Después de mucho sufrimiento, docenas de
tazas de café, noches en vela, horas de estudio y una ayuda extra de
parte de un profesor, finalmente conseguí ganar todas las materias del
último año escolar. Contra viento y marea saqué adelante una tarea que
muchos veían imposible y algunos otros deseaban que no lograra. Tal vez
mi sed de restregarles el cartón a los que no me tenían confianza fue mi
mayor motivación.
Con mis notas en mano y a solo dos semanas de la ceremonia, ahora mi principal meta consistía en conseguir una pareja para que me acompañara a la fiesta de graduación. Con tan solo dieciséis abriles a cuestas de los cuales pasé los últimos doce estudiando a doble jornada en colegio de hombres y mis ratos libres pateando un balón de futbol, tuve poco tiempo de tratar al sexo opuesto. Sin embargo, mi gusto era exquisito y a la vez exigente por lo que deseaba a toda costa que la elegida fuese una fina doncella.
Mi vecina Juliana reunía todos los requisitos. En sus primaverales quinces, su cara expresaba la dulzura de la caña de azúcar. Los ojos, vivos y llenos de discreta picardía, evidenciaban una lascivia escondida que hervía de su fogoso cuerpo. Los labios carnosos contrastaban con su nariz fileña. El cabello, liso y obediente caía en una cascada de hilos dorados sobre sus menudos y bronceados hombros. Las piernas como esculpidas en mármol por Miguel Angel, enloquecían mis deseos varoniles. Todo, todo en ella estaba bien formado, en la medida justa de la perfección. Juliana me traía de cabeza y botando babas por esos días.
Tan torpe para los menesteres del amor como siempre he sido, veía inalcanzable a mi juvenil vecinita. O peor aún, ella me lo hacía sentir. Cada vez que por casualidad nuestras miradas se cruzaban, me castigaba volteando sus verdes ojos parpadeando con la rapidez de las alas de un colibrí. Con cada aleteo de sus largas pestañas mi corazón se desgarraba a cuenta gotas.
Al llegar a un sitio donde ella estuviera reunida con varias amigas, tan pronto sentía mi presencia inmediatamente se retiraba diciendo –ya vengo- pero la triste realidad era que nunca regresaba. Si era ella quien llegaba a la reunión, saludaba a todos y uno por uno recibían su beso, hasta cuando llegaba mi turno, me saltaba y continuaba con el siguiente dejándome ilusionado y a la espera de sentir sus jugosos labios en mi mejilla.
Sus amigas me comentaban a solas que hablaba de mi todo el tiempo pero lamentablemente nada bueno. –Juliana dice que eres un flaco desgarbado, que tus chistes son flojos, que no tienes buenos modales y que se nota a leguas que no sabes besar- decían con tono irónico y despectivo.
Cuando me veía jugando en la calle (bola de trapo, bolita de uñita o cualquier otra actividad) se inclinaba por mis rivales sin importar quienes fueran. Menospreciaba mis triunfos y se burlaba de mis derrotas. Fácilmente hubiera podido azotarme con el látigo de la indiferencia y todo hubiera sido menos doloroso pero por alguna razón que no comprendí se empeñaba en hacerme la vida de cuadritos.
Al acercarse la fecha de la conmemoración académica, mi vecina Juliana incrementó notablemente sus pasadas frente a mi casa. En varias ocasiones alcancé a pensar que me estaba haciendo sombra y una vez me decidía a salir en su búsqueda, ella aceleraba el paso y de inmediato claudicaba en mis aspiraciones.
Todo ese comportamiento influyó para que mis intenciones de acercármele y hablar con ella fueran sepultadas de una vez y para siempre. Por supuesto que era ella a quien quería de acompañante para mi fiesta de graduación pero el solo pensar su forma tosca de darme un rotundo NO por respuesta me impedían siquiera intentarlo.
Ya me la podía imaginar asistiendo a la ceremonia pero acompañada de Eduardo, el galán de mi curso, quien por esos días rondaba mi cuadra como gavilán pollero en busca de su presa. Eduardo tenía todo aquello de lo que yo carecía, buen porte, labia, seguridad y un Chevrolet Monza automático que su adinerado padre le prestaba para presumir y acortejar a sus amigas. Estaba claro que Eduardo se llevaría el premio mayor.
