Damas y caballeros, niños y niñas, los
saluda su corresponsal y amigo Desventura Diaz. Ya todo está listo para
dar inicio al juego decisivo de la serie mundial de chequita. Para este
clásico de verano nos encontramos transmitiendo desde Simón Boloncho´s
Park con la serie empatada a tres. No hay mañana, hoy sale el vencedor.
Salen a la calle los equipos
protagonistas de este gran duelo. Los anfitriones, los Medias Rotas del
barrio Boston luciendo un uniforme con camisetas de lana. Si, de la
naturaleza, que les permite exhibir sus protuberantes abdómenes fruto de
mucho esfuerzo y disciplina. A pocos metros saltan al concreto sus
contendientes, los Gigantones del barrio San Francisco, mostrando sendas
pantalonetas floreadas y unas interminables chancletas tres punta´.
A pesar de la dura rivalidad se puede
sentir la camaradería entre las dos novenas donde vemos que se saludan
chocando sus puños, se abrazan y hasta se agarran entre ellos sus partes
traseras en señal de amistad. Finalizan el protocolo cantando el himno
de Jairo Paba a su patrocinador principal. Escuchémoslos por unos
momentos: “Amasa, Tomasa, arepas, deditos, con Masa Pan Pan Pan, con
Masa Pan Pan Pan”. Vaya caballero, esta sabrosura solo se ve en la Costa
Caribe colombiana.
Basta de formalidades, a lo que vinimos,
ahora si los equipos se encuentran en el terreno de juego y el primer
turno al bate es para Barry-Gon
de los Gigantones de San Francisco. Pese a que todos los jugadores
querían hacer las veces de pitcher sólo uno fue el elegido y ya se ubica
en el montículo con la bolsa llena de checas que varios tenderos
donaron con la única condición de festejar el triunfo o la derrota en su
negocio al son de unas buenas águilas bien frías. Preparado el pitcher,
mira la goma, el lanzamiento aquí vieneeee y abanica. Barry-Gon
mira su bate pareciendo encontrar respuestas en él, un hermoso ejemplar
de fina madera cortado a su medida y regalado por su señora madre
después de hacer uso de él barriendo la casa durante meses. Aquí viene
el segundo lanzamiento a una velocidad asombrosa, la checa pasa de largo
por el home y entra directo a la ventana de la familia Ariza quienes
deciden quedarse con la checa como souvenir. Viene el tercer lanzamiento
y el bateador conecta un batazo haciendo doblar la checa pero
lamentablemente no sale del cuadro principal y es puesto out automático.
Barry-Gon se retira abucheado por la multitud y éste se ríe de
ellos agitando su brazo derecho de un lado a otro como si los estuviera
planchando.
El segundo bateador designado es Babe Ron,
pelotero con gran experiencia en el deporte de la checa caliente. Al
primer lanzamiento hace swing y conecta un palo de foul que se va
directo al tejado de la casa de los Jimenez. Babe Ron alega que
fue home run pero ni sus compañeros lo acompañan en su alegato por lo
que dice en voz baja –nojoda, con amigos así, pa´que enemigos-. Al
segundo lanzamiento nuevamente conecta y esta vez traspasa el cuadro de
las bases, pica y Jose Panseco
la recibe a mano limpia un segundo antes que Babe Ron llegue a la base,
la levanta y canta “out” para cortar sus aspiraciones de embasarse.
El tercer bateador es Derek Chiste
y llega al plato con su caminadito de nalguita para´. Sacude sus
chanclas con el bate, mueve la cabeza de lado a lado, se recoge las
mangas, escupe y le pide al pitcher que le de una chequita a media
altura. Por la falta de actividad en el campo largo un jugador de los
Medias Rotas mata tiempo hablando con la vecinita del barrio, que por
cierto está más buena que el pan de cada día. Otro más le echa los
perros a Yurleidis,
la empleada de servicio de los Orozco, famosa por desvirgar a medio
barrio. El par de distraídos jugadores se despiertan al escuchar el
inconfundible sonido del bate chocando una oxidada checa de Sprite. Edgar Rumbería,
para cortos de los Medias Rotas de Boston, la divisa y se lanza con una
habilidad felina aterrizando en el jardín de la casa de los Rodriguez
para que todo Simón Boloncho´s Park lo ovacione de pies y a palma
batiente. Edgar sacude su ropa y corre apenado después de que la señora
de la casa le grita –mira cabeza de ñame, salte de mi jardín que me vas a
dañar las matas-.
Tres vinieron y tres se fueron damas y
caballeros. Los equipos hacen un pequeño descanso en los dogouts
instalados en sendas terrazas donde algunos toman jugo de tubo y otros
el famoso Guarapade (agua de panel con limón y hielo) mientras
comentan las incidencias del partido, el chisme de moda y la próxima
fiesta a la que todos asistirán sin ser invitados.
Para cerrar el primer inning viene al bate Edgar Rumbería.
