jueves, 17 de septiembre de 2015

El creyente


Cierto día me encontraba escuchando la misa dominical en una iglesia cercana a mi casa cuando al momento de la comunión, sentado en mi silla vi a un señor que caminaba a paso lento con las palmas de sus manos unidas y muy cerca del corazón. Llegó hasta donde se encontraba el sacerdote, tomó la comunión y se devolvió a su puesto pero sin despegar sus manos como en señal de oración. Alverlo me dije, -vaya, que devoción la de ese tipo, debe ser un buen creyente, un excelente cristiano. Ojalá y yo tuviese algo de eso-. 

Una semana más tarde volví a la misa y el particular señor nuevamente estaba allí. Siempre sentado en la misma posición que la vez anterior, con sus manos unidas y los dedos índices tocando el centro de sus dos cejas y los pulgares la barbilla. Se levantó para tomar el cuerpo de Cristo, regresó, se arrodilló y siguió orando mientras besaba sus dedos. Al terminar la misa salió de la misma manera con rumbo desconocido .

Siete días después me lo volvería a encontrar sentado en su misma banca pero esta vez no presté cuidado a ninguna de las lecturas de la Palabra, mi atención estaba centrada cien por ciento en el sujeto que no dejaba de orar, miraba al cielo y seguía concentrado en lo que hacía. –De seguro tiene un familiar grave de salud o una situación económica bastante precaria- pensé de inmediato, pero mi curiosidad no pudo aguantar más y de inmediato me decidí a que cuando la Eucaristía terminara me acercaría a preguntarle.

Y así fue, cuando el cura dio la bendición el fiel creyente se arrodilló para recibirla y al terminar se levantó y caminó hacia la salida. Aceleré el paso para no perderlo entre la multitud de feligreses y cuando lo tuve de frente le dije con cara de apenado –señor, usted me disculpará, pero desde hace varias semanas lo veo venir a la iglesia y he notado que siempre está orando con sus manos unidas, ¿puedo preguntarle el motivo de tanta devoción?- Pensé que se iba a molestar pero al contrario se sonrió y me dijo al tanto que abría sus manos y me revelaba su singular secreto. –No mijo, lo que pasa es que aquí siempre llevo el billetico del Baloto para ver si Dios me hace el milagrito de ganármelo y mando a mi esposa, mi jefe y todo el mundo pa` la mierda.

Antonio Javier Guzmàn P.