En Barranquilla muchos dicen que es un
mito urbano, otros tantos juran al cielo asegurando la veracidad de los
hechos y un grupo no menor afirma que es la combinación de ambas partes.
Lo cierto es que cuenta la leyenda
acerca de una pareja de esposos que llevaban un matrimonio con muchas
dificultades. Problemas económicos, peleas y desaires estaban a la orden
del día entre Liliana y Jaime de 31 y 35 años respectivamente.
No pasaba un solo día en que Jaime le
reclamara a su esposa por tener la casa en desorden y a su vez Liliana
le ripostaba atacándolo con las obligaciones bancarias y otros
menesteres. La intolerancia estaba en su punto límite y en sus cabezas
ya rondaba la idea de un divorcio.
No pasó mucho tiempo para que Jaime se
buscara una moza con la cual suplía sus necesidades sexuales y mermaba
el estrés que le generaba su situación conyugal. Como un ritual, todos
los viernes en la tarde salía dos horas antes de la jornada laboral y se
reunía con Mónica, una ex compañera de estudio a la que le traía ganas
tiempo atrás.
El punto de encuentro entre ambos era
una heladería ubicada a sólo dos cuadras de la oficina de Jaime, se
saludaban y tomaban un taxi que los llevaba directo a un motel ubicad en
las afueras de la ciudad.
Allí, en un par de horas, libraban una
batalla campal cuerpo a cuerpo de pura pasión desenfrenada. No había
cabida para el amor, entre ellos era puro y físico sexo.
Al terminar la faena, ambos aseaban sus
cuerpos ultrajados con jabón chiquito y se vestían con suma rapidez para
tomar de nuevo un taxi que los llevara cada uno a su destino.
Sin importar lo bien que la pasaba,
Jaime llegaba de mal humor. Liliana no se quedaba atrás y le ponía cara
de escopeta sin preguntarle siquiera cómo había sido su día de trabajo.
Tan pronto se cruzaban sus miradas empezaban los reclamos, improperios y
ofensas de alto calibre.
En seis meses nada de eso cambió. Jaime
siguió viéndose religiosamente a las 4 pm cada viernes con Mónica y la
relación conyugal se iba deteriorando cada vez más sin vislumbrarse un
punto de retorno.
Un viernes cualquiera, como siempre,
Jaime se encontró con su amante en la heladería, se saludaron como de
costumbre y tomaron el taxi que los conduciría al motel del que ya casi
eran clientes VIP.
Justo cuando iban entrando, salía del
motel un carro que de inmediato llamó la atención de Jaime. A medida que
se acercaba el vehículo confirmó sus sospechas. La placa coincidía con
la de su carro. Por lo angosto de la entrada los dos vehículos (el
entrante y el saliente) pasaron muy de cerca. Jaime vio con ojos
despavoridos el rostro de su esposa manejando su propio carro y a su
lado un muchacho que no superaba los 22 años de edad. Lentamente sus
miradas se cruzaron y sus caras reflejaron una mezcla de asombro, ira,
vergüenza y compasión.
Finalmente Liliana se alejó y el taxi
dejó a Jaime y Mónica en la habitación de turno. Esa tarde, como era de
esperarse, Jaime no levantó cabeza y le fue imposible cumplir sus
deberes con Mónica. Pasó dos horas sentado en la cama, callado y
pensando cómo afrontar el momento de la llegada a su casa. ¿Sería capaz
de reclamarle a su mujer?, ¿con qué cara podría juzgarla si él estaba en
las mismas?, ¿desde cuándo lo engañaba su esposa?, ¿quién era ese joven
y dónde lo conoció? Miles de interrogantes rondaban su cabeza pero a la
vez sentía pánico por resolverlos.
A las 6 pm se levantó de la cama que
ésta vez permaneció intacta sin sufrir los azotes de la pasión. Jaime se
despidió de Mónica con un simple "adiós" que pareció definitivo. Cada
uno tomó su taxi y quince minutos después Jaime entró a su casa con el
corazón a punto de estallarle.
En la cocina lo esperaba su esposa bien
arreglada con una suculenta comida: carne en bistec con arroz blanco y
ensalada verde, el plato preferido de Jaime. -¡Hola mi amor!, ¿cómo te
fue en el trabajo?-, preguntó Liliana como si nada hubiera pasado y una
sonrisa de oreja a oreja mientras le estampaba un sonoro y dulce beso a
Jaime en la boca. Impávido y sin saber qué hacer, éste le respondió
–Bien mi amor, ¿y a ti como te fue?-
Charlaron amenamente por un buen rato,
Jaime dejó a medio terminar su plato y posterior a eso se fueron a la
cama, hicieron el amor hasta el cansancio y durmieron en cucharita como
hacía años no dormían.
Ninguno de los dos mencionó palabra
alguna acerca del capítulo del motel. Para ellos, fue como si nunca
hubiera sucedido. Días después, Liliana siguió saliendo con el joven y
Jaime hizo lo propio con Mónica.
Desde aquella tarde donde el destino los
cruzó con la realidad, su matrimonio cambió. Por arte de magia las
peleas, conflictos, improperios y juicios desaparecieron. Hoy día tienen
diez años de casados, dos hijos de 8 y 5 años y llevan una relación
armoniosa. Sus familiares y amigos dicen que son la pareja perfecta.
Sólo Jaime, Liliana, Mónica y Jaime conocen la verdad.
Antonio Javier Guzmán P.
ajguz@yahoo.com
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