martes, 27 de diciembre de 2011

El triunfo de la fe



Desde que tengo uso de razón soy juniorista hasta los tuétanos, pero debo reconocer que hace varios años perdí la llama que enciende la pasión dentro de mí por animar al equipo rojiblanco. Tal vez por el bajo nivel del futbol colombiano en general o quizás para no sumarle a mi estado de ánimo una decepción más a los constantes fracasos del balón pie colombiano.

Empezando las finales del torneo que acabó de culminar admito que fui uno de los principales detractores del Junior. Hablé mal de su nomina, de su medio campo, de su irregularidad y hasta del mismo arquero Viera a quien tildé de mediocre.

En los octavos de final frente a Chicó cuando el equipo perdía 0-2 en el inicio del primer tiempo ratifiqué todo lo que pensaba, pero el equipo sacó garra y logró empatar el marcador avanzando a la siguiente ronda. Sin embargo, mi pesimismo y ganas de criticar pudieron más que la felicidad de ver al equipo en las semifinales.

El partido contra Millonarios en Bogotá fue como un espaldarazo a mi pensamiento negativo y poca fe. Si, lo admito, yo fui uno de los que puse en mi estado de Facebook y Twitter frases como “se los dije”, “no se quejen, ese es nuestro equipo, esto es lo que hay”, “tranquilos, tres goles no son nada, en Barranquilla nos pueden meter cuatro”. Todos mis contactos se desparramaron en improperios en mi contra tildándome de anti juniorista, ave de mal agüero y otros calificativos de grueso calibre. Para mí, era increíble que la gente todavía creyera en una remontada y me resultó hasta cómico ver los pronósticos de 4-0 a favor y la trillada frase de “si se puede” mientras yo pensaba “todo el que piensa así no tiene ni la más mínima idea de futbol”.

Mi negativismo, poca fe en el equipo o en cualquier cosa me impedían darme cuenta que ese grupo estaba para grandes cosas y que además se sintió herido por personas que como yo se burlaron del equipo y lo daban por muerto. Capítulo aparte merecen los noticieros de la capital quienes ya daban por descontado una final cachaca y hablaron pestes del equipo tiburón. Todo esto funcionó como un par de banderillas en el onceno tiburón, tornándolo más brioso pero sobre todo actuando con suma humildad y pundonor deportivo.

Llegó el día del partido de vuelta contra Millonarios y ahí estaba yo nuevamente frente al televisor, mi corazón quería que el equipo ganara pero mi razón decía todo lo contrario. Con el Metropolitano a reventar los primeros minutos fueron de dominio pleno del visitante y varias oportunidades de gol me hacían presagiar el acabose, pero los de casa no bajaron los brazos y con un soberbio gol de Juan David Valencia a los doce minutos ponían a soñar a los barranquilleros con una goleada. Tímidamente celebré el gol al mismo tiempo que pensaba “de seguro nos terminarán faltando los 50 centavos para el peso”. A mi lado, mi esposa y mi cuñada no dejaban de decir “si se puede, vamos por el segundo”… y el segundo llegó a los 13 minutos después con una espectacular palomita de Vladimir Hernández. Si, el pequeño David (Vladimir) venció a Goliat (Cichero).

Para el segundo tiempo me uní a las plegarias y empecé a creer en una remontada histórica. Pero el equipo embajador no estaba dispuesto a regalar nada y continuó en la búsqueda de una anotación que alejara las posibilidades de la hazaña. En varias ocasiones se ahogó el grito de gol mientras toda Barranquilla pujaba por el tercero para igualar la serie. Al minuto 65 llegó en una asociación perfecta entre Bacca y Giovanni Hernández para una definición de categoría de éste último.

Así culminaron los noventa minutos con la serie empatada a tres tantos. La tarea principal se había realizado. Estando al borde de la final sería más dolorosa una derrota pero ya estaba impregnado de quinientos pesos de positivismo y pensaba “el triunfo es del Junior”. Bastó un penal atajado por Viera y cinco cobros impecables para pasar a definir el título y callar la boca de comentaristas del interior, hinchas del Millonarios, su prepotente técnico y por supuesto la mía.

Estando en la final decidí acallar mi desesperanza y apoyar al equipo sin condiciones. Al enterarme que sorpresivamente el rival sería el Once Caldas sabía que el título sería más duro de lo esperado. Por la red vi una imagen clara de una mujer embarazada y en su abdomen decía “la séptima estrella se viene, pero tenemos que parirla”. Y vaya que fue un parto doloroso y de trillizos. Para seguir con la tortura, se empezó perdiendo 0-2, pero nuevamente el equipo sacó la casta y logró remontar hasta un 3-2 donde hubo varias oportunidades de convertir más tantos para ir con un mayor ventaja a Manizales.

El partido de vuelta fue a muerte, con un Once Caldas ofensivo que encontró respuesta en un Junior bien plantado y con un excelente esquema técnico y táctico donde indiscutiblemente se vio la mano del “Cheché” Hernández y un Viera que sacó de todo.

El resultado todos lo conocemos, a pesar de la alegría inmensa que sentí no salí a celebrar. Tras el titulo me quedaba fácil subirme en el bus de la victoria y gritar a los cuatro vientos “Junior tu papá”, pero no lo hice, me daba vergüenza hacerlo. Nada tuve yo que ver con el triunfo, esta estrella es de la nómina completa que sudó la gota gorda, nunca bajó la guardia y mantuvo la confianza y fe en el Ser supremo y de todos aquellos que creyeron en el equipo pese a las constantes adversidades y soportar las ofensas de casi todo un país.

Mi pensamiento sobre el nivel del equipo no ha cambiado mucho, sigo creyendo en su irregularidad, en que tiene enormes fallas en la defensa y medio campo defensivo. Sin embargo este campeonato me enseñó que debo ser más leal y hacerle más caso al corazón, pero sobre todo a nunca perder la fe y tener claro que para Dios nada es imposible.

Por esto la dedicación del plantel fue con una sobria camiseta que rezaba “La gloria es para Cristo”. Si bien tengo claro que Cristo no patea los penales, ni ataja los goles del rival, El le dio a este pequeño grupo la sabiduría y fuerza para hacerlo concediéndoles una estrella que será recordada por todos sus seguidores como el triunfo de la fe.

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com