Y así fue, el día de la fiesta la joven que me quitaba el sueño entró al salón del brazo de mi compañero de clases. Estaba más bella y radiante que nunca luciendo un vestido rojo ceñido al cuerpo y un peinado con el cual aparentaba ser mayor de edad. Como si no hubiese sido suficiente tormento verlos juntos, para colmo de males se sentaron en mi misma mesa. Juliana no hizo otra cosa que mirarme con un odio visceral toda la noche. Mientras irónicamente sonaba el disco “Juliana que mala eres” yo me preguntaba -¿Qué diablos le he hecho para merecer este trato?-
Mientras Eduardo llegó felizmente acompañado de mi vecina, tras la sugerencia y mucha insistencia de mi madre mi pareja de consuelo fue mi prima Angelina, cuatro años mayor que yo y poco agraciada físicamente por no llamarle fea en toda la expresión de la palabra. A última hora Angelina recibió mi invitación y me salvó de ir solo a la ceremonia más especial hasta entonces en mi corta existencia.
No bastó la humillación de tener de compañía a una prima deslucida, vieja y aburrida. Además de eso me tocó soportar ver a Eduardo y Juliana bailando toda la noche mientras que Angelina me pisaba en cada pieza musical que la orquesta de planta ejecutaba magistralmente. Eduardo se pavoneaba de la compañía que tenía y la exhibía de mesa en mesa cual trofeo de caza. Cuando sentía que yo los estaba mirando éste le pasaba el brazo y le decía cosas al oído a Juliana mientras lanzaba una risita burlona que lastimaba mi orgullo.
Entre tanto mi prima Angelina no hacía otra cosa que hablarme de la carta astral y otras tonterías asegurando que nuestras vidas estaban destinadas a unirse para siempre. Sus ojos parecían tener vida propia vistos desde el lado de afuera de sus lentes culo de botella y yo me moría del susto de solo pensar que ella sería mi mujer.
La noche que debía ser la más feliz de mi vida terminó siendo todo un infierno, donde los demonios tenían nombre propio. Juliana encarnando a la perfección el papel de Lilith, la reina de los vampiros. Eduardo representando fielmente a Satán y mi prima Angelina caracterizando a Apophis, una serpiente maligna que acecha en la oscuridad de la noche. Aquel aquelarre maquiavélico se había confabulado para amargarme tan magna celebración.
Mientras llegaba en taxi a mi casa, después de llevar a mi prima justo donde se devuelve el viento y cruza el río, pude ver cuando Eduardo llegaba en su flamante Monza con la música a todo volumen. Juliana se bajó rápidamente del auto sin despedirse y al notar mi presencia nuevamente volteó su mirada agitando su larga y rubia cabellera y la alcancé escuchar decir con mucho desprecio -¡Uichhh!- De haber tenido un Racumin cerca creo que me lo hubiera bebido para acabar de una buena vez con mi castigo. Pero nunca tuve las agallas suficientes para acortejar a Juliana y decirle un “Hola”, mucho menos las iba a tener para tomar semejante decisión.
Pasaron muchos años sin verla y por casualidades de la vida Juliana y yo volvimos a encontrarnos en una ciudad lejana a nuestros orígenes. A pesar del tiempo transcurrido conservaba intacta la hermosura con la que la conocí y ni unos cuantos kilos de más le impedían seguir siendo la diosa que era. Los años y la experiencia vivida me habían dado la gallardía que jamás tuve y me acerqué a saludarla como si hubiésemos sido los mejores amigos y dejando atrás todos los desaires que tuvo para conmigo.
-Hola Juli, tu tan linda como siempre, ¿cómo estás?, ¿qué es de tu vida?- le dije con aplomo y algo de gentileza. Ella, con cara de enojo, la única que tuvo para mi, me contestó –Antonio, bonita hora a la que vienes a hablarme, nunca podré perdonarte que no me invitaras a tu grado. Hice de todo para llamar tu atención y siempre te hiciste el desentendido. Por tu culpa pasé la peor noche al lado del patán de Eduardo-.
