muellero y su única respuesta con cara de pocos amigos fue “We are 
starving”, que traducido al costeño sería “tenemos tronco de filo”. 
Pensé en llevarlas a un restaurante elegante pero el más cercano se 
encontraba a por lo menos cuarenta minutos y temí que ese par de 
camastronas sufrieran de canibalismo y comieran “costeño a término 
medio”.
Sin ningún asomo de pretensión se 
sentaron en el Kokoriko del aeropuerto y cada una se empacó un pollo 
frito con papas a la francesa. Ya con el estómago lleno empezaron a 
sonreírme y pensé -esa risita se les quitará de la cara tan pronto vean 
mi carro-.
Pero para mi sorpresa ellas lo tomaron por el lado amable, Venus (la mayor y más alta, 1.85 metros) se fue en la parte trasera y llevaba las piernas estiradas en la banca. Serena (la menor y más bajita, 1.8 metros) se fue adelante conmigo y las rodillas le llegaban a sus orejas. Sus maletas y raquetas las coloque en el techo del carro amarradas con una cuerda que siempre cargo en el baúl para casos de emergencia. Éste sin duda era uno de ellos.
Pero para mi sorpresa ellas lo tomaron por el lado amable, Venus (la mayor y más alta, 1.85 metros) se fue en la parte trasera y llevaba las piernas estiradas en la banca. Serena (la menor y más bajita, 1.8 metros) se fue adelante conmigo y las rodillas le llegaban a sus orejas. Sus maletas y raquetas las coloque en el techo del carro amarradas con una cuerda que siempre cargo en el baúl para casos de emergencia. Éste sin duda era uno de ellos.
Llegamos al Hotel Intercontinental, se 
registraron de inmediato y cuando me disponía a irme me agarraron de un 
brazo cada una y me dijeron en un español básico y mal pronunciado 
-llévanos a rumbear-.
¿A dónde demonios lleva uno a un par de 
gringas en Medellín un martes a las 9:00 pm? Haciendo unas cuantas 
llamadas de rigor a mis escasos contactos el lugar elegido fue 
Kukaramakara en el exclusivo sector “Milla de Oro” en el barrio El 
Poblado.
Como era de esperarse, en el sitio 
habían tres pela gatos, pero eso no fue obstáculo para las tenistas 
quienes se apoderaron del sitio pidiendo una champaña Viuda de Cliquot
 con un precio aproximado de dos millones de pesos cada botella. Yo 
pensaba –hijuemadre, con esa plata pago todas mis deudas y hasta me 
alcanza para comprarle aguinaldos a toda mi familia-. Pero tenía que 
verlo por el lado positivo, ahí estaba yo sin un peso en el bolsillo, 
tomando una de las mejores champañas del mundo junto a un par de 
celebridades.
A medida que las hermanas se iban 
entonando se volvían más melosas conmigo. Mi encanto latino estaba dando
 resultado sin proponérmelo, pero por dentro pensaba -maldita sea, 
porque no vinieron Ivanovic y Sharapova-.
Serena, la más frentera y entrona me 
tocaba más que disco bueno en carnavales. Venus por su parte, algo 
recatada, me hacía ojitos y me dejaba ver todos sus dientes. -Este huevo
 quiere sal- me dije, con un poco de suerte y otra botella de esas hoy 
cumpliré dos de mis fantasías sexuales: estar con dos mujeres a la vez y
 hacer el amor con una mujer de raza negra.
Al pedir la segunda botella de la 
costosa champaña el barman se me acercó y me dijo que esa era la única 
que tenían en inventario por tener poca rotación. -Fresco- le dije y 
agregué -tráete una de André y
 la envasas en la Viuda de Cliquot vacía, estas viejas con la pea que 
tienen no notarán la diferencia-. Así lo hizo y al cabo de cinco minutos
 dejó el patuleco licor.
Serena se empinó la botella y bailaba 
sobre la mesa un disco de música tecno mientras me la halaba a mí de un 
lado a otro como a un mismo muñequito de trapo y Venus seguía lanzándome
 miradas furtivas y besos al aire.
Tomé un descanso para ir al baño y 
estando allá le dije a “mi amigo”, -prepárate, hoy tienes un gran 
trabajo, no me hagas quedar mal-. Pedimos la cuenta al tanto que yo 
sudaba a cantaros rezando para que ellas cancelaran lo adeudado. Al 
llegar la factura hice lo que es debido, llevar mi mano al bolsillo 
trasero y simular que iba a sacar mi billetera. Al ver mis intenciones 
ambas me dijeron -don´t worry, we´ll pay the bill-. En ese momento me 
volvió el alma al cuerpo, yo ya me hacía lavando platos durante varios 
meses para pagar las dos botellas o canjeando mi fiel Twingo como parte 
de pago.
