miércoles, 30 de septiembre de 2015

El placer de orinar sentado

 
Una de las grandes ventajas que el Creador nos dio a los hombres fue la capacidad de orinar de pies. ¡Y vaya que si lo he disfrutado a lo largo de toda mi vida! No hubo poste, árbol, llanta de carro o pared que se salvase de mi agüita amarilla. Bastaba con bajarme un poco la cremallera, sacar al individuo, apuntar y listo. Lo admito, eso de atinarle al blanco nunca ha estado en mis neuronas, pero de igual manera no fue impedimento para disfrutar el descargar la vejiga cuando ella lo exigía sin importar tiempo o lugar.

Pero ya en mi adolescencia empecé a tener problemas en casa con mi hermana. Cada vez que ella entraba al baño ponía el grito en el cielo. Primero, porque no subía la tapa y la dejaba toda chorreada. Yo le intentaba dar en el blanco pero por más esfuerzos que hacía todo era en vano. Por esos días me creía con la habilidad para esas maniobras e incluso hasta escribía mi nombre con letra cursiva en paredes y calles de mi barrio, hasta que una vez el papá de una vecina se dio cuenta que la letra era de su hija. Luego, a las mil y quinientas, y después de cientos de discusiones fui prácticamente obligado y sentenciado a levantar la dichosa tapa. Mi karma no terminó ahí, y luego el viacrucis fue el recordar bajar la bendita tapa. Nunca le vi problema, si cuando yo iba al baño me tocaba subirla, ¿por qué ella no la podía bajar cuando llegara? Pero de igual manera tuve que acceder a dicha solicitud (léase orden), y como buen hermano cumplí hasta donde pude con dicho objetivo.

Al casarme la cosa pasó a dimensiones industriales y el tema se convirtió en cantaleta por parte de mi señora esposa. “Baja la tapa”, “sube la tapa”, “orina adentro”, “baja la tapa”… y así por saecula saeculorum retumbaba a todo momento en cada rincón de mi hogar.

Es que no crean, controlar a la bestia es una empresa titánica y muchas veces parece que tuviese voluntad propia y de esa manera los comandos no se ejecutan a cabalidad. Ni hablemos cuando toca ir al baño en la madrugada. Si lo hago a oscuras resulta en un desastre, y si enciendo la luz ésta me encandila, quedo ciego y al final la hecatombe es igual y el sueño se me espanta.

¿Y que me dicen justo después de hacer el amor? Es más fácil saber cual será el techo del dólar que a donde irá a parar la orina y aquello parece más bien la manguera de los bomberos.

No bastando con todo esto, cualquier noche mi mujer me dio a leer un artículo que decía que el pringo del orín podía llegar hasta a más de un metro de la taza del inodoro. Si, así como lo leen y oyen, un metro, es decir, que por mucho cuidado que usted le ponga al asunto nunca saldrá bien librado y su baño será foco de múltiples bacterias.

Con la mano en el pecho puedo decir que hice mi mejor esfuerzo pero el resultado siempre fue el mismo. La edad no viene sola, y ya superada la barrera de los cuarenta aquel chorro fuerte de otros años es ya historia patria y en el presente las intermitencias son el pan de cada día. Esa noche, después de leer la columna, sacada no se de cual pasquín, me di cuenta que la única alternativa que me quedaba era orinar sentado.

Es que yo puedo ser muchas cosas, burlón, inmamable, mal geniado, pero desconsiderado con mi conyugue jamás de los jamases. Y escúchenme bien señores, si, ustedes, los que se creen machos cabríos y los domina la testosterona, el orinar sentado no es exclusivo de las mujeres o los maricas. Es decir, usted puede orinar agachado sin temor a que se le inunde la canoa y empiece a repartir nalga a diestra y siniestra. O, ¿acaso existe alguna ley o regla que prohíba o exija lo contrario? Pues fíjense que me puse a investigar y si la hay, pero ésta obliga a los hombres de una pequeña población alemana a orinar sentados para evitar todos los problemas que he descrito hasta el momento. (Lea la nota aquí: http://www.tropicanafm.com/noticia/prohibido-orinar-de-pie-en-berlin/20030805/nota/151131.aspx)

Desde que lo hago sentado (orinar, me refiero), la paz y la armonía reinan en mi hogar y soy un hombre más feliz. En las madrugadas no necesito encender la luz, simplemente llego a tientas hasta el inodoro, me bajo los pantalones, me siento, orino, me doy los tres golpes de pecho, me levanto y vuelvo a la cama sin interrumpir mi preciado sueño.

Ahora bien, no crean que la cosa es tan fácil, hay que tener una buena técnica para que no te pringues el culo, y ésta lo es apuntar a las paredes del sanitario, lo que lleva a otra gran ventaja, es decir a orinar de manera silenciosa. ¿Nunca han estado en una casa ajena y el baño está tan cerca de la sala que se escucha el chorro cayendo?, bueno, ese problema queda solucionado de raíz con esta técnica.

Otro de los inconvenientes que tuve fue re-adiestrar mi mente y mis entrañas. Ambos estaban acostumbrados a que cuando me bajaba los pantalones era para hacer de la número dos. Eso fue difícil y al principio terminaba haciendo las dos cuando solo quería la número uno. Pero el tiempo lo cura todo y esta no fue la excepción.

Una de las principales ventajas de esto de orinar sentado, aparte de la sanidad y el evitar disgustos con tu esposa, es definitivamente tener las manos libres. Ahora puedo chatear, enviar correos, ver fotos en Facebook, jugar Lumosity y por qué no, una que otra Manuela que nunca está de más.

Pero las bondades no paran ahí y llegan inclusive al plano de lo sexual. Estudios realizados por grandes científicos en Holanda demostraron que los hombres que orinamos sentados tienen una mejora en su desempeño sexual ya que la próstata está más relajada. (Lea el estudio aquí: http://www.eluniversal.com.co/salud/estudios-demuestran-que-orinar-sentado-beneficia-la-salud-de-los-hombres-187230)

Ya lo sabes amigo lector, si quieres agradar a tu esposa y evitar su cantaleta, pero además deseas ser muy varonil, haz como yo, orina sentado.

Antonio Javier Guzmán P.