Para la temporada decembrina la cita
obligada en Barranquilla no fue ir al Metropolitano a ver al Junior en
las finales del futbol colombiano, ni mucho menos asistir al circo Los
Hermanos Gasca, que por cierto duraron despidiéndose de la ciudad más de
tres meses con los anuncios por radio que decían con voz nasal:
“¡última semanaaa!”. El sitio que siempre estuvo más lleno que estación
de Transmilenio en hora pico fue el novedoso supermercado gringo de
nombre Price Smart.
Mi mamá lo pronuncia Prixmar, mi cuñada (y el 99% de los barranquilleros) Praismar, y mi sobrino bilingüe Camilo casi se fractura la lengua para decir Prais Esmart.
Llámelo como lo quiera llamar, este ingenioso esquema de ventas tuvo (o
tiene, no se) locos a los habitantes de Barranquilla y sus aledaños. El
éxito consiste en ofrecer productos, algunos de marcas reconocidas y
otras propias, en grandes cantidades a precios relativamente bajos.
Como los barranquilleros somos los más espantajopos a
nivel nacional y tenemos que estar donde está la novedad, allá
corrieron todos para aprovisionarse de las diferentes viandas y
productos como si el mundo se fuera a acabar en el 2012 como lo preveían
los Maya.
Aprovechando mi corta estadía en la
ciudad yo no fui la excepción, y también caí en la trampa de la
curiosidad sirviéndoles de acompañante a mi esposa y mi cuñada. Después
de dar vueltas durante diez minutos buscando un estacionamiento
disponible nos tocó hacer una larga fila para ingresar. Lo primero que
advertí fue que para poder entrar debes tener un pasaporte que te
acredite como miembro o ser acompañante de alguien que posea dicho
documento. Es decir que para hacerte meritorio de pisar tierras PriceSmarteñas debes bajarte del bus con la no despreciable suma de $65.000 para tener tu pasaporte con visa por un año.
Mi cuñada, ciudadana PriceSmarteña,
mostró su pasaporte en la embajada y mi conyugue y yo entramos como
invitados a la tierra prometida. El sitio no es la gran vaina, una gran
bodega con estantes llenos de productos hasta el techo y pare de contar.
Mientras mis ilustres acompañantes
saciaban su sed de mirar y comparar precios divisé una ruta de
degustaciones que de inmediato me dispuse a recorrer de manera prolija.
En ella bebí whiskey barato, uvas pasas, galletas con chocolate, sopa de
pollo enlatada, ensalada en bolsa, jugo de tomate, salchichas alemanas y
crispeta recién sacada del microondas. Todo ofrecido y servido tras la
descripción exhaustiva de una linda impulsadora y la invitación a la
respectiva compra que jamás realicé.
Con el buche lleno y no teniendo nada
más que ver, me dispuse a la búsqueda de mi par de camaradas quienes
seguían extasiadas al ver los precios. –Mira gordo, un set de 8 paquetes
de galletas a sólo $25.000- me dijo emocionada mí inocente esposa. A mi
realmente nada de eso me sorprendió ni logró moverme la aguja porque
pienso que este tipo de negocios solo motivan a la cultura
norteamericana del consumismo, el despilfarro y hasta de botar comida.
Para sustentar mi tesis pongo de ejemplo
las galletas que a mi esposa le encantaron. Dichas galletas solo
hacen parte de mi canasta familiar cada tres meses o más y por cuestión
de reducción de gastos sólo compramos un paquete que cuesta $5.000 en
cualquier otro supermercado. De comprar el set que ofrece PriceSmart es
cierto que cada paquete saldría en $3.125 ($25.000 entre 8 unidades)
pero puedo asegurar que a la vuelta de menos de quince días no quedará
ni uno de ellos en la alacena. Primero por gula y segundo porque, si se
fijan bien, muchos de los productos tienen una corta fecha de
expiración. Entonces, ¿cuál es el ahorro?
Esta economía de escala la veo
provechosa para familias numerosas y que además tengan una férrea
disciplina de consumir sólo lo necesario sabiendo que tienes la despensa
llena. Pero la cruda realidad es otra. La mayoría hace mercado para
tres meses y en treinta días no queda ni el rastro.
Gracias a PriceSmart, de ahora en
adelante Barranquilla realmente se parecerá a Miami, porque con la forma
como se están alimentando sus habitantes cada día que pase habrá más
gente obesa, tal cual como la ciudad del sol. Dentro de un año el
eslogan del supermercado será "PriceSmart: Patrocinador oficial de los
gorditos en la Costa".
Dando por finalizada nuestra pequeña
excursión a tierras extranjeras noté que todos los clientes llevaban en
su compra varias cajitas de color amarillo. Quise indagar sobre el
contenido de la misma y detuve a una señora que corría despavorida con
varias de ellas en la mano. –Señora, hágame el favor, ¿qué son y para
qué sirven esas cajitas?- Le pregunté de forma cortés y ella casi sin
detenerse y siguiendo su marcha me contestó apresuradamente –No lo sé,
pero están baratísimas-.
Definitivamente seguiré adquiriendo mis
productos en la tienda del cachaco de la esquina. Compro solo lo
necesario, tienen servicio a domicilio gratis sin importar el monto de
la compra y lo más importante: me fían
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com