jueves, 17 de marzo de 2016

El gavilán y su sirirí.


Era la época de la llamada bonanza marimbera, tendría unos escasos 18 años cuando ya mis padres me prestaban su carro, un renaul 18 break color rojo, para ir a la universidad y una que otra salidita nocturna con amigos.

Cada vez que me encontraba al volante me sentía el chacho de la película. Sujetaba el timón con una sola mano y la otra la llevaba libre para cambiar la estación de la radio de Oro Stereo a Radio Tiempo y viceversa. Me sentía el dios del universo.

Cierto día me encontraba haciendo un pare en un semáforo. Cuando la luz se puso en verde yo intentaba sintonizar la emisora con poco éxito ya que la radio era análoga y la perilla hacía difícil dicha labor. De inmediato el vehículo de atrás empezó a pitarme, pero yo seguía en lo mío sin importarme el de atrás. Con el paso de los segundos la pitadera se volvió más intensa y fue cuando pude ver por el retrovisor que el vehículo en mención era una Toyota cuatro puertas con mata burro incluido, tripulada por un tipo de tez morena. -Que se espere nojoda- pensé en el acto y agregué en voz alta -¿deja el afán, acaso te estás cagando?-. El tipo como que efectivamente tenía una urgencia de marca mayor porque no quitaba su mano de la bocina.

Yo, a punto de enloquecer por le ruido estridente pero con ganas de fastidiar al tipo creyéndome el pipí que más mea, saqué mi brazo izquierdo y moviéndolo de arriba a abajo le grité -¡vuélate nojoda!-.

Por el retrovisor pude ver que el sujeto puso marcha atrás y se detuvo a unos diez metros de mi auto. -jajaja, lo hice que se desviara- pensé con una sonrisa en mi rostro.

Pero no había terminado de cantar victoria cuando siento el rechinar de las llantas de su vehículo y éste dirigirse hacia mi a toda velocidad. Por un momento pensé que frenaría a un metro de mi carro pero el tipo no se detuvo hasta estrellarse conmigo y dejarme la parte trasera de mi automóvil completamente destruida.

Yo, todavía atónito por el impacto y tratando de reajustar mi cuello que por poco y me queda en el asiento trasero, veo que no contento con eso, el sujeto se baja de su carro cargando un revólver en su mano derecha. Al verlo, literalmente me hice en los pantalones y me dije -adiós mundo cruel-.

El tipo caminó lentamente hasta mi, no medía más de un metro sesenta, vestía una camisa de flores abierta hasta el ombligo que le dejaba ver su enorme cadena de la cual colgaba un cristo casi de tamaño real, y poniendo su arma, una calibre 38 de cañón recortado me dijo con el acento más guajiro posible y su peculiar cantadito -vei compadrito, yo intenté que ese aparato volara pero no voló, ¿tenei algún problema con eso?- terminó de decir el tipo que no paraba de menear su intimidante arma y el crucifijo le brillaba a tal punto que casi cegarme.

Del susto, no me salían las palabras pero como pude le hice entender que todo estaba bien a lo que el individuo puso cara de satisfacción, se devolvió a su carro, se montó y se fue haciendo nuevamente sonar sus llantas.

Hasta ese momento llegó mi valentía y mis ánimos de Juanchito la V. Ese día aprendí a respetar a los demás, pero sobretodo me di cuenta que todo gavilán tiene su sirirí.

@ajguzman