Su nombre era Claudia y era la joven más hermosa de su cuadra. En la flor de sus veinte años era dueña de un bronceado perfecto, curvas peligrosas, piernas interminables y mirada cautivadora; atributos suficientes para tener de cabeza a su vecino Carlos, un joven alto y delgado, de buen humor pero con una timidez extrema en el trato con las mujeres. Sus veintiún años delataban su inmadurez y falta de experiencia para las conquistas.
De manera infructuosa la había invitado a cine y a comer helado y en ambas oportunidades ella se negó rotundamente, pero Carlos antes que darse por vencido pensaba que la tercera sería la vencida.
Ese día, una tarde cualquiera de domingo del año de 1991 ambos coincidieron en el cumpleaños de un amigo mutuo y sin ningún amago de rodeos, cuando la reunión llegaba a su fin, Carlos la invitó al muelle de Puerto Colombia. Ella accedió, tal vez no por voluntad propia, sino por la insistencia de sus amigas que la motivaban a darle una oportunidad a su vecino admirador de toda la vida.
Al llegar al muelle Carlos estacionó junto a las cazetas el carro que sus padres le habían prestado luego de muchos ruegos y promesas. El disco “Isla para dos” de Nano Cabrera sonaba de manera estridente y muchas parejas bailaban con frenesí la excelente pieza musical.
Eran las 6:00 pm, hacía una tarde hermosa, el sol caía lentamente y con el horizonte completamente despejado iniciaron la caminata por el muelle. Claudia no pronunciaba una sola silaba y Carlos estuvo a punto de desfallecer en sus aspiraciones, pero tomó fuerzas de donde no las tenía y empezó a narrarle la historia del muelle presumiendo de sus conocimientos de historia. Como un niño que se aprende la lección de memoria le narraba entusiasmado diciendo: “Las obras de este muelle se inauguraron el 31 de diciembre de 1888 y la construcción estuvo a cargo del ingeniero cubano Francisco Cisneros. El 15 de Junio fue inaugurado bajo la presidencia de Rafael Núñez convirtiéndose en el terminal marítimo más importante de Colombia y en su momento el segundo muelle más grande del mundo. Su extensión total es de 720 metros y su zona de atraque de 180 metros por donde entraban todos los adelantos de principio del siglo pasado que llegaban en barcos y eran transportados hasta Barranquilla por línea férrea, convirtiendo a esta ciudad en el principal puerto al norte de Suramérica”.
Todo ese recital al contrario de aburrir a Claudia logro que se le escuchara la voz después de media hora de salir de su casa expresando una corta frase: “vaya, ¡que interesante!”.
La brisa movía su larga cabellera que caía en el rostro de Carlos quien complacido lo recibía extrayendo hasta la última gota de su aroma a jazmín con miel de abejas. Ella lo miraba de reojo y solo apuntaba a sonreírse. La luna creciente hacía su aparición favoreciendo la comunicación entre la pareja y con la mirada hacia el cielo Carlos alcanzó a divisar una estrella fugaz y de inmediato pidió un deseo mentalmente y Claudia le dijo: “ojala y se te cumpla”.
Se detuvieron un tiempo al lado de un anciano pescador sentado valientemente a la orilla del muelle mientras fumaba un grueso tabaco en compañía de un vetusto radio escuchando vallenatos de Escalona. Justo en ese momento su caña se tensionó y el viejo la haló con una fuerza y rapidez sorprendente para alguien de su edad. Sacó un lebranche de aproximadamente cuatro kilos de peso y con una sonrisa que le delataba la falta de dos de sus diente delanteros le pidió a la pareja que lo acompañaran otro rato porque le trasmitían buena suerte. Ellos accedieron y estuvieron un cuarto de hora pero luego retomaron su caminata no sin antes el pescador agradecerles y sentenciar: “serán una pareja muy feliz y tendrán muchos hijos”. Claudia se doblaba de la risa y Carlos se sonrojó como un tomate. Unos pasos adelante se toparon con un grupo de cuatro parejas que departían alegremente jugando a “la botella” poniendo de penitencia beso a las mujeres y un trago de aguardiente para los hombres. Cuanto deseaba Carlos pertenecer por un instante a ese gremio de jóvenes para robarle un beso a Claudia.
La ruta llegó a su fin pocos metros después de la casilla del muelle, ambos dieron media vuelta y tropezaron sus cuerpos sin oponer resistencia. El viento soplaba muy fuerte haciendo que el mar se estrellara con el muelle salpicándolos con gruesas gotas transmitiéndoles un frio que le llegaba hasta la medula de los huesos, ella buscó refugio en el cuerpo de Carlos y sus manos se entrelazaron con una complicidad implícita entre ambos. El silencio reinó desde ese momento y solo era interrumpido por el rugir de las olas y la música proveniente del pueblo que a cada paso se hacía más fuerte.
En ese instante Carlos sabía que tenía que expresarle todos sus sentimientos pero las piernas le flaqueaban y la voz no le salía por el temor a decir algo que arruinara ese bello período. Finalmente se armó de valor, tomó la cara de Claudia con sus manos y cuando iba a pronunciar la primera palabra ella le puso su dedo índice sobre los labios, se acercó pausadamente y le dio un beso apasionado que se prolongó por más de dos minutos.
La magia del muelle había logrado lo que los atributos físicos de Carlos, su labia y humor no habían conseguido. El atardecer, la luna, las estrellas, el mar, la brisa y el viejo pescador se confabularon a su favor para culminar con éxito este idilio de amor.
Hoy día, de esta historia no queda nada. Claudia se fue sola poco tiempo después a los Estados Unidos “a buscar un mejor futuro” en sus propias palabras. Hoy vive indocumentada, tiene dos trabajos que apenas le alcanzan para sobrevivir y su “sueño americano” se ha convertido en pesadilla. Carlos por su parte se casó con una compañera de trabajo, tiene tres hijos, una barriga prominente y muchas cuentas por pagar. Y el muelle es quien ha llevado la peor parte, de él solo quedan las ruinas y se cae a pedazos fruto de las malas administraciones, la corrupción, la desidia de los Atlanticenses y las promesas incumplidas de varios políticos.
¿A dónde llevarán los Carlos del presente a esas Claudias ávidas de magia para ser conquistadas? ¿Acaso los cientos de bares, discotecas, centros comerciales o moteles tendrán al menos un ápice del hechizo del muelle de Puerto Colombia?... No lo creo.
Antonio Javier Guzmán P.
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