Mi cabeza hizo “plop” como Condorito y desde ese día entiendo cada vez menos a las mujeres.
Espere el próximo Lunes: "Serie Mundial de Chequita"
Con mis notas en mano y a solo dos semanas de la ceremonia, ahora mi principal meta consistía en conseguir una pareja para que me acompañara a la fiesta de graduación. Con tan solo dieciséis abriles a cuestas de los cuales pasé los últimos doce estudiando a doble jornada en colegio de hombres y mis ratos libres pateando un balón de futbol, tuve poco tiempo de tratar al sexo opuesto. Sin embargo, mi gusto era exquisito y a la vez exigente por lo que deseaba a toda costa que la elegida fuese una fina doncella.
Mi vecina Juliana reunía todos los requisitos. En sus primaverales quinces, su cara expresaba la dulzura de la caña de azúcar. Los ojos, vivos y llenos de discreta picardía, evidenciaban una lascivia escondida que hervía de su fogoso cuerpo. Los labios carnosos contrastaban con su nariz fileña. El cabello, liso y obediente caía en una cascada de hilos dorados sobre sus menudos y bronceados hombros. Las piernas como esculpidas en mármol por Miguel Angel, enloquecían mis deseos varoniles. Todo, todo en ella estaba bien formado, en la medida justa de la perfección. Juliana me traía de cabeza y botando babas por esos días.
Tan torpe para los menesteres del amor como siempre he sido, veía inalcanzable a mi juvenil vecinita. O peor aún, ella me lo hacía sentir. Cada vez que por casualidad nuestras miradas se cruzaban, me castigaba volteando sus verdes ojos parpadeando con la rapidez de las alas de un colibrí. Con cada aleteo de sus largas pestañas mi corazón se desgarraba a cuenta gotas.
Al llegar a un sitio donde ella estuviera reunida con varias amigas, tan pronto sentía mi presencia inmediatamente se retiraba diciendo –ya vengo- pero la triste realidad era que nunca regresaba. Si era ella quien llegaba a la reunión, saludaba a todos y uno por uno recibían su beso, hasta cuando llegaba mi turno, me saltaba y continuaba con el siguiente dejándome ilusionado y a la espera de sentir sus jugosos labios en mi mejilla.
Sus amigas me comentaban a solas que hablaba de mi todo el tiempo pero lamentablemente nada bueno. –Juliana dice que eres un flaco desgarbado, que tus chistes son flojos, que no tienes buenos modales y que se nota a leguas que no sabes besar- decían con tono irónico y despectivo.
Cuando me veía jugando en la calle (bola de trapo, bolita de uñita o cualquier otra actividad) se inclinaba por mis rivales sin importar quienes fueran. Menospreciaba mis triunfos y se burlaba de mis derrotas. Fácilmente hubiera podido azotarme con el látigo de la indiferencia y todo hubiera sido menos doloroso pero por alguna razón que no comprendí se empeñaba en hacerme la vida de cuadritos.
Al acercarse la fecha de la conmemoración académica, mi vecina Juliana incrementó notablemente sus pasadas frente a mi casa. En varias ocasiones alcancé a pensar que me estaba haciendo sombra y una vez me decidía a salir en su búsqueda, ella aceleraba el paso y de inmediato claudicaba en mis aspiraciones.
Todo ese comportamiento influyó para que mis intenciones de acercármele y hablar con ella fueran sepultadas de una vez y para siempre. Por supuesto que era ella a quien quería de acompañante para mi fiesta de graduación pero el solo pensar su forma tosca de darme un rotundo NO por respuesta me impedían siquiera intentarlo.
Ya me la podía imaginar asistiendo a la ceremonia pero acompañada de Eduardo, el galán de mi curso, quien por esos días rondaba mi cuadra como gavilán pollero en busca de su presa. Eduardo tenía todo aquello de lo que yo carecía, buen porte, labia, seguridad y un Chevrolet Monza automático que su adinerado padre le prestaba para presumir y acortejar a sus amigas. Estaba claro que Eduardo se llevaría el premio mayor.