Se desplaza al home caminando con un swing de “ya tú sabes”, hazañoso
por poseer el mejor promedio de bateo varias manzanas a la redonda. Esta
vez el bate proviene directamente desde la batea de su casa donde le
dio cristiana sepultura a un trapero viejo y oloroso. El pitcher recibe
las instrucciones de su coach pero no está seguro de captar el mensaje
porque éste mezcla las señales rascando sus genitales, lo que hace
confuso el recado. Decide por su propia voluntad y lanza con tal efecto
contra la brisa haciendo que la checa flote hasta llegar al home y baje
súbitamente. –Strike tirándole- canta el umpire. Bastaron dos
lanzamientos iguales y Edgar se va ponchado pero con deseos de revancha.
Los aficionados le gritan –acaba ropa, paquete, recógete- pero el hace
caso omiso de todos los improperios y les muestra su dedo medio con una
pasmosa tranquilidad.
Ahora viene al bate Orlando “El Cabrero”,
pequeño de estatura pero ágil con el palo y soez con la lengua. Le dice
al pitcher -pilas mariquita, tírame una buena-, el lanzador toma la
checa entre sus dedos índice y pulgar y lanza una bombita que Orlando
solo ve venir hasta caer justo en el hoyo ubicado en el home para
decretar un out automático dejando a Orlando con la carabina al hombro y
mentando más madre que rabito de lobo.
El inning llega a su fin con un fly de José Panseco que atrapa en el aire Barry-Gon
sin mayores inconvenientes. El juego está cerrado, y el tablero hecho
con ladrillo rojo en plena avenida sigue lleno de cruces. Los equipos
hacen varios cambios de posiciones, los innings van pasando y las checas
empiezan a escasear. El partido se torna tenso, el inclemente sol hace
de las suyas y los jugadores se amontonan para recibir la sombra de un
frondoso árbol de almendra.
Estamos en el cierre de la novena
entrada, los Gigantones aventajan 2-1 a los Medias Rotas quienes tienen
la última opción con turno al bate. Hay 2 outs y corredores en primera y
segunda. Al bate viene nuevamente Edgar Rumbería que hoy tiene
0 de 4 y al parecer no conecta una checa ni con el portón de la casa.
Pero Edgar ha demostrado que está hecho para los grandes momentos, los
momentos de gloria. Babe Ron desde el montículo lanza un misil
al que Edgar no le ve ni la sombra. Deja pasar varias checas más
esperando la suya o un error de Ron. Aprovechando un leve
descuido del lanzador al pasar un carro por el diamante, el corredor
ubicado en tercera intenta robarse la base pero rápidamente el pitcher
se agacha y levanta la checa que reposa sobre una piedra en su montículo
y dice –out- para poner fuera al perspicaz jugador de los Medias Rotas
de Boston.
De todas formas la carrera del triunfo está en las piernas de Rumbería.
En el siguiente lanzamiento Edgar mira fijamente la checa y cuando la
ve venir hace swing conectándola potentemente. La checa se va hacia el
jardín derecho, a lo profundo y no, no no no no, díganle que no a esa chequita.
Edgar suelta el bate, nadie ve el rumbo de la checa, todos el mundo
corre al home, el Simón Boloncho´s Park se quiere caer de la emoción
pero de repente Barry-Gon grita –out- sosteniendo una checa
magullada en su guante color piel. Los ánimos del equipo Medias Rotas se
vienen abajo pensando que todo acabó hasta que un segundo después
escuchan como el mejor de los vallenatos la melodía de una checa cayendo
en el tejado de la casa de los Gómez. Barry-Gon quiso hacer
trampa al mostrar una checa que tenía enmuñecada desde antes de empezar
el partido pero todo fue infructuoso para él y su equipo.
La victoria definitiva es para los
Medias Rotas del Barrio Boston, sus jugadores saltan de la alegría, se
abrazan, se quitan las camisetas que vuelan hasta los cables eléctricos,
el último en llegar al home es Edgar que a manera de burla toca la base
con su enorme trasero. Sus compañeros lo lanzan por los aires y
nuevamente es el jugador más valioso de la serie conectando el home run
decisivo para darle el campeonato a su novena. Tal vez Edgar no reciba
un anillo que lo acredite como campeón pero ya tiene en sus bolsillos el
teléfono de Angélica, el bollito de la cuadra que no paró de hacerle
ojitos y coquetearle durante todo el partido. ¿Existirá un mejor trofeo
que ese?
Como lo prometido es deuda, ambos
equipos se reúnen en la tienda del cachaco y las frías corren por cuenta
de los perdedores. Pero vale decir que aquí nadie pierde. Todos y cada
uno de los jugadores, espectadores, vecinos e incautos disfrutaron de
este emocionante partido y en sus memorias quedarán retratadas las
escenas de uno de los mejores partidos de la Serie Mundial de Chequita.
*Espere el próximo Lunes: "A las mujeres del cuarto piso"
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
Otros artículos del autor: http://anecdotascaribes.blogspot.com/