martes, 14 de febrero de 2012

De amores, cuernos y otras revelaciones.


Para contar la historia de mi amigo Ernesto (el nombre NO fue cambiado para desproteger la identidad del personaje) debo retroceder 35 años en el tiempo aproximadamente. Hijo único y consentido de padres divorciados, nació siendo un rozagante y bien parecido niño. Con los años se fue formando académicamente hasta llegar a convertirse en un alto ejecutivo a escasos 28 años. Su inteligencia, presencia y buen trato le abrían las puertas a donde quiera que llegara.

En las mieles del amor, mientras que a mi por ser poco agraciado me tocaba tener parla, gastar dinero y al final conformarme con una fea, a Ernesto le llovían las mujeres por montón. Sin embargo, él tan correcto como siempre decía que se mantendría casto y puro para su futura esposa y madre de sus hijos.

Nuestras amigas no podían creer semejante juicio y manejo de sus impulsos varoniles y todas atinaban a preguntarme –oye Antonio, ¿Ernesto es marica o qué es la vaina?- Yo lo defendía a capa y espada alegando su rectitud y basado en muchos años en los que mi amigo nunca presentó caída alguna que me hiciera dudar de su hombría. Pero ya en confianza a Ernesto cada vez que podía le decía –Por cada culo que desprecies en la tierra, te esperará un gran castigo en el cielo- Él solo se reía de mis ocurrencias pero se mantenía firme en su convicción de conseguir a la mujer ideal.

La afortunada fue Flor, una hermosa mujer del interior que ya tenía un kilometraje bastante avanzado fruto de todas sus aventuras amorosas por lo que su reputación eran las primeras seis letras de esa palabra. Para mi amigo esto no fue impedimento y pensaba al igual que el gran filósofo de tres pesos, Ricardo Arjona –Si el pasado te enseño a tocarme así, benditos los que estuvieron antes de mi-.

El flechazo entre ambos fue inmediato y Cupido los unió desde su primer encuentro. Durante su noviazgo Ernesto fue incapaz de proponerle un acercamiento sexual hasta esperar que oficialmente fuese su esposa. Con la acidez y sinceridad que me caracteriza le brindaba mi sabio consejo –Cómasela mijo, porque si no te la comes tu se la come otro-. Su respuesta siempre fue la misma –No Antonio, Flor no es así, ella es diferente-.

Tras dos largos años de un inmaculado noviazgo, ambos fueron al altar y mi amigo Ernesto lucía radiante de felicidad. Su vida era perfecta, llena de detalles, viajes al exterior, lujos, risas y una aparente tranquilidad. Pero tan sólo seis meses después todo se vino abajo como un castillo de naipes. Ernesto se encontraba fuera de la ciudad por motivos laborales y su vuelo de regreso estaba programado para la noche del sábado. Pero el viernes en la tarde, habiendo culminado todas las tareas, adelantó su vuelo para esa misma noche y de esta manera darle una agradable sorpresa a su amada esposa.

Ernesto llegó a su casa caminando de puntitas, sosteniendo en sus brazos un perfumado ramillete de azucenas (la flor preferida de Flor) y cuando entró a su habitación la escena no podía ser más grotesca. Flor se encontraba desnuda en posición de misionero mientras Jhony, su antiguo novio, le hacía el amor de manera salvaje.

Mi amigo entró en shock, dejó caer las flores y de su boca salió con fuerza lo que su corazón quería expresar – ¿Flor, qué significa esto?-. La infiel y descarada esposa saltó de la cama con una gracia felina. Mientras se tapaba sus partes intimas con una cobija lanzó la trillada frase -Ernesto, no es lo que parece-.

Por su parte el joven Jhony, nervioso por una reacción violenta del iracundo esposo, cogió sus tres chiros, saltó por la ventana como diciendo –Con permisito dijo Monchito- y se perdió con rumbo desconocido.

Ernesto no dudó un segundo y sacó a Flor de su casa y de su vida para siempre. Llorando a moco tendido esa misma noche me llamó para contarme lo sucedido, pero su desesperación le impedía expresarse bien, sin embargo yo lo intuía. Nos encontramos en un bar y tras narrarme los hechos con lujo de detalles me dijo –Antonio, tenías razón, Flor es una puta de mierda-.

Mientras le servía de paño de lágrimas y ahogábamos las penas con una enorme botella de aguardiente y escuchábamos rancheras de despecho mi amigo lanzó un juramento al cielo -Prometo vengarme de esto con todas las mujeres que se crucen de ahora en adelante por mi camino-.