Y así fue, el día de la fiesta la joven que me quitaba el sueño entró al salón del brazo de mi compañero de clases. Estaba más bella y radiante que nunca luciendo un vestido rojo ceñido al cuerpo y un peinado con el cual aparentaba ser mayor de edad. Como si no hubiese sido suficiente tormento verlos juntos, para colmo de males se sentaron en mi misma mesa. Juliana no hizo otra cosa que mirarme con un odio visceral toda la noche. Mientras irónicamente sonaba el disco “Juliana que mala eres” yo me preguntaba -¿Qué diablos le he hecho para merecer este trato?-
Mientras Eduardo llegó felizmente acompañado de mi vecina, tras la sugerencia y mucha insistencia de mi madre mi pareja de consuelo fue mi prima Angelina, cuatro años mayor que yo y poco agraciada físicamente por no llamarle fea en toda la expresión de la palabra. A última hora Angelina recibió mi invitación y me salvó de ir solo a la ceremonia más especial hasta entonces en mi corta existencia.
No bastó la humillación de tener de compañía a una prima deslucida, vieja y aburrida. Además de eso me tocó soportar ver a Eduardo y Juliana bailando toda la noche mientras que Angelina me pisaba en cada pieza musical que la orquesta de planta ejecutaba magistralmente. Eduardo se pavoneaba de la compañía que tenía y la exhibía de mesa en mesa cual trofeo de caza. Cuando sentía que yo los estaba mirando éste le pasaba el brazo y le decía cosas al oído a Juliana mientras lanzaba una risita burlona que lastimaba mi orgullo.
Entre tanto mi prima Angelina no hacía otra cosa que hablarme de la carta astral y otras tonterías asegurando que nuestras vidas estaban destinadas a unirse para siempre. Sus ojos parecían tener vida propia vistos desde el lado de afuera de sus lentes culo de botella y yo me moría del susto de solo pensar que ella sería mi mujer.
La noche que debía ser la más feliz de mi vida terminó siendo todo un infierno, donde los demonios tenían nombre propio. Juliana encarnando a la perfección el papel de Lilith, la reina de los vampiros. Eduardo representando fielmente a Satán y mi prima Angelina caracterizando a Apophis, una serpiente maligna que acecha en la oscuridad de la noche. Aquel aquelarre maquiavélico se había confabulado para amargarme tan magna celebración.
Mientras llegaba en taxi a mi casa, después de llevar a mi prima justo donde se devuelve el viento y cruza el río, pude ver cuando Eduardo llegaba en su flamante Monza con la música a todo volumen. Juliana se bajó rápidamente del auto sin despedirse y al notar mi presencia nuevamente volteó su mirada agitando su larga y rubia cabellera y la alcancé escuchar decir con mucho desprecio -¡Uichhh!- De haber tenido un Racumin cerca creo que me lo hubiera bebido para acabar de una buena vez con mi castigo. Pero nunca tuve las agallas suficientes para acortejar a Juliana y decirle un “Hola”, mucho menos las iba a tener para tomar semejante decisión.
Pasaron muchos años sin verla y por casualidades de la vida Juliana y yo volvimos a encontrarnos en una ciudad lejana a nuestros orígenes. A pesar del tiempo transcurrido conservaba intacta la hermosura con la que la conocí y ni unos cuantos kilos de más le impedían seguir siendo la diosa que era. Los años y la experiencia vivida me habían dado la gallardía que jamás tuve y me acerqué a saludarla como si hubiésemos sido los mejores amigos y dejando atrás todos los desaires que tuvo para conmigo.
-Hola Juli, tu tan linda como siempre, ¿cómo estás?, ¿qué es de tu vida?- le dije con aplomo y algo de gentileza. Ella, con cara de enojo, la única que tuvo para mi, me contestó –Antonio, bonita hora a la que vienes a hablarme, nunca podré perdonarte que no me invitaras a tu grado. Hice de todo para llamar tu atención y siempre te hiciste el desentendido. Por tu culpa pasé la peor noche al lado del patán de Eduardo-.
Mi cabeza hizo “plop” como Condorito y desde ese día entiendo cada vez menos a las mujeres.
Espere el próximo Lunes: "Serie Mundial de Chequita"
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
Otros artículos del autor: http://anecdotascaribes.blogspot.com/