martes, 15 de septiembre de 2015

Las vueltas de la vida



Hace aproximadamente cuatro años mi situación económica estaba bastante apretada. Vivíamos en Medellín, los negocios personales iban de capa caída, mi esposa sin trabajo y los ahorros se escurrían a gran velocidad mientras esperábamos la llegada de nuestro primer hijo.

En la búsqueda por generar más ingresos una gran amiga me contactó con el dueño de una empresa que brindaba transporte de personas del aeropuerto de Rionegro hasta la ciudad de Medellín. Hablé con él y éste me ofreció incluir mi vehículo en su flota de servicio. El trabajo era sencillo, me llamaba y me decía con su acento paisa – ve, pasáte a recoger a fulano de tal en tal dirección a las 5 am, lo dejás en el Jose María Córdova y a las 7 bajás a doña Perenceja que viene el vuelo tal y la dejás en el Hotel X-. Al finalizar la semana me pagaba todo lo realizado en ese período que si bien no era una fortuna nos ayudaba mucho a cubrir nuestros gastos.

Entre las personas que transporté había empleados de clase media y altos ejecutivos de multinacionales entre los cuales a varios conocía de tiempo atrás. No fue fácil para mí trabajarle de chofer a gente conocida por lo que fue un duro ejercicio de humildad para el inflado ego con el que llegué a Medellín. Además, tampoco me podía dar el lujo de “endelicarme” y picármelas de digno con los bolsillos vacíos.

En términos generales, la gran mayoría de personas que se subieron a mi carro tuvieron un trato excelente para conmigo, y no digo todos porque hubo un personaje que hizo mi labor de cuadritos.

El primer día que lo recogí en su oficina me dejó el saludo en la boca y solo atinó a decir de la forma más despectiva posible – ¡recoge mis maletas!-. Pese a que el dueño de la empresa de transporte había sido claro en que no debíamos llevarle maletas a nadie yo hice de tripas corazón y cargué su maleta en silencio desde la oficina hasta mi vehículo.

Al llegar al carro entré, me senté y de inmediato noté que se quedó afuera mirándome. Yo volteé mi cabeza para saber que pasaba y de nuevo abrió su boca para decir -¿acaso no piensas abrirme la puerta?-. Me sentí como un culo, exactamente como él quería que me sintiera, pero me bajé y le abrí la puerta del acompañante y enseguida volvió a chistear –esa no, la de atrás-. 

Finalmente se sentó mientras decía para si mismo pero en voz alta –definitivamente cada vez el servicio es más malo-. Tuve ganas de frenar y bajarlo de mi carro, la verdad ningún dinero recibido pagaba la humillación a que estaba siendo sometido pero me dio pena con la amiga que me recomendó y no quise dejar al tipo botado en mitad de la calle.

Ya en la ruta el tipo hablaba por celular con la que parecía ser su secretaria. Le dijo inútil, le gritó. le dio unas instrucciones y le tiró el teléfono. Estaba claro, el tipo era un patán completo. Pero conmigo aún no había terminado y en los cuarenta minutos de camino se quejó de la música que tenía en la radio, que la silla era incomoda, que iba muy rápido, después que muy despacio y que me había metido por calles que no debía.

Cuando llegamos al aeropuerto, me dijo –no se te olvide abrirme la puerta que para eso te pagan-. Me bajé, y entre llorando de tristeza y rabia le abrí la puerta, le bajé sus maletas y le di el recibo para que me lo firmara. Al lado de su firma dejó la siguiente nota –Persona no apta para hacer su labor, recomiendo que lo saquen-. Me entregó el papel y se fue sin despedirse.

Yo estaba echando humos por los oídos y las lágrimas se me corrían de la impotencia que sentía. ¿Cómo puede uno llegar a ser tan hijueputa en la vida ah? Le llevé la nota al dueño de la empresa y éste me dijo –no te preocupés, ese es un bobo malparido que se las da de no sé qué, yo ya he pasado la queja en varias oportunidades, cualquier día de estos lo botan-. Después de ese día no lo volví a transportar ni supe más de él.

La semana pasada, mientras me encontraba en la ciudad de Oklahoma recibiendo una capacitación en una de las compañías que representa la empresa para la cual trabajo hace dos años, fui a cenar con un par de compañeros a un pequeño pero acogedor restaurante. Un mesero se nos acercó y con un inglés bastante regular y acento latino nos dijo –what can i help you guys?-. Su cara me resultó familiar y tuve que hacer memoria para recordar quien era. Si, este mundo es un pañuelo y a veces viene lleno de mierda. Era nadie más y nadie menos que el insoportable ejecutivo que me humilló cuatro años atrás.

Él también me reconoció pero no se acordaba de dónde. Por supuesto que no se iba a acordar, ese día para él yo sería uno más en su lista de personas que mirar por debajo del hombro. Me preguntó que de donde nos conocíamos y le dije –yo te llevé una vez al aeropuerto en Medellín-. Su cara denotaba vergüenza y con la cabeza gacha me dijo –si, esos eran otros tiempos-.

Sin yo pedírselo, el tipo se sentó a mi lado y me contó lo que le había sucedido. Tal y como había vaticinado el dueño de la empresa de transporte lo habían botado de su trabajo y no pudo conseguir nada igual o peor por lo que en un acto de desesperación había tomado la decisión de irse a los Estados Unidos junto a su esposa y sus tres hijos pequeños por el sueño americano que se había convertido en pesadilla.

Debo admitir que vi la oportunidad de vengarme de todo su trato y a mi cabeza vinieron un sin número de cosas que hacer para humillarlo, pero su historia me desgarró por completo y me contuve, cortando así la cadena de malos comportamientos que no llevan a nada bueno.

¿Quién diría que el tipo que me trató como un culo cuando le prestaba un servicio ahora era él el que servía mi plato de comida en un restaurante? La vida es como una rueda de la fortuna, da muchas vueltas, hoy estamos arriba, mañana podemos estar abajo. Por eso el trato a los demás, desde los Reyes de España o de Narnia hasta choferes de bus, meseros o lustra botas debe ser siempre respetuoso y digno.

Mientras mi vida sigue dando vueltas, aprendo algo nuevo cada día, aprendo a rodar en ella, pero sobre todo aprendo a no olvidar quien soy y de donde vengo. Tal vez, algún día, me toque nuevamente servir a mi amigo el mesero.


@ajguzman