Y así fue, al fin de semana siguiente de los cornudos hechos, la víctima se transformó en una persona diferente. Cambió su clásica forma de vestir por una apariencia más moderna y casual. Se hizo un nuevo corte de cabello y desde ese momento, mujer que veía, mujer que seducía, conquistaba y llevaba a la cama para luego desecharla como a un trapo viejo. El tierno, tímido y casto Ernesto había muerto y nació un gigoló que no dejaba títere con cabeza. Se “pasó por las armas” a vecinas, compañeras de trabajo, amigas de infancia, rubias, morenas, altas, bajitas, flacas, gordas, pobres y ricas. Todas sufrieron su desenfrenado y loco deseo de venganza.

Sus conquistas se volvieron una rutina. El cazador (Ernesto), le ponía el ojo a su presa (la mujer de turno), se acercaba a ella sigilosamente con una combinación perfecta entre caballerosidad, seguridad extrema, malicia varonil y buen humor a lo que ninguna presa dejaba de morder el anzuelo. Las invitaba a cenar a su apartamento, el cual estaba perfectamente equipado para conseguir su objetivo. Temperatura ambiente de 18 grados centígrados gracias a un potente aire central, música Bossa Nova de fondo y un buen vino tinto que Ernesto descorchaba con la destreza que le brindaba la experiencia ante la mirada embelesada de su víctima. En la cocina, el mismo preparaba unas suculentas pastas con salsa cuatro quesos y el postre siempre se lo comía en su cuarto y generalmente lo llevaba la acompañante entre las piernas. Al finalizar la faena de cada fin de semana, las despedía y nunca más volvían a saber nada de él.

Ernesto se hizo cliente VIP de la droguería de la esquina donde semanalmente se aprovisionaba del “kit del amor” según sus propias palabras, que consistía en una caja de condones, cuatro tabletas de Viagra y varias aspirinas para el día después.

Su venganza se convirtió en obsesión y como cualquier asesino en serie llevaba un inventario de toda sus “fechorías” en una nutrida agenda. Las clasificó por orden alfabético de la “A” a la “Z”. Había varias Martas, docenas de Marías, un puñado de Carolinas y para completar el abecedario solo le faltaba una mujer cuyo nombre empezara por la letra “W”.

Tras cuatro años de una vida mundana y vacía, repleta de sexo casual y relaciones efímeras, el protagonista de esta historia se empezó a aburrir y cierto día me manifestó sus intenciones de rehacer su vida al lado de una buena mujer. Esta vez, el nombre de la candidata a llevarse el trono debía empezar por “W” para así poder cerrar un ciclo y algún día poder exhibir su agenda como el mejor de los trofeos a no sé quien o quienes.
Le presenté a Carmen, una dama en toda la expresión de la palabra, trabajadora y de intachable reputación. También le programé cita con Vanessa, divorciada, independiente, de su casa y como el dispuesta a rehacer su vida. Ninguna de ellas, ni otras tantas que conoció cumplían su principal requisito y Ernesto continuó divagando en los brazos de la lujuria ocasional sin poder construir una relación seria y armoniosa.

Pero fue un sábado de Carnaval donde todo cambiaría. Al salir de la batalla de flores y con avanzado grado de licor en su cabeza, Ernesto me llamó para preguntarme que planes tenía. Le dije que un grupo de amigos y amigas estábamos en un pequeño bar y le hice extensiva la invitación para que se acercara y compartiera con todos.

Media hora más tarde mi amigo entró al bar y de inmediato cruzó su mirada con quien sería su media naranja. Las pupilas de ambos se dilataron al máximo expresando el interés mutuo. Poco a poco se fueron acercando y la escena parecía transcurrir en cámara lenta sin que nada ni nadie participara de aquel mágico momento. Cuando estuvieron cara a cara, al punto que cada uno podía sentir la respiración del otro, noté su accidental encuentro y me acerqué para presentarlos ya que ambos eran mis amigos. –Ernesto, te presento a Wilmer. Wilmer, te presento a Ernesto-.

Lo de ellos fue amor a primera vista y hoy llevan una relación estable de más de tres años.

Hay quienes especulan diciendo que Ernesto nació siendo homosexual y se escudó en un matrimonio ficticio y otros dicen que el trauma que le provocó la infidelidad de Flor lo llevó a los brazos de Wilmer. Cada quien lanza sus propias afirmaciones, lo cierto es que Ernesto encontró su verdadera identidad y hoy vive feliz.

Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
Otros artículos del autor: http://anecdotascaribes.blogspot.com/