Lo que no sabía es que ellas tenían 
planeado cobrarme esa cuenta en especies al llegar al Hotel. Entramos a 
la habitación y sin encender las luces, solo con la poca claridad que 
brindaba una hermosa luna llena, pude apreciar como las hermanitas se 
desvestían con una gracia y agilidad digna de una estríper. Sus dientes 
iluminaban parte del cuarto gracias a un blanqueamiento extremo mientras
 yo titiritaba del frio y los nervios.
Cuando me disponía a servirles de Adam a
 ese par de Evas achocolatadas encendieron la luz haciendo que me 
cohibiera aun más de lo que ya estaba. Acto después me dijeron 
-muéstranos lo que tienes-. Recordé que lo que tenía eran unos 
interiores con dos enormes huecos que me servían de calefacción para que
 no se me fritaran los huevos así que decidí bajarme ambas prendas de 
vestir (interiores y jean) al tiempo para no pasar una vergüenza.
Pero no me escapé del escarnio y tan pronto me vieron como Dios me trajo al mundo ambas tenistas rieron a carcajada batiente doblándose de la risa y hablando una jerga neoyorkina propia del Bronx por lo que no pude entender palabra alguna.
Pero no me escapé del escarnio y tan pronto me vieron como Dios me trajo al mundo ambas tenistas rieron a carcajada batiente doblándose de la risa y hablando una jerga neoyorkina propia del Bronx por lo que no pude entender palabra alguna.
Luego, con el ceño fruncido y de una 
manera tosca me explicaron que no estaba “lo suficientemente equipado” 
para complacerlas así que se vistieron tan rápido como pudieron y me 
despidieron apuntando la salida y diciendo –cuando salgas, cierra la 
puerta-. Cogí mis tres chiros y me disponía a salir con mi moral y 
orgullo hecho migas cuando agregaron con voz despectiva -mañana nos 
recoges bien temprano para ir al partido de exhibición-.
Al día siguiente las recogí my puntual 
como pidieron y ambas salieron en sus prendas deportivas, tal cual como 
las conocía por T.V. pero en mi mente todavía estaba viva y fotografiada
 la imagen de la noche anterior. Me saludaron como si nada hubiera 
sucedido, pero pensándolo bien eso fue lo que pasó, nada de nada.
Antes del partido hicieron una pequeña rueda de prensa donde las entrevistaron y
 dieron unas respuestas a nuestros magníficos y gloriosos periodistas. 
-Serena, ¿estás contenta de venir a Colombia?- Preguntó el primero de 
ellos. –Siempre soñé con visitar este hermoso país, su gente y sus 
paisajes son espectaculares- respondió ella con una sonrisa algo 
fingida. –Venus, ¿qué recuerda de sus encuentros con Fabiola Zuluaga?- 
preguntó otro inocente reportero. –Eran partidos muy duros, ella era muy
 talentosa, siempre lo daba todo en la cancha y había que esperar a que 
bajara su nivel para poderle ganar-.
Pura diplomacia meliflua y babosa diría 
Alvarito Uribe, ojalá y respondan así cuando les pregunten acerca de mi.
 –Hermanas Williams, ¿qué recuerdan de su acompañante en Colombia, 
Antonio Guzmán?-. –Todo un caballero, nos invitó y pagó cada uno de 
nuestros antojos, tiene porte de atleta de 100 metros planos, baila como
 los dioses y en la cama nos dio cátedra del Kamasutra-. Soñar no cuesta
 nada.
El partido jugado entre ambas fue más aburrido que el preliminar entre las glorias del tenis colombiano Mauricio Hadad y Miguel Tobón
 y a las dos se les veía la cara de aburrimiento en pleno juego quienes 
no veían la hora de devolverse a su encopetado país de Mickey Mouse.
Mi amigo Ernesto, quien ya se encontraba
 en Medellín, me preguntó si sabía algo del motivo de su estado de ánimo
 y yo le respondí –No tengo la más remota idea, yo las dejé en el Hotel 
tal como me pediste, aquí está mi número de cuenta para que me consignes
 lo de la limosina-. Ernesto tomó el papel y se fue echando chispas 
dudando de cada una de las palabras que habían brotado de mi boca.
Al terminar el partido, me acerqué a su 
camerino a despedirme de ellas ya que mi labor había concluido (Ernesto 
se haría cargo del resto del traslado de las hermanas). Les dije me 
disculparan todo lo malo y que siempre recordaría esos días con su 
compañía. Ellas, con su característica diplomacia me respondieron 
sonrientes –Nosotras también te recordaremos con mucho cariño, te 
llevaremos siempre en nuestro corazón, aquí tenemos tu numero de 
celular, te llamaremos desde cada rincón del planeta-.
Miro mi teléfono una y otra vez y aun no
 recibo una llamadita. Me pregunto tratando de disculparme -¿será que lo
 anotaron bien?-.
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
Mi Twitter: @AJGUZMAN
