jueves, 12 de marzo de 2015

Deudas y memorias

 
Cuando mi jefe me confirmó que debía viajar a Houston para a un entrenamiento lo primero que se me vino a la cabeza fue “esta vez aprovecharé la ocasión para tomarme unos días y llevar a mi familia de vacaciones por la Florida”.

La sola idea de que mi hijo de tres años conociera al famoso Mickey Mouse me parecía estupenda y de inmediato le propuse a mi esposa el itinerario para que ella también se agendara en su trabajo. Como buena administradora del hogar, mi señora pensó en el dinero que gastaríamos en dicho viaje y las cuentas que hicimos “a vuelo de pájaro” me aguó un poco la pajarilla. Sin embargo, tan recursiva como siempre, ella acudió a varias alternativas para disminuir costos como las millas de Avianca, de las tarjetas de crédito y hasta de Supertiendas Olímpicas para que literalmente los tiquetes nos salieran a huevo.

Con los pasajes comprados, solo quedaban los gastos de la estadía en Orlando, entradas a parques y demás gastos y antojos que por más que se estimen siempre quedarán cortos. Aun escogiendo excelentes ofertas por internet para dichos rubros ya superábamos el presupuesto que se tenía previsto para nuestras vacaciones y mi cabeza empezaba a dudar de que en efecto, debíamos realizar ese viaje.

No obstante a los temores, seguimos firmes en nuestra decisión. Unos días antes de partir me encontré con una amiga que al enterarse de la idea de llevar a mi hijo a Disney World me dijo palabras más, palabras menos “¿para que te vas a gastar ese dinero si cuando él crezca no se va a acordar de nada?, eso es plata perdida”. Sus palabras hicieron mella en mí y en ese momento pensé que tenía la razón, pero ya nada podía hacer, más reversa tenía un avión.

Al llegar a Miami, la dicha de mi hijo por reencontrarse con sus abuelos, tíos y principalmente con su primo, era evidente. Tan solo fue poner un pie en la casa de su tía para empezar a divertirse. Dos días después tomamos rumbo a Orlando.

Recién entrando al parque Magic Kingdom nos topamos de frente con una caravana liderada por Mickey Mouse. La cara de felicidad de él era para coger balcón. Mi esposa y yo no cabíamos de la dicha de verlo tan contento y cruzando nuestras miradas ambos lloramos a moco tendido.

Así fue el resto del día en el que se divirtió de lo lindo pidiéndole autógrafos a todos sus personajes favoritos (Pluto, Buzz Light Year, Minnie, el Pato Donald y otros), se montó hasta en la última atracción que había y compartió momentos mágicos con su primo, sus abuelos y por supuesto nosotros sus padres.

Tal vez mi amiga si tenía razón en cierta parte, es poco probable que mi hijo se acuerde de este viaje, pero en lo que si está completamente equivocada es en afirmar que sería plata perdida. Así como las experiencias negativas marcan a un niño cuando tiene uno, dos o tres años afectándolo en su futuro, de igual manera las positivas dejan una huella indeleble, así las recuerde o no, que de alguna u otra forma le servirán para su porvenir.

En cuanto al dinero gastado, efectivamente se gastó mucho más del presupuesto. Pero, ¿saben qué?, eso ya no me estresa. Lo que vivimos y compartimos en estas vacaciones no tiene precio y así mis acreedores me quieran embargar hasta el alma, ya nada ni nadie nos podrá quitar nuestras memorias. Y eso mis queridos lectores, vale más que todo el oro del mundo.

Los tengo que dejar, ya me están llamado del banco.
 
Antonio Javier Guzmán P.