lunes, 18 de junio de 2012

El día que aprendí a mentir


Una de las cosas que más odiaba en mi niñez era hacer mandados. Solo era escuchar a mi mamá decir “mijo, ve a la tienda a comprar la leche” para que se me descompusiera el día. Cabe anotar que hace treinta años no existía el servicio a domicilio por parte de dichas tiendas así que siempre tocaba trasladarse para hacer la respectiva compra.

En mi casa yo era el mandadero de tiempo completo. Pese a que tenía una hermana a ella la trataban como a una reina y nunca la exponían a semejante flagelo. Este pechito era siempre el designado de ir a la tienda a comprar lo que fuese necesario. Comida, gaseosas, pan, jabón, papel higiénico y hasta las toallas sanitarias que usaría mi hermana en sus días.

En una ocasión, con tan solo once años, veía plácidamente en televisión un episodio de El Hombre Araña cuando mi mamá lanzó la nefasta frase “Mijo, ve a la tienda y me traes una escoba de palitos”. Pese a mi furia y deseo de hacer caso omiso a su petición en ese entonces no había cabida para refutarle una sílaba a la máxima autoridad de la casa.

A regañadientes salí de mi casa, caminé bajo el inclemente sol del medio día eludiendo varios perros feroces que se ensañaban conmigo cada vez que me veían hasta que por fin llegué a la tienda. Sudado y tembloroso le realicé mi pedido al cachaco dueño de la tienda que como todos los días lucía una camiseta china que decía Turbay Presidente. Yo, tan educado como siempre, le di los buenos días y le dije “Señor Aurelio, me hace el favor y me vende una escoba de palitos”. De inmediato me la entregó y salí de ahí raudo a mi casa a ver si alcanzaba a ver el final de mi programa favorito.

De regreso me topé con varios vecinos unos años mayores que yo. Para todos ellos fui el blanco de las burlas por llevar una escoba a cuestas y me gritaban al unísono “Pilas mariquita, vaya a barrer a su casa”, “Reinita te luce la escoba” y otras tantas cosas que me hacían retorcer de la cólera pero que igual no podía hacer nada. Además de la edad me aventajaban en número, tamaño y valor por lo que a toda costa siempre quise evitar una masacre.

Por fin, después de mi tormento llegó la calma al entrar a la seguridad de mi hogar. Le entregué la escoba a mi madre y de inmediato me fui a mi habitación pero antes de tirarme en mi cama nuevamente escuché la voz de mi progenitora que me decía “Esta escoba tiene las cerdas muy suaves y así no me sirve, vuelve a la tienda y diles que te la cambien por una más dura”. En ese momento sentí que el mundo se me venía encima. Otra vez debía escaparme de las fauces de un perro rabioso, recibir los rayos del abrasador sol, pero sobretodo debía soportar nuevamente las burlas inclementes de mis vecinos.

Resignado, otra vez salí de mi casa pero estando en el jardín me detuve y mis piernas flaquearon. Me senté para tomar fuerzas y esperar a que me llegara un segundo aire que me ayudara a culminar mi misión. Pasaron los minutos y eso nunca llegó, en cambio se me vino a la cabeza una idea brillante que me sacaría airoso de esa tarea.

Seguí sentado en el bordillo del jardín mientras que mentalmente calculaba los minutos que emplearía yendo y viniendo de la tienda. Cuando el tiempo se cumplió nuevamente entré a la casa con la misma escoba y le dije a mi madre “mami, ya me la cambiaron, me dieron la escoba con las cerdas más duras de todas las que tenían”. Mi corazón latía a millón mientras esperaba la reacción de mi madre. Ella, muy incauta como siempre, la tomó en sus manos y de inmediato le hizo la nueva prueba de rigor y me respondió con un tono convincente –“¡Ah viste, esta si está buena, esta es la que me sirve!, gracias mijito”.

Ese fue el día en que aprendí a mentir, y me di cuenta que era bastante bueno en dicho oficio. Desde ese momento no he parado de hacerlo pero al igual que el Hombre Araña, aplico el consejo que le dio su tío Ben y que cito textualmente: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Es por eso que mi “don” solo lo exploto con mi pluma con el único fin de sacarle una sonrisa a mis lectores.

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
 Otros artículos del autor: http://anecdotascaribes.blogspot.com/