viernes, 27 de febrero de 2015

Lo que ellas quieren


Cuando era apenas un adolescente y las hormonas empezaban a hacer de las suyas en la búsqueda del sexo opuesto, de inmediato me di cuenta que las mujeres buscaban hombres apuestos para que fuesen sus novios. Entre más pinta, más fácil la conquista. Esa era una verdad de a puño que sufrí en carne propia. Yo, poco agraciado físicamente, nunca pude hacer un levante en un día. A mi me costaba sudor y lágrimas que me dieran un si.

Estando en sexto de bachillerato mi mamá me llevaba al colegio en su carro junto con unas niñas del colegio Buen Consejo que recogía para ganarse unos pesos. Durante todo un año me tocó compartir el puesto de adelante con Eliana Palacios, una diosa en todo la expresión de la palabra. Mi gusto exigente y exquisito de siempre me hizo ponerle el ojo pero el que se llevó los honores fue un muchacho de nombre Javier Cordón, el galán de mi época. No me quedaba dudas, los tipos pintosos levantaban, los feos no. Simple y crudo, pero esa era la realidad.

Con la llegada de los años y ya estando en la universidad me di cuenta de otra premisa clave para las conquistas, “el que tiene plata le llueven las mujeres”. Recuerdo por esos días a un compañero de clases, bajito, gordito, feo y hasta guache, verlo llegar en su carro convertible y mostrar su billetera para que de inmediato le cayeran las viejas.

Otro requisito y otra falencia en mi haber. Es decir, siendo feo y sin plata poseía el combo perfecto para quedarme solo el resto de mis días. Así crecí y me lo creí durante mucho tiempo.

Pero como Dios aprieta pero no ahorca, me brindó el tercero de los requisitos para levantar: labia y humor. Ay mi madre, y yo de esa si que tenía, solo fue superar el ser tímido para luego ser temido. Y si, a las mujeres les gusta que le hablen bonito, que le digan que están bien arregladas, que las haga reír todo el tiempo y que uno pueda entablar una conversación con ellas pasando desde un tema trivial como la novela de turno hasta llegar a asuntos más profundos como la inmortalidad del cangrejo.

Hoy, con la experiencia que dan los años, el caminar de la vida y todas las experiencias vividas me he dado cuenta de muchas cosas en las que estaba errado. Las mujeres, las buenas, las que valen la pena, las que son para toda la vida, no les importa que su pareja sea feo, gordo, calvo o bajito. Las mujeres íntegras, desinteresadas y camelladoras no les importa que su hombre tenga un salario que apenas les alcance para sobrevivir. Lo que ellas quieren para su vida, no para un rato, es un tipo que se interese por ellas, les diga cosas lindas de vez en cuando, que sea caballeroso, detallista, que las escuche, que sea su amigo en las buenas y en las malas, que sea fiel y lo de todo por su familia. Y para eso mis amigos, no es necesario ser pinta o tener plata, si lo es entregarse con alma, vida y corazón a ellas.

El aspecto físico se lo lleva el tiempo, todos, absolutamente todos, nos volvemos viejos, calvos y barrigones. El dinero va y viene. Pero la compañía es para siempre y la complicidad entre ambos fortalece la relación. 

Si estás buscando una pareja, procura encontrar una que te ame por lo que eres y no por lo que tienes o tu apariencia. Si ya la tienes, y es de las buenas, por la que vale la pena luchar contra viento y marea, valórala, atesórala como la joya más preciosa, porque de esas, lamento informarles, de esas ya quedan muy pocas.

Antonio Javier Guzmán P.