El domingo en la mañana me dirigí
a la panadería más cercana a mi casa. Tan pronto bajé de mi vehículo me abordó
un sujeto sin camisa, descalzo y con un olor propio de quien no se baña en
varias semanas. Una persona a la que vulgarmente llamamos “loco”.
No había terminado de mencionarme
la frase “regáleme para un pan” cuando yo riposté de manera tosca y con
fastidio diciéndole “no tengo” y seguí mi camino al local comercial pensando en
lo molesto que es toparse con esas personas.
Entré, compré una avena y un pan
de queso y mientras degustaba mi desayuno me quedé viendo al tipo que seguía
pidiéndole plata a todo el que pasaba sin contar con suerte. De repente, se
acercó otro individuo con no mucho mejor aspecto que el primero. Lo saludó con
una sonrisa y le dijo “mi llave yo no tengo ni un barra, pero si quieres te
puedo motilar, ¿qué dices?”.
Sin pensarlo dos veces, el
mendigo se sentó en el piso y su nuevo amigo sacó un peine y unas tijeras de un
trajinado morral que cargaba y se dispuso a cortarle el cabello en el
improvisado “salón de belleza”.
La escena me llamó mucho la
atención y sin poder contenerme me acerqué hasta los protagonistas de esta
historia y les pregunté “¿ustedes se conocen?”.
–No-, me respondieron al unísono.
En aquel momento, dirigiéndome al
peluquero lo cuestioné nuevamente –entonces, ¿por qué lo estás motilando?-.
Él, de la manera más desparpajada
posible me respondió –ñerda socio, hoy por ti, mañana por mi. El man está bien llevao y como yo también
estoy mondao lo único que puedo hacer para ayudarlo es pegarle la peluqueada
para que al menos se vaya pintoso de aquí. Además –continuó diciendo el
hombre-, quien no vive para servir, no sirve para vivir-.
Lo que dijo se impregnó en mi
mente y mi corazón y me vi denunciado en cada una de sus palabras. Ni el
modesto desayuno que luego les brindé a ambos pudo quitarme el sentimiento de
culpa que me dejó esta anécdota. No solo por no darle plata al tipo, tal vez
con no hacerle mala cara hubiese sido suficiente. No solo con él, día a día
vivo tan encerrado en mi mundito que no me doy cuenta que detrás mío, o incluso
al lado, hay muchas personas necesitadas esperando una mano amiga o simplemente
un gesto amable que pueda servir para mejorar su día.
Queda claro quien es el ogro en
esta historia. ¡Vaya lección la que me dieron esos dos!
Antonio Javier Guzmán P.