Eduardo Mengano era un tipo sencillo
nacido en Sincelejo hace treinta y cinco años. Su padre, capataz de un
pequeño lote donde cultivaban hortalizas lo crió con aplomo y férrea
disciplina. Al crecer, el joven Eduardo prestó el servicio militar y con
su libreta en mano se dispuso a buscar empleo. Meses después consiguió
un trabajo como empleado de oficios varios en el edificio “La República”
ubicado en un buen sector del barrio Colombia
Allí se hizo notar con su excelente
labor, trato amable, pero sobre todo excelente fluidez verbal. Todo esto
le ayudó para el momento en que el edificio “La República” necesitó
cambiar su personal de vigilancia. El celador anterior salió por la
puerta trasera tras ser encontrado culpable de revisar la
correspondencia de los inquilinos del inmueble. El consejo de la
Administración de La Republica citó a una asamblea extraordinaria con
los propietarios para elegir democráticamente al nuevo celador y nuestro
amigo Eduardo Mengano obtuvo treinta y siete votos de los cincuenta
apartamentos del edificio alzándose así con el nuevo título de “celador
de La República de Colombia”.
Ya en su nuevo cargo, Eduardo, empezó a
cambiar drásticamente. Su vestimenta pasó del clásico jeans y camiseta a
un elegante uniforme con corbata y gorra incluida. El trato con el
personal femenino del servicio empezó a ser más selectivo y su barriga
comenzó a crecer gracias a todos los platos que le llegaban desde
diferentes francos.
Pese a estar ganando el sueldo mínimo
más unas buenas horas extras frutos de muchas desveladas durante el mes,
Eduardo se rebuscaba los fines de semana y días libres haciendo cuanta
maraña saliera dentro de los apartamentos vecinos. Pintar, resanar,
arreglar, trastear, lavar y cortar estaban entre sus principales oficios
extracurriculares.
Ese dinero extra le sirvió para comprarse una moto AKT-125 de segunda y para conseguir el amor de Yurleidis, la empleada del apartamento 304 que lo traía de cabeza.
Un viernes, después de entregar turno a
las 6 pm, el celador Eduardo Mengano invitó a Yurleidis, quien también
tenía salida ese fin de semana, a tomarse unas cervezas en una tienda
cercana. Siendo las 00:30 de la madrugada del 13 de mayo y después de
cinco cervezas la pareja decidió abandonar el lugar para darle rienda
suelta al amor.
Cuando se transportaban en su moto AKT-125
fueron detenidos por un retén de la policía. De manera obediente se
detuvo pero por dentro se moría del susto al saber que conducía bajo los
efectos del alcohol.
-Buenas noches, somos de la policía de
tránsito, soy el patrullero Escobar Cardona y llevamos a cabo un puesto
de control, por favor bajen de la moto y me permite su licencia de
conducción y documentos del vehículo- les dijeron los amables agentes.
Eduardo de inmediato se llevó la mano al
bolsillo de su pantalón donde tenía su billetera con los documentos
requeridos. Al recibirlos, los agentes radiaron la información y
comprobaron que la licencia no tenía validez. Eduardo, extrañado por el
caso, alegó que dicho documento se lo tramitó un calanchín ubicado en el
centro cívico que solo le pidió $100.000 por todo el trámite.
Acto seguido los policías le pidieron a
Eduardo que se practicara la prueba de alcoholemia soplando un pequeño
artefacto. A sabiendas de las cinco cervezas ingeridas pero creyendo que
estaba en sus cinco sentidos (¿alguien conoce a un borracho que acepte
su estado?) se negó a la solicitud del agente mientras le decía con voz
tramadora –Erda viejo man, déjame ir, no ves que tengo un corone
pendiente con la lea- remató el celador mientras que señalaba a
Yurleidis con su boca.
-¿Y a mi qué?- le contestó el policía de manera seca a la vez que añadió –Por favor colabóreme con la pruebita de alcoholemia-
-Ey, pero si yo estoy perfecto, yo no
estoy haciendo nada malo, míreme, yo soy celador de La República, el
edificio que está a dos cuadras de aquí. La gente me eligió celador con
cincuenta votos. Cincuenta personas votaron por mi y ustedes me van a
faltar al respeto, por Dios, ¿eso qué es?, ¿cómo me vas a hacer esa
vaina viejo man? (ver video)
-¿Y a mi qué?, De igual manera, usted no
tiene licencia de conducción, no lo estamos tratando mal- sentenció
nuevamente el patrullero Escobar Cardona.
-Colabóreme agente, yo le tiro una buena liga y me deja salir de ésta- afirmó desesperado el celador Mengano.
-No nos falte al respeto usted, nosotros
solo estamos aquí para hacer cumplir la ley- puntualizó el agente
Escobar de manera enérgica.
-Patrullero Escobar, mire que un colega
suyo es vecino mío, el agente Rodriguez, llamémoslo y no pasa nada-
agregó el celador Mengano. Hurgó en sus bolsillos para sacar su celular,
un Nokia 1100, y llamar al agente amigo pero lamentablemente no tenía
minutos. Un vendedor de tintos que pasaba y no quiso perderse ni un solo
acto del pleito le ofreció la venta de llamadas desde su celular
diciendo –A $300 el minuto a todos los operadores-
Eduardo se comunicó finalmente con su
amigo, el agente raso Rodriguez, pero éste no pudo socorrerlo. –Que pena
viejo Eduard pero las leyes son para cumplirlas- le dijo el uniformado.
-Rodriguez, acuérdate de todos los
favores que te hice cuando estabas sin trabajo, acuérdate quien fue el
que te prestó plata cuando estabas sin cinco- Insistía el celador
Eduardo pero sin resultado positivo alguno.
El celador Mengano colgó resignado,
sabía que no tenía otra salida más que acceder a la prueba. Yurleidis,
que hasta ese momento no había pronunciado sílaba alguna le dijo
–Eduardo, hazte la prueba, tú sabes que hiciste mal en manejar tomado,
estos agentes solo están haciendo su trabajo y gracias a ellos las
calles pueden estar libres de borrachos al volante. Fíjate que la semana
pasada a mi sobrina Lubis la atropelló un tipo que estaba jincho de la
pea-.
El celador de La República finalmente
accedió y la prueba resultó positiva en grado 1 lo que le llevó a una
suspensión de un año sin poder conducir y una multa de dos salarios
mínimos. Además su moto, la AKT que compró con tanto esfuerzo, fue
llevada en un camión a los patios del tránsito.
Hoy, diez días después de los hechos su
moto sigue decomisada ya que no ha conseguido el dinero para pagar la
multa y el parqueadero. En su edificio, La República del barrio
Colombia, todos se enteraron y pusieron el grito en el cielo. Muchos han
pedido su renuncia, mientras que el resto no para de burlarse por los hechos sucedidos.
Toda esta situación le generó un malestar enorme al celador Mengano quien pidió tres días de incapacidad aduciendo estrés. La administradora del edificio al ver su solicitud la rompió en mil pedazos y lo puso de patitas en la calle.
La enseñanza de Mengano fue clara. Si
vas a manejar, no tomes. No importa si eres Mengano, Sutano, o Fulano.
No importa si eres un simple celador del edificio La República o el
Presidente de la nación, las leyes deben ser iguales para todos sin
importar tu hoja de vida o tus altas influencias